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Apostar su marca aquella noche había sido un error fatal. Kara lo sabía mejor que nadie. Vaya si lo sabía... Ahora estaba bien jodida.

No había sido su culpa, aquel cabrón había hecho trampas y lo sabía. Llevaba años apostando su marca y nunca la había perdido; si aquella vez había sido diferente era porque aquel humano repugnante había hecho trampas en el juego.

Y no poder demostrarlo era lo que más le jodía.

Tener o no tener la marca le traía sin cuidado, se la pelaba sobremanera no poder volver al Infierno, como si aquello debiera de disgustarle. ¡Era el puñetero Infierno! ¡Ni siquiera el Diablo quería estar allí!

Por eso subía tan a menudo al mundo humano. Kara disfrutaba camuflándose en la Tierra como si fuera una más, armando jaleo y manipulando a quién se le antojara. ¡Oh! ¡Y mostrándoles su verdadera forma! ¡Eso era una completa pasada!

Una vez, se cruzó con un tipo muy grande por la calle que se le acercó con una pistola en la mano y se la puso en el cuello. Llevaba tatuajes por todo el cuerpo, hasta en el cuello, y Kara solo quería admirarlos más de cerca, sobre todo cuando reconoció aquellas palabras en latín: Arderás en el Infierno. Menudo capullo, seguro que no se le ocurrió pensar que acabaría cruzándose con alguien como ella aquella noche. ¡Y amenazarla con la pistola! Aquello sí que le dio ganas de echarse a reír.

Por eso básicamente fue que lo miró directamente a los ojos y dejó caer su piel humana. Normalmente ocupaba los cuerpos de otros cuando estaba en la Tierra, su propio aspecto humano llamaba mucho la atención con la melena blanca y los ojos de un dorado tan intenso que parecía oro fundido; pero aquella vez no le había apetecido tener que elegir a alguien para que le sirviera de cuerpo. Además, que aquella noche había sido tan oscura, sin luna y solo con un par de estrella en el firmamento, que creyó que su aspecto podía disimularse mejor en la negrura de las sombras.

Aquel gilipollas de los tatuajes la había visto igualmente y se había burlado de su pelo, fue cuando Kara le enseñó los dientes afilados cuando se cagó tanto de miedo que la amenazó con la pistola.

Kara solo sonrió cuando tuvo la boca de la pistola bajo la mandíbula, y en el primer parpadeo de aquel tipo, dejó ver su verdadera apariencia: tan negra que hasta parecía que te envolvía, tan ardiente como el fuego, tan demoníaca que aquel tipo se meó encima antes de soltar la pistola y echarse a llorar de rodillas al suelo.

Fue patéticamente divertido.

Sin embargo, aquel gilipollas, el cabrón que le había robado, no había ni pestañeado cuando lo acorraló en la parte trasera del local e hizo exactamente lo mismo que con el tipo de los tatuajes aquella vez.

— Sé lo que eres... — Le había advertido a Kara antes de transformarse. — y no me das miedo.

Bastardo asqueroso... ¡Que no le daba miedo, decía! ¡Será subnormal!

Por eso supo que había hecho trampas, porque cualquiera en su lugar se habría echado al suelo de rodillas y hubiera empezado a rezar porque no le arrancara los huevos con sus propias manos.

Aquel tipo debía de estar al tanto de todo lo relacionado con el Mundo de las Sombras; tal vez se hubiera cruzado con alguno de los de su especie con anterioridad, o con alguno de esos capullos de los Ángeles Caídos que tanto se le atragantaban a Kara.

Un cigarro para el diablo.Where stories live. Discover now