Capítulo 1

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¡Maldito despertador!

Me desperté tarde, viendo como él permanecía apagado.

Tomé mis cosas y justo cuando estaba por salir recordé que no estaba vestido.

"Esto allá no sucedía" pensé, "ni siquiera necesitaba algún despertador".

Estaba enojado.

Tardé algo menos de quince minutos más hasta salir de mi departamento para dirigirme a la estación de trenes que me llevaría hasta la parada del colectivo y luego a la facultad.

Me apresuré para llegar un poco menos tarde.

Miré el reloj. El tren no venía. Otra vez miré el reloj, y dos minutos después: otra vez más.

Para nada me gustaban los horarios, pero tuve que aceptarlos para convivir con esta ciudad.

El tren llegó y cientos de personas aparecieron como por arte de magia corriendo por todos lados.

"Al menos no soy el único apurado" me dije y sonreí.

Como pude, a los empujones, logré subir.

Una estación y la segunda sería la mía.

Bajé corriendo, luchando contra el tiempo... y perdiéndolo.

Ya era muy tarde.

Mi retraso hizo que comenzara a correr cuidando que no se me caiga nada y esquivando a la gente (que también corría).

Faltaban tan solo dos cuadras para tomar el colectivo cuando lo vi pasar, presumiendo, por al lado mío.

Yo corriendo mientras lo miraba irse.

De repente: un fuerte golpe.

Por mirar para otro lado que no sea adelante choqué contra una joven que yacía en el suelo mientras yo la miraba entre el apuro por llegar tarde y la bronca por saber que se iba a hacer mucho más tarde aún.

- No debería mirar para otro lado que no sea adelante si es que prefiere correr- dijo cuando la ayudé a levantarse.

- Ya lo sé – dije irónicamente, mientras me preparaba para seguir corriendo.

- Espera, por favor... me siento mareada.

"¡Maldición!" pensé, "esto tampoco me había pasado nunca".

- Lo lamento, ¿cómo puedo ayudarte?

Por primera vez actué como el Andrés-sin-relojes.

Y por primera vez la miré.

Su aspecto era normal, la típica figura de una adolescente preocupada por su cuerpo y por mantenerse bella. ¡Valla que lo era! Su cabello castaño y lacio; y se dejaba caer sobre sus hombros. Ojos marrones y un rostro que realmente hacía que uno se olvide del tiempo.

Solamente una cosa me llamó la atención y al notarle abandoné completamente el desafío de llegar a la facultad ese día: su síndrome de down.

- ¿Te sientes mejor?- pregunté mientras se ponía de pie, otra vez.

- ¡Oh! Si... muchas gracias, lamento haberte hecho perder tiempo. Tal vez sea hora de darme cuenta que la gente tiene razón al decir que a veces molestamos.

- ¿Cómo dices?- mi cara volvió a asombrarme una vez más en el día. No esperaba un comentario así y no sabía por que causa había surgido.

- No importa- dijo tristemente- supongo que ahora llegarás más tarde aún.

Incluso "AMAR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora