Capítulo 7

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—¿Armas?—la mirada de Máximo va directo a las manos de Steven.— ¿Para qué?—
Sobre la mesa se encuentra una bolsa deportiva, con varias pistolas  y algunos rifles que sobresalen del saco.

—Podríamos necesitarlas.— aconseja.
Máximo toma el bolso y lo aleja de la mesa.

—No pienso que sea necesario.— comienza a sacar las armas y colocarlas de nuevo en el muro.—Es una chica.

—Sí, una chica que investiga para proveedores.—levanta la voz.—¿Crees que no se defenderá si nos ve?

—Steven, piensa.—dobla la bolsa.—Se sentirá amenazada si llegamos armados.

—Y no querrá trabajar con nosotros.— Al fin habla Hazael; entrando a la sala.

—Bien. Sin armas.

Steven cruza sus brazos y se deja caer en una silla cual niño regañado.
—Buen chico.—Santana le pasa una mano por el hombro; ganándose una mirada molesta de parte de él.—¿Nos vamos?

                                                                          ~*~
—¿Ya llegamos?.— pregunta Máximo, asomando su cabeza entre los dos asientos delanteros.
—Casi estamos ahí.—Santana contesta.
—¿Aún falta?.— incrédulo se recarga de nuevo en su lugar.—Pero si está a nada de anochecer.
Hazael le mira por el espejo retrovisor, mientras conduce.
—Está fuera de la ciudad. —dice con voz neutra.

Después de conducir durante 15 minutos, aparcan delante de un recinto enorme.
La maleza que lo rodea ha crecido considerablemente y casi dificulta la entrada; hay manchas y rayones sin sentido en las paredes exteriores.
—¿Entramos o esperamos aquí?.—pregunta Santana, admirando el edificio.
Steven abre la puerta trasera y baja de la camioneta, sin esperar respuesta a la cuestión hecha.
—Pienso que deberíamos entrar.—dice—Podemos investigar un poco el lugar antes de que ella haga su entrega de hoy.
—¿Y si llega mientras estamos dentro?
Santana saca la cabeza por la ventana y mira al castaño.
—Entra. Vamos a estacionarnos en otro lugar.

Apenas Steven está dentro del auto, Hazael realiza el mismo camino de hace unos momentos en reversa y se posiciona detrás de un muro a medio derrumbar.
Las plantas y algunos árboles sirven de camuflaje para la camioneta.
—Sus entregas, según el proveedor.— recuerda Máximo.- son entre las doce y tres de la mañana.
—Tendremos que esperar su aparición.
Un suspiro se escapa de los labios del castaño al ver su reloj de muñeca.
Las nueve y tres cuartos.

2:10 am.

No han despegado la vista del lugar.
A pesar de que el muro cubre la mayoría de su visión, les permite estar pendientes si alguien entra.
Máximo se ha quedado dormido, dejando la vigilancia a sus 3 compañeros. Una bolsa de dulces vacía descansa sobre su regazo.
—Ahora sí podemos entrar.—Steven se estira y dirige sus palabras a los asientos delanteros.
—De acuerdo.—Hazael asiente y baja de la camioneta.
Santana alarga sus brazos para golpear en la cara a Máximo, quien no ha dejado de roncar.
—Abajo.—ordena una vez que éste despierta.

La puerta de madera está roída, por lo que no es difícil darles paso.
Dentro hay balcones interiores, los cuales siguen una forma elíptica; sus decoraciones se han caído.
Su color blanco se ha convertido en uno sucio.
La pared debajo de estos ha perdido su tono rojizo; la pintura se ha despellejado.
Frente a ellos se encuentran unas escaleras en pésimo estado; los escalones se han ido derrumbando, dejando restos del concreto con el que estaban hechos.
El barandal de metal está oxidado, no puede soportar el peso de un ave pequeña sin tambalearse.

Algunas ventanas están rotas y los árboles han aprovechado para dejar que sus ramas crezcan lejos del sol.
La naturaleza ha tomado poder del lugar.
Le ha hecho compañía a este recinto que pasó tanto tiempo solo. Su belleza fue devorada por el abandono.

No se han atrevido a romper el silencio que reina ahí.
Aún están sorprendidos por la visión que tienen.
—Esperémosla arriba.—susurra Hazael, señalando con la cabeza los balcones.
Los escalones chillan con cada paso que dan.
Mientras suben se dan cuenta de que un candelabro de cristal en forma de araña, cuelga del techo. La suciedad ha cubierto los sutiles colores que ésta tenía en las patas.
El viento sopla, provocando que el Arácnido se mueva al compás de la melodía que éste produce.
—Este lugar parece peligroso.— piensa en voz alta Máximo, sin dejar de ver el piso de abajo.
Una cabellera morada se ha posicionado junto a ellos:
—Lo es.- concuerda.— Para los desconocidos.

MICSIA [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora