La vida es un espiral que nunca termina; es un resorte que solo se dedica a girar en una dirección que no siempre es clara para todos. Rota y se puede observar el movimiento, pero, nunca se está cien por ciento seguro en conocer la dirección en qué se encuentra.
Es una rutina.
En ocasiones puede parecer sencillo poder modificarla, pero no lo es cuando tu vida no te lo permite y mucho menos cuando hay alguien que no te deja cambiar.
Para algunos, la vida puede ser una especie de regalo que vale la pena aprovechar cada día, por desgracia, para otros nos puede resultar que ésta se ríe en nuestro rostro. No todos podemos contar con la suerte de estar rodeados de personas que se alegran de verte por el hecho de sentir afecto hacia ti; yo sí que me encuentro en un mar de gente que entra y sale cada hora con un sentimiento muy distinto al afecto. Algunos están contentos de verme y sé que debo mantener esa satisfacción para que regresen y poder guardar mi rutina.
Me daría tanta alegría poder romperla; dejar de hacer lo que hago y poder buscar lo que hace tanto anhelaba y ahora ya no sé qué era. Me vigilan. Al frente, atrás, en cada esquina hay personas que se divierten, pero nunca dejan de vernos.
Quieren que siga con este número y mantenga constante la cantidad de clientes que vienen. Ya no puedo sentir odio ni desprecio por lo que me ha tocado ejercer; más de una vez se me ha dicho que soy lo que hago para vivir, pero ya no me interesa. Mi cuerpo ya no es mi propiedad. Ha sido machacado y herido infinidad de veces. No es mío, le pertenece a alguien que se hace llamar mi salvador.
Mis sueños se han disuelto en el instante en que la planta del pie ha rozado este suelo. En el preciso momento en que me lanzaron a sus brazos y un fajo de billetes fue devuelto, entendí que no podría volver y por mas firme que me opusiera, más larga sería mi estadía con estas personas.
Ya no hay luz que entre por la minúscula ventana, ha oscurecido. El mallugado recipiente que le sirve de refugio a mi alma está frágil. Me revuelvo por última vez en el viejo colchón y me levanto, omitiendo el reflejo que el espejo de la pared me suele regalar; algunas veces existe tanta negrura en la habitación que no se puede ver algo en él.
No tenemos bombillas ni electricidad en los cuartos. No las necesitamos.
Nuestras horas de sueño son en el día, cuando la luz puede pasar por el pequeño hueco del muro y esa es toda la luz que podemos necesitar. El pasillo es frío y está sucio. Algunas debemos caminar por él descalzas; no cualquiera puede darse el lujo de comprar sandalias especiales para la ducha. Debemos tener lo justo y lo estrictamente necesario.
Tampoco tenemos baños propios, debemos compartir. Las regaderas son un simple cuadro sin baldosas. Está helado.
Los huesos se marcan de manera sutil, el cabello sucio se mezcla con la piel cuando todos los cuerpos se encuentran desnudos. Las llaves giran y el agua que emana, se va calentando. A prisa, la barra de jabón de desliza por la piel y por el cabello. La coloración de la mayoría se encuentra entre un pálido que puede pasar por normal y una palidez enfermiza debido a una nula exposición a los rayos del sol. Todas portan una marca que las califica como miembros de la misma residencia; la quemadura sobre la piel con tonalidad de porcelana se vuelve tan notoria.
Un secado rápido de extremidades y torso, un cepillado veloz por las cabelleras y un albornoz de colores suaves. Todas marchan de regreso a su pequeño dormitorio, untan cremas con loción por aquí y por allá, miran sus cuatro muros y vuelven a salir.
Las luces se encienden.
El rojo mancha todo a su paso. El olor a cigarrillo comienza a hacerse presente junto con el sonido de las botellas que repiquetean contra la barra.
Aun es temprano, por lo que algunas se dan el gusto de acomodarse y otras de retocar el maquillaje que no se habían aplicado.
Afuera, el viento sopla y crea melodías que solo viejos sabios y árboles pueden descifrar. Los sonidos de la noche se hacen escuchar, acompañados de un constante pisoteo un poco inusual en esas calles.
El pie izquierdo parece tener una relación de amor-odio con el piso, pues no deja de separarse y acercársele cada segundo. El cartel con millones de luces led, incita a entrar en su seductor edificio. Hebras cortas y oscuras se adhieren al viento que sopla en su espalda.
Se decide y dirige sus pasos para entrar en el callejón junto al lugar donde se disponía a entrar. La puerta trasera se abre y deja salir una espesa nube de humo. Dentro todo está mucho más iluminado que en la entrada principal. Hay chicas semidesnudas andando por los pasillos y varias parejas arrinconándose, con sus lenguas tocando el fondo de la garganta de su acompañante.
Una vez que se encuentra bien entrada en el edificio, se dispone a recorrer el lugar buscando a una persona en especial. Todas las mesas están llenas de botellas y colillas de cigarrillo, abandonadas a la espera que alguien más se ocupes de ellas.
La barra está menos concurrida, por lo que se acerca y llama la atención de la mujer que está detrás de ésta.
—Disculpa. — suelta a la barista que porta un pequeño delantal de encaje a modo de vestimenta, pues su compañera está demasiado concentrada en satisfacer las necesidades sexuales de su cliente.
— ¿Qué puedo ofrecerte, cariño?—ronronea mientras echa por delante su pecho para que pueda verse la piel que su delantal "cubre". —¿Cerveza, tequila o una noche conmigo?
Su última opción viene acompañada con una revisión de pies a cabeza y un guiño exagerado.
Un escalofrío recorre su espina dorsal, la boca le parece seca al instante y en respuesta a su coqueteo, la ceja se levanta lo suficiente como para casi tocar el inicio de su oscuro cabello.
—Busco a Zoey. — declara con voz demandante, echando por tierra sus intentos de una noche juntas.
Los labios coloreados de un rojo vibrante se le tuercen con desagrado:
—Al fondo. —señala con su cabeza un segundo pasillo.
Como llamada a escena, una escuálida rubia con el cabello pegado a la piel y con el diminuto albornoz tan característico de este lugar, sale del corredor oscuro. Ni siquiera se detiene a agradecer a la mujer que le ha brindado la información, pues sus pasos ya se encuentran en dirección a la chica.
—Hola. —un pequeño atisbo de sorpresa es pronuncia en su rostro. Sus facciones se iluminan y la sombra de una sonrisa se deja ver su boca.
El lugar entero parece una pocilga; condones usados esparcidos por los rincones, botellas con un líquido amarillento dentro, cigarrillos a medio fumar y pequeños charcos de escupitajos adornan el suelo.
Su mesa está alejada de la vista de los demás y la conversación no va más allá de lo que sucede en el recinto.
—Entonces. — trata de estirar la fina tela sobre sus piernas. —¿Vienes por lo de la otra noche?
Su cabeza hace un gesto negativo
—No. —menea la mano para alejar un poco el humo del cigarro que hay en el ambiente. – Vengo de visita y saber cómo te encuentras.
El fantasma de la confusión se pasea por su rostro y sus labios se elevan en un intento de sonrisa que le falla. La melancolía se apodera de su voz:
—Hacía tanto que no escuchaba esa pregunta.
Un par de hoyuelos se observan cuando una pequeña sonrisa aparece en su boca.
Una real.

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MICSIA [CANCELADA]
Teen FictionHace frío. El cuerpo me chilla de dolor y a pesar de eso, sigo creyendo que hice lo correcto; mi lugar por el de Zoey. La sangre gotea, las paredes se cierran y la esperanza se pierde. Nadie vendrá por mí. No después de lo que hice. La traición se p...