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Mi bendita alarma estaba sonando, llevaba alrededor de cinco minutos así.

—¡Samantha, despierta! ¡Llegarás tarde el primer día de clases!

—En cinco minutos

—¡Entonces apaga la bendita alarma! —mi mamá tenía el tono perfecto para que me despertara, aventé mi colcha y mi celular salió volando. —¡¿Qué tiraste?!

—¡Nada!

Mi mamá entró a mi habitación buscando la evidencia, aunque recogí mi celular rápido sabía que ella se percató de las cosas.

—¿Qué hiciste?

—Nada mamá—dije intentando ocultar mis nervios.

—Enséñame el celular

—¿Por qué?

—Dámelo

Con modos le entregué mi celular, si tenía un mínimo golpe mi madre no me compraría otro hasta dentro de unos cien años.

—Ten

Lo revisó minuciosamente, gracias al cielo no le había pasado nada por lo que tuviera que preocuparme, mi mamá lo dejó en mi escritorio y salió sin decirme adiós hija.

—¡Adiós mamá!

Mi mamá debía trabajar temprano para que su día rindiera, tenía muchas ocupaciones como abogada y lo peor es que sólo la veía por las noches, aunque no siempre podía verla. Me metí a bañar rápido porque el tiempo se iba volando.

Después de unos veinte minutos en la ducha salí, busqué entre mi ropa algo cómodo y escogí un pantalón entubado de mezclilla de color gris y una blusa negra sin mangas con un unicornio de colores, mis tenis eran los de siempre. Salí de mi habitación para dirigirme a la cocina y servirme un poco de cereales, nunca he desayunado mucho porque me duele el estómago.

Salí de mi casa para tomar el transporte público ya que según mi madre no confía en nadie para que me lleve al colegio, pero un transporte público es cien por ciento seguro. El camino a la escuela fue corto ya que no vivía tan lejos. Bajé del transporte y corrí para alcanzar a una de mis mejores amigas, ella tenía el cuerpo perfecto para nuestra edad, rubia, ojos azules y un poco más alta que yo.

—Karina

—Sam, ¿nerviosa?

—Sí, francamente no me gusta iniciar las clases, siempre hay alguien nuevo

—Tienes razón... Pero es hermoso

—No

Estábamos estorbando en la puerta principal, justo cuando íbamos a caminar un idiota me empujó, me giré y lo miré con cara de odio.

—Se pide permiso

—¿Según quién?

—Según la educación y modales

—¿Sí?

—Idiota

Seguí mi camino antes de que ese imbécil pudiera decirme algo, mi amiga se quedó atónita ante su físico y bueno sí tenía buen cuerpo y cara, pero su idiotez era mayor. Caminamos hasta el salón con paso lento, casi llegando al salón me encontré con mis otras dos amigas Ana y Estefanía, nos saludamos como siempre.

—¡Hola!

—¿Qué tal las vacaciones?

—Perfectas.—Todas empezaron a hablar sobre sus vacaciones, yo me quedé en el limbo porque vi al idiota, se dirigía justo a donde estábamos nosotras, cambió su camino a la mitad y me sentí un poco más tranquila.

LiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora