Capítulo XXVI

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—¿Y bien? —preguntó.

Yo lancé una mirada de súplica a Pauline para que me salvara de aquella situación. Sin embargo ella me guiñó un ojo y se fue con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

—Supongo que sí, pero no te quejes de mi torpeza —le advertí.

—No importa, un hombre como yo aguantará todas las pisadas que me quieras dar, y más.

Yo arqueé una ceja y justo cuando iba a responderle, la banda de músicos comenzó a tocar una nueva canción. Por lo que aquel chico tomó mi mano.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —pregunté al darme cuenta de que todavía no sabía su nombre.

—Aaron, siento ser tan maleducado —se disculpó—. Ni siquiera me presenté.

—Tranquilo, todo el mundo puede tener algún que otro despiste.

Él me sonrió y colocó una mano alrededor de mi cintura mientras la otra era entrelazada junto con sus dedos.

Piensa Charlotte, piensa. ¡La mano va en su hombro!

Sacudí la cabeza, y obedecí a mis pensamientos.

Recuerda, la señorita Brown decía que debías mantener los hombros erguidos.

Otra vez volví a reaccionar, pero entonces Aaron comenzó a moverse y yo tropecé.

—Lo siento, no suelo bailar a menudo —murmuré avergonzada.

—A decir verdad, nunca te he visto en ninguna velada —musitó—. En cambio, a tu hermana sí, y no creo que seas una candidata para solterona al poseer tanta belleza.

Estaba segura de que me había puesto roja de la cabeza a los pies.

—Supongo que debo agradecer el piropo —bisbiseé—. El motivo, es que no me agrada mucho bailar y por eso suelo quedarme sentada.

Él pareció creerse mi excusa, ya que no dijo nada más hasta finalizar el baile.

—Nos vemos milady —se despidió besando el dorso de mi mano.

Yo asentí y me acerqué a Pauline.

—¡Cómo se te ocurre! —exclamé enojada.

—¿El qué?—cuestionó.

—Dejarme sola con un hombre al cuál no conozco —le recriminé poniendo los brazos en jarra.

—¿Te cayó mal?

Negué a su pregunta.

—Pues entonces ¿por qué te enfadas?

Abrí la boca para replicar, no obstante, la volví a cerrar al no encontrar una causa razonable.

—Querida, deberías dejar la timidez de lado y conocer más gente —sugirió—. Si no, observa a mi hermana.

Yo me giré y la vi bailando junto a su prometido. En los ojos de su futuro esposo, solo descubrí amor hacia ésta.

—¿Qué le sucede a Nadine?

—Aunque no lo creas es tan tímida como tú, o incluso más. Sin embargo, al dejar que Daniel le hablara, se enamoraron.

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