Capítulo 3

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Dimensión Alternativa

La tenue luz del sol me despierta a las seis y media de la mañana. No he dormido más de cuatro horas, pero ya estoy acostumbrada a madrugar.

No recuerdo casi nada de lo ocurrido anoche, pero milagrosamente, no tengo resaca. No sé por qué, pero tengo el don de poder beberme todas las bebidas alchólicas de la ciudad y no tener resaca al día siguiente. Probablemente porque tendría un coma etílico, pero bueno, habéis entendido mi exageración.

Nada más lenvantarme de la cama, caigo al piso.

—Mierda... —Susurro. Joder, se me olvidó que aún tengo los tacones puestos.

Me vuelvo a sentar en la cama para quitarmelos y siento el mayor alivio que he sentido nunca. Supongo que así se sentirán las chicas que usan sujetador al quitárselo, yo, como no me pongo esa prenda del demonio, mis pechos siempre están felices y libres.

Tengo el cuarto patas arribas, debería ordenarlo, pero la vida es muy corta como para perder el tiempo en ordenar algo que acabará desordenándose otra vez.

Lo que sí que tengo que lavar, es la funda de la almohada. Está asquerosamente manchada de maquillaje, me da miedo mirarme al espejo si soy sincera.

Al quitar la funda, veo debajo de la almohada, una nota. Cuando la leo, me vienen a la mente pequeñas imágenes de noche y recuerdo haberla leído también anoche.

—¿Pero qué...? —Al leerla me da un escalofrío, ¿me están acosando a caso?

—A.F. —Conozco a varias personas cuyos nombres empiezan por A, pero ningún apellido por F.

Después de ducharme y arreglarme, bajo a la cocina a desayunar. Arreglarme me lleva un buen rato, cuido mucho mi físico, todos los días me maquillo de manera drámatica, ya sabéis, cejas perfectas, pestañas postizas, contouring, pintalabios, y un largo etc. Me gusta resaltar mis virtudes, qué puedo decir.

Cuando bajo, no encuentro a nadie, no sé dónde estará mi madre, pero está claro que en mi casa no.

Cojo la primera barrita energética que pillo y un zumo de naranja. La casa parece una pocilga, puedo soportar que mi cuarto esté sucio, pero el resto de la casa no.

Voy a pasarme por casa de Connie, a lo mejor sabe algo de esta nota.

Cojo el autobús, y en el trayecto, desayuno. Sé que podría ir caminando, no está tan lejos, pero ya sabéis lo que me gusta mirar por la ventanilla.

Connie y yo somos dos polos opuestos. Puede que ese sea el motivo por el cual, es de las pocas personas que me caen bien. Es tan inocente y risueña, que a veces, me da hasta pena. Porque sé que algún día le harán daño, tiene demasiadas debilidades.

Tengo una copia de las llaves de su casa así que entro sin problemas. Nada más entrar, me encuentro a un chico lleno de tatuajes con el pelo largo. Nunca entenderé ese afán por los chicos "malos" que tiene Connie y el 90% de la población femenina.

—Adiós guapa. —Me guiña el ojo mientras sale de la casa. Me acuerdo de él, es el motorista aficionado a mirar a mujeres como trozos de carne.

—Que asco. —Subo las escaleras y entro en el cuarto de Connie.

—¡Alycia has venido! —Va corriendo a abrazarme y en ese momento, le hago la cobra. Me apuesto lo que sea a que aún no se ha duchado y no me hace especial ilusión abrazarla después de haberse acostado con alguien.

Nothing Gold Can StayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora