Prólogo

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~Año 1716~

Un llanto había invadido la paz del condado Bleckford.

La Condesa, cuyo nombre era Cecile Bleckford, bajó las escaleras irritada por escuchar los gritos del pequeño bebé que había en el exterior.

Al abrir la puerta, sus sospechas se hicieron realidad y observó la pequeña cesta en la cuál había una niña recién nacida con el cabello tan rubio que se confundía con el oro y los ojos tan azules que recordaban al mar. El retoño, estaba envuelto en sábanas de seda bordadas con detalles dorados; y en cuánto vio el rostro de Lady Cecile; le dedicó una sonrisa inocente.

Sin embargo, la mujer la miró con asco y se dio la vuelta para entrar nuevamente a su hogar; cerrando con un fuerte golpe, ocasionando nuevamente el llanto de la niña y dejándola a merced de la gran tormenta que se avecinaba desde el horizonte.

—¡Santo Dios! —exclamó una criada que había salido del trabajo para volver a su casa.

La mujer, corrió en dirección del bebé y lo tomó en brazos haciendo pequeños intentos en calmarlo.

—Shh —murmuró en su oído—. Ya ha pasado todo, ahora estarás bien.

Preocupada por lo oscurecido que estaba el cielo, corrió con la pequeña en brazos y finalmente se refugió en su hogar donde la esperaba su marido.

Al verla con el bebé, abrió los ojos como platos y le exigió una explicación.

—Frank, ha sido abandonada. No podía dejarla allí, ¡seguramente hubiera muerto!

Él la miró con el ceño fruncido y tras varios minutos oyendo las insistencias de su esposa, accedió.

—Está bien, pero debemos ponerle un nombre —dijo.

Ella sonrió feliz y luego se puso a pensar, hasta que después de una discusión y minutos sin inspiración, llegaron a la conclusión de que Charlotte era un nombre hermoso para su nueva hija.

¡'¡'¡

La niña creció rodeada de amor, humildad y enseñanzas; aunque también padeció los momentos de crisis en los que sus familiares enfermaban, les faltaba dinero para permitirse un plato de comida, y muchísimas injusticias que vivían día tras día en su hogar, en las calles, además de su trabajo.

Charlotte había empezado a servir en el condado junto a su madre desde que era muy pequeña. Al principio sólo la acompañaba, con el tiempo ésta le explicó las labores y cuando tenía ocho años ya era una gran trabajadora.

En una ocasión, les ordenaron colocarse en una gran fila frente a la entrada de la gran casa, y por aquel lugar llegó un carruaje negro, con el escudo de la familia.

Ella se quedó embobada viendo aquello. Habían dos caballos del mismo color que el transporte y se podía distinguir a un joven en el interior; aunque costaba fijarse en él.

La Condesa hizo una seña para que le prestaran atención y comenzó a hablar.

—El chico que se bajará de este carruaje es mi hijo, William Bleckford. El futuro heredero del condado y todas las tierras de mi marido. Ha vivido toda su infancia formándose en España y ahora que ha cumplido dieciocho años por fin regresó. Por lo tanto espero que sea bien recibido, que le déis un buen trato, y sobre todo no toleraré ninguna falta de respeto hacia él; así que compórtense.

Todos se pusieron firmes pero Charlotte seguía teniendo curiosidad por el hijo de los condes, y un poco de nervios.

Pero todo se esfumó cuando aquel joven se bajó del carruaje. Vestía de una forma elegante y su cabello estaba peinado perfectamente.

Saludaba a cada miembro de la servidumbre con una sonrisa y todos le decían sus nombres de manera formal. Pero al llegar a la más pequeña de todos, es decir Charlotte, se agachó a su altura y le dedicó la sonrisa más linda que había visto en su corta vida dándole finalmente un pequeño beso en el dorso de su mano.

—Pórtate bien Charlotte —le regañó su madre en voz baja cuando el heredero volvió a posicionarse con la condesa.

—Pero yo no hice nada —se defendió ella con un puchero y los brazos cruzados.

Su madre, Margaret; puso los ojos en blanco y dirigió su vista a otro lugar.

En ese momento había comenzado todo realmente; en aquel momento la vida de Charlotte dio un gran cambio sin que ella se diera cuenta; aquel chico transformaría su vida poco a poco.

¡'¡'¡

A medida que pasaron los años, una gran amistad se fue formando entre Charlotte y William. Él la enseñó a leer, jugó junto a ella en los jardines extensos y rieron muchas veces.

Pero su madre no toleraba que él se juntara con una sirvienta e intentó separarlo de ella. Por ese motivo, inventaron un lugar secreto en el que nadie transitaba a menudo.

Aquel sitio estaba en la parte más alejada de la casa y los dos amigos lo consideraban un lugar especial donde podían hablar sin interrupciones.

Pero había un problema.

Charlotte nunca llegó a tutear a su amigo, por miedo a lo que los demás dijeran; y eso a él le preocupaba.

Compartían sentimientos el uno por el otro, pero no se los confesaron jamás. Les aterraba la reacción del otro y temían que no volvieran a disfrutar de aquella amistad tan bella.

Y la más asustada era Charlotte, se convencía de que ella no debía enamorarse de él, puesto que estaba prohibido, pero ya no había solución.

Él había robado una pieza importante de su corazón.

¡'¡'¡

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