Capítulo XXIV

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En el interior del vestíbulo, nos esperaba Elliot con el semblante serio e invitándonos a pasar al comedor. Allí habían servido una gran cantidad de comida solo para nosotros, y realmente la boca se me hizo agua, a pesar de creer de que todo eso no me cabría en el estómago.

—Tu nueva doncella ha preparado un armario lleno de vestidos solo para ti —comentó Elizabeth sentándose en una silla—. Recuerda que esta noche debes ponerte uno adecuado para ir al baile que te dije.

—Pero... yo no sé bailar —confesé encogiéndome en mi asiento a causa de la vergüenza que me provocaba.

Lord Hamilton enarcó una ceja mientras miraba a su esposa, a la vez que ella soltaba una risa nerviosa y hacía movimientos circulares con un mechón de cabello que caía al costado de su rostro.

—No hay problema, podemos avisar a la antigua institutriz de Rebecca para que te enseñe.

—De acuerdo —respondí mientras metía un trozo de carne en mi boca evitando seguir hablando del tema.

A partir de ese momento, la comida transcurrió en silencio. Sin embargo, cuando terminé el postre me ordenaron subir a cambiarme de ropa, ya que "la hija de un marqués no podía vestir con simples harapos."

En la planta alta, había una anciana con el uniforme de trabajo puesto y la vista perdida en algún lugar de la pared.

—Hola, ¿esta es mi habitación?

—Sí milady —respondió al instante—. No obstante, primero le daremos un baño.

Yo asentí sintiéndome rara porque me llamara milady, no obstante me irrité al verla llenar la bañera de agua.

—Sé bañarme sola —me quejé.

—Eres una dama, ahora no tendrás que preocuparte por esas cosas —me regañó.

—¿Entonces también me darás de comer como a un niño pequeño? —bufé indignada. No estaba acostumbrada a este tipo de trato.

—No, pero si te haré la cama, te peinaré, te ayudaré a vestirte y muchas cosas más.

—Es decir... todo lo que yo hacía cuando servía en el condado de los Bleckford con Lady Cecile.

—Olvida tu pasado, ya no volverás a ser una criada —dijo mientras rociaba un poco de agua en mi cabello y lo masajeaba.

—Echo de menos mi casa —murmuré sin que me escuchara con nostalgia.

¡'¡'¡

—¡Cuántas veces tengo que repetir que no debes pisar a tu pareja mientras bailas! —gritó la señorita Brown.

—Lo siento, lo intentaré de nuevo —le contesté.

—Recuerda mantener la postura erguida y la mano sobre mi hombro —repitió por enésima vez.

Yo rodé los ojos, ya me lo sabía de memoria y no paraba de explicarlo. ¡Podría no saber bailar, pero tampoco era estúpida como para olvidarme al instante!

A este punto del día, lo único que deseaba era meterme bajo las sábanas y echarme una buena siesta. Lamentablemente todavía quedaba el verdadero baile.

Dos horas más tarde, la doncella entró en el dormitorio, que era donde estábamos practicando, y haciendo una reverencia fue a abrir el armario para vestirme otra vez.

—Recuerda todo lo que te he enseñado, nos vemos mañana —se despidió la institutriz.

—¿Vendrás mañana también? —pregunté.

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