El tacón de mis zapatos resuena cuando subo las escaleras para llegar al segundo piso. Es el único sonido que se puede escuchar con claridad. He hablado con ella hace ya un rato y sé que siente temor por lo que la entrega le espera.
La silla y el escritorio están cubiertos de una fina capa de polvo que vuela cuando mi palma entra en contacto con ellas. No me molesta esperar por su visita; siempre he sido paciente en cuanto a las reuniones. Pequeñas ramas rasgan los vidrios al unísono de los pasos que se van acercando; su encorvada figura se detiene unos segundos en la puerta; la tensión emana de su cuerpo. La silla se recorre unos centímetros hacia atrás cuando me levanto para ofrecer el asiento que se encuentra delante de mí. Mi mano derecha hace un pequeño giro para ceder un saludo y una invitación a adentrarse de lleno en la habitación.
Recordar lo que he investigado, causa un extraño efecto que no quiero revivir. Las imágenes de Ross intimando con diferentes hombres hace que surja un sentimiento de pena por ella. Ladeo la cabeza repetidas veces, esperando que mi pesar no resalte de manera extravagante; mi frío mirar se suaviza cuando veo gotear su barbilla y esta vez no intento acercarme para dar un falso consuelo. Sus palmas resbalan por su rostro, borrando el río que sale de sus ojos color avellana; su atención se centra mi persona y lo único que me dirige es un leve asentimiento.
Afuera, las ramas y las hojas se mecen a causa del viento que golpea contra ellas y rebota en los cristales de la ventana. Los sonidos de la naturaleza no llegan a escucharse; sollozos y pañuelos contra piel opacan la dulce melodía exterior.
Sobre la mesa hay tres fotografías, todas de Russel; en el callejón, en el bar y en el auto. Cada una con un amante diferente, con una infidelidad inexcusable.
Observar las imágenes y sentir ese incómodo cosquilleo me recuerda que esto no es el trabajo que suelo hacer. Mi subconsciente me reclama una explicación y no sé qué clase de respuesta darle. Quizá fueron sus grandes lagunas verdes las que me hicieron aceptar este trato.
Las lágrimas siguen cayendo, sus mejillas se han tornado de un tono rojizo, su labio no ha dejado de temblar y a pesar de todo esto, su rostro ya no muestra dolor ni miedo. Se ha resignado a terminar con esto; hay determinación en su mirar.
El pago ha sido saldado y sin pronunciar palabra alguna se marcha. Mejillas hinchadas y córneas cansadas de soltar gotas saladas acompañan a Katy. Su mirada temblorosa me ha devuelto recuerdos que mueven algo viejo en mi interior.
La misma cría con sonrisa rota.
Aun puedo sentir el dolor de la pequeña que lloraba encerrada en un armario, temerosa de hacer demasiado ruido y ocasionar una nueva reprimenda. Las manos me escuecen, molestas de mi nulo intento de ayudarla. Golpes y el color escarlata de la sangre llenan mi mente; mi puño choca contra la madera, levantando partículas de polvo que se llevan los recuerdos.
La madrugada trae consigo un viento frío y ambiente de invierno; el abrigo negro apenas ayuda a que el calor no escape de mi cuerpo. Los árboles parecen danzar al son del sonido de los insectos y más allá de parecer un acto lúgubre, toma forma de algo dolorosamente dulce.
La caminata de regreso a los edificios modernos y al barullo de los autos es un poco más larga de lo normal. La compañía de la noche parece arrullar mis pensamientos, concediendo el permiso para reflexionar al compás de mis pasos. Mi vida ha estado vacía desde que puedo recordar; el esfuerzo que hice por llenar ese hueco solo funcionó para entender que no me fastidia no tener a alguien sobre quien apoyarse.
La luna brinda luz a mi mente y junto a sus compañeras las estrellas, me retiran el permiso, dejándome sentir la soledad tal y como es; sin miedo y con los brazos abiertos, mala o buena siempre ha estado aquí. El momento de tranquilidad se ha desvanecido.
El pulso cardiaco se acelera y la culpa que creí haber dejado hace bastante tiempo atrás, comienza a subir. Farolas, calles, sonidos y edificios van quedando lejos; el viento retiene las hebras moradas a mi espalda. Las botas resuenan como estampidas contra el concreto, llevándome de manera veloz al único lugar donde me permito sentir en carne viva el dolor.
El ascensor da un descanso a mis pulmones ya cansados, no quiero ver el reflejo en las paredes metálicas del aparato.
No soy yo.La chica con los cabellos adheridos a la nuca y sudor frío resbalando en la espina dorsal, está asustada. El bolso con el pago dentro se estampa contra el viejo sofá; ropa sucia va cayendo en el piso mientras dirijo los pasos a la ducha. La melena oscura cubre por completo mi rostro y el agua que corre, se lleva parte de los sentimientos escondidos. Las hebras color fantasía se disuelven en el camino a la habitación. Una vez con la almohada en contacto con la piel desnuda, la puerta del armario se abre poco a poco, dejando salir a una pequeña con rostro lleno de temor.
No es real .
Su angelical cara está mojada y flujo nasal gotea de su enrojecida nariz; hay hematomas en su piel junto con sangre seca en su ceja. Con pesar y sollozos, camina a la base de metal; los brazos se levantan a la altura justa para que pueda alzar su mallugado cuerpo. Se abraza a mí y suelta lágrimas, mientras me dedico a acariciar su cabello.
No es real.
—Ya no habrá más golpes. — susurro contra la parte superior de su cabeza- Tu soledad va a desaparecer.
Con estas palabras, sus ojos dejan soltar gotas saladas y empiezan a cerrarse, durmiendo por una vez en su corto período de vida, con tranquilidad.
Ella ya no existe.
La mañana me recibe con un sentimiento amargo y parte del dolor se ha desvanecido; la pequeña se ha marchado una vez que se concedió el permiso de descansar. Sé que le he mentido acerca de su soledad. En unos años aprenderá que no es dolorosa como piensa. Sólo cambiará la debilidad por máscaras y los hematomas por armas, tal como su versión actual.

ESTÁS LEYENDO
MICSIA [CANCELADA]
Novela JuvenilHace frío. El cuerpo me chilla de dolor y a pesar de eso, sigo creyendo que hice lo correcto; mi lugar por el de Zoey. La sangre gotea, las paredes se cierran y la esperanza se pierde. Nadie vendrá por mí. No después de lo que hice. La traición se p...