Capítulo IV

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No le respondí.

Aquel hombre estaba loco y lo más probable es que me estuviera contando alguna mentira.

Sin embargo, la duda reinó en mi mente.

—Lo siento pero no permitiré que me diga esas cosas, y me da igual el título que posea. No tiene derecho a decir eso sobre mí.

—¡Pero es la verdad, eres sangre de mi sangre! —exclamó alterado.

—¿Acaso tiene alguna prueba? —pregunté.

—Eres igual que ella...eres idéntica a mi hija.

Harta de escuchar todo eso, salí corriendo de la habitación y posteriormente de la casa combatiendo las lágrimas que luchaban por salir. Corrí, y corrí, hasta llegar al lago donde solía ir con William de pequeña.

Para mi sorpresa, choqué contra un duro pecho. Alcé la vista y cuando sequé las lágrimas, pude ver sus ojos mirándome con una expresión sorprendida. A pesar de eso, su semblante se relajó y nos quedamos ahí observándonos el uno al otro sin decir palabra alguna.

Era un silencio en el cuál no había tensión, incomodidad o tristeza. Era un silencio en el que sólo participábamos él y yo.

Pero decidí romperlo.

—Yo...siento mucho haber choca... —titubeé.

—Shh —me acalló poniendo su dedo índice sobre mis labios.

—Pero Lord William —me quejé.

—No me llames así, llámame por mi nombre solamente.

—No puedo, está prohibido —me negué.

—¿También está prohibido hacer esto? —preguntó.

Antes de que pudiera preguntarle a que se refería, me calló con un dulce beso en los labios. Pasó sus manos por mi cintura y yo le rodeé el cuello con las mías.

El mundo había desaparecido. Había cerrado los ojos y sólo sentía el danzar de nuestras bocas unidas.

Pero comprendí que estaba cometiendo un acto espantoso.

—No puedo... —susurré sobre sus labios.

—¿Cómo que no puedes? —dijo dedicándome otro beso.

—Tú y yo, ¿no lo entiendes? —dije dándole un leve empujón para que se apartara.

El movió la cabeza de izquierda a derecha y arrugó su frente.

—Charlotte... —respondió haciendo un intento en vano para acercarse nuevamente a mí.

—¡Tú eres el futuro conde de estas tierras y yo sólo soy una inútil sirvienta! —grité— ¡sólo somos eso, un conde y una criada!

Dicho esto volví a correr dejándolo confundido en medio de aquel lugar.

¡'¡'¡

El sonido de la campanilla, me avisó de que tenía que ir a atender a la condesa.

—Milady, ¿me ha llamado? —pregunté haciendo una reverencia.

—Sí, ¿acaso estás sorda? —dijo sentada en un sillón con la espalda erguida y la cabeza en dirección a mi posición.

La SirvientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora