Una enorme casa; una enorme vida.

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(...)el camino de mi casa hasta la gran mansión siempre se ha hecho eterno: ¡Sólo son 9 casas de diferencia!

Al fin llego a la entrada de la gigante casa, cruzo por el ante jardín que se encuentra decorado por muchas rosas (todas blancas) y luego de esa caminata llego a la enorme puerta de roble.

Toco un par de veces (provocando con ello con sucesivo eco rítmico sin sentido) hasta que la puerta se abre ligeramente dejando ver tan sólo un ojo izquierdo color verde.

-¿Me dejarás pasar o debo esperar a que termines tu revisión exagerada?- Le pregunté en un tono agrio (por alguna razón siempre actuaba así con él). Efectivamente, él estaba observándome detenidamente, como hace siempre que nos vemos. Por alguna razón esos ojos verdes y expresivos, decorados con gruesas pestañas negras y grandes ojeras, me ponen nerviosa.

-Pasa...-Su voz, como siempre luego de llevar a cabo una fiesta, era pastosa y grave, muy grave.-Supongo que vienes a lo de todas las noches.- Dijo antes de abrir por completo la puerta, dejando a mi vista su cuerpo tan solo cubierto por unos vaqueros gastados y una camisa blanca abierta. No pude evitar ver su torso. Rápidamente pasé a su lado, absorbiendo de manera inmediata el olor a alcohol que desprendía de su boca. Sin preguntar ni volverle a ver me dirigí a paso seguro entre varios pasillos, a fin de cuentas ya me los se de memoria (Derecho hasta las escaleras mas grandes que mi casa, a la izquierda antes de llegar al estudio, atravieso por el comedor estilo siglo XIX, a la derecha y llego a la cocina; que no hace falta agregar pero era gigantesca) y en todo ese trayecto él me seguía, en silencio; ya todo era una rutina, pero de esas de las que nunca te aburres.

Abrí el primer cajón y saque una pastilla (eso le quitaría la jaqueca) y me dirigí al refrigerador y saqué un jarrón lleno de jugo de no se que (era de un extraño color morado, tal vez de uva...) y serví un vaso; todo aquello lo puse sobre una mesa y le indique que se sentara. Él lo hizo e inmediatamente se tomó la pastilla junto al jugo. Mientras él se recuperaba de la caña de la esa noche, yo me acerque a otro cajón y saque una vela blanca (esta, al estar completa y nueva, tenia el tamaño de mi antebrazo).

-Gracias por la vela...Y por favor, abrochate esa camisa.- Le dije antes de hacer el mismo recorrido para llegar otra vez a la enorme puerta de roble. Se que él me escuchó y sentí su mirada clavada en mi nuca mientras me retiraba hasta que ya no me pudo ver.

Salí de esos terrenos y me fundí con el alba, estaba amaneciendo (deberían ser cerca de las 06:00 a.m). Recorrí las nueve casas de distancia hasta la mía, me adentre a ese lugar tan conocido y cambie la vela; ahora si puedo seguir tocando la guitarra sin tener presente en mi mente esos ojos verdes...

En busca de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora