Caperucita blanca

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-Se están retrasando -dijo Nasedi mirando la vajilla de un aparador aunque solo había pasado medio minuto desde su llegada.

-Enseguida vendrán -contestó tranquilamente Rymna desde detrás de la mesa.

-Dijo al atardecer.

-Quizás se refería a cuando terminara el atardecer o a la mitad. Justo acaba de empezar.

-No me vengas con jueguecitos, no digas que voy pronto, yo siempre voy puntual.

El número tres de la calle cantor era una casa grande de dos plantas con jardín y amurallada, tenía todas las habitaciones perfectamente amuebladas, no había polvo, las estanterias estaban llenas de libros y el jardín tenía la hierba cortada y los árboles podados. Podría haber sido una casa habitada, pero le faltaba algo, no había hermosa ropa digna de quien viviera en esa casa, no había cuadros con bonitas estampas familiares o con recios retratos de antepasados, los libros no escondían historias de aventura, romance o poesía y en el jardín faltaban flores de diferentes colores que atraerían a las mariposas. En cambio, los armarios estaban vacíos, las paredes lucían desnudas, los libros eran tomos pesados sobre temas aburridos que a nadie interesaban y no había flores ni mariposas. A aquella hermosa casa le faltaba alma, esa alma que tienen las grandes casas cuando alguien vive dentro y en ellas depositan sus recuerdos, esperanzas y temores.

La primera en llegar fue Rymna, que se encontró la puerta del jardín y la principal abiertas, tras ella llego Nasedi, justo al inicio atardecer, siempre puntual. Estaban esperando en el salón-comedor al resto, en ese momento entraron Vel y Césil.

-Podrias cortar la tensión que has generado con la espada, Nasedi -dijo Césil mirando la sala.

Vel se sentó en el sofá y dejó la cerbatana a su lado.

-También podría cortar tu arco, ¿quieres verlo? -la atacó mientras sacaba la espada de su vaina y la apuntaba.

-Deja eso, idiota -habló una voz desde la puerta-, o podrías cortarte.

Caperucita naranja se giró para descubir que acababa de llegar su amiga de azul y le sonrió. Guardó la espada.

-Antes de darme tiempo a cortar nada ya me habrías disparado -comentó guardando la espada y dejándose caer en un sillón.

Akala retiró un poco un poco su camiseta para dejar ver la pistola que llevaba en la cinturilla del pantalón y añadió:

-Siempre preparada para pegar un balazo a alguien.

-Vaya, voy a ser yo la única sin arma -comentó Rymna.

-Vamos nosotras y nos lo creemos, todas sabemos que llevas encima unas cuantas mezclas poderosas, rosita -dijo Nasedi mirándola con desprecio.

Caperucita rosa bajó la mirada, inocente. Césil se sentó junto a Vel que observaba el atardecer desde su asiento, ajena a las peleas entre sus compañeras.

Reila entró apurada y con el hacha al hombro.

-Perdón por llegar tarde -se excusó-. Vivo en la otra punta de la ciudad.

-No llegas tarde -intervino Vel-. Ella aún no ha llegado.

-Esa capulla nos va a tener aquí esperando una hora como el otro día -afirmó Akala.

-No la insultes -dijo Rymna.

Caperucita Azul dedicó una mirada fría a la más pequeña, ya se había puesto el Sol y ninguna se había percatado de que las luces de la habitación se habían encendido.

-Insultaré a quién me de la gana, enana.

-Habrías de cuidar tus modales, Akala -aconsejó una voz fría y neutra desde la puerta.

Siete caperucitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora