Capitulo Dos

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La granja no le pareció distinta cuando coronó la colina que le daba la primera vista de la casa, el granero y el establo. Bueno, para el Medio Oeste, aquello era una granja. Si estuvieran en el Oeste puro y duro, la llamarían rancho. Paró el coche, salió y estudió las vistas. No, no parecía distinta. El ganado pastaba en el campo e incluso podía ver los caballos en los corrales alrededor del establo.

Pero se sentía distinta. Sabía que su padre no saldría corriendo a saludarle como hacía siempre, apretándole con un abrazo osuno. Sabía que la cocina no olería a pan recién hecho, ni el baño a Old Spice, la colonia para después de afeitar de su padre.

—Vaya —murmuró para sí mismo, mientras observaba el hogar familiar con un sentimiento de profunda tristeza.

Después de respirar profundamente, volvió al coche y condujo la distancia que le quedaba hasta la casa, entrando a través de las columnas de ladrillo coronadas con luces hacia el largo camino de entrada. Paró el motor del coche. Tan pronto como abrió la puerta, le acosaron tres perros que habían salido del porche tan rápido como sus viejas piernas se lo permitieron.

—Hola, chicos, ¿cómo estáis? —Louis se arrodilló, regalando caricias y cosquillas, y recibiendo besos húmedos de perro y golpecitos de cola. Hizo todo lo que pudo para no romper a llorar ahí mismo.

La puerta principal se abrió y cerró con un golpe seco.

—Tu padre adoraba a esos perros tanto como tú. —Louis se levantó de nuevo mientras Len bajaba los escalones del porche y se apresuraba hacia el coche. Entonces Louis fue atraído hacia un profundo y familiar abrazo que deshizo lo que le quedaba de autocontrol, y finalmente rompió a llorar. Lágrimas gordas rodaban por sus mejillas y mojaban la camisa de Len, que también sollozaba en su hombro.

Cuando el torrente de lágrimas cesó, se separaron, ambos secándose los ojos con las manos antes de subir juntos las escaleras del porche.

—¿Qué ha pasado, Len? Parecía estar haciéndolo tan bien la última vez que estuve en casa...

—Ven dentro. Estoy preparando el desayuno y después hablamos. —Len abrió la puerta de la casa e hizo que Louis entrara.

Como era habitual, cruzaron el porche y el enorme salón hacia la cocina. Louis se sentó a la mesa, la misma en la que se había sentado de niño.

—¿A qué huele tan bien, Len?

—He hecho tus tortitas favoritas. No son iguales que las que hacía tu padre, pero están bastante buenas. —Puso un montón frente a Louis, junto con un café cargado, mantequilla, sirope de arce y todas las demás cosas que hacían de aquello un hogar. Esta era la comida favorita de Louis de todos los tiempos.

Intentó no pensar mucho en aquello y se esforzó por comer. Tan pronto como tomó el primer bocado y el sirope de arce se le deslizó por su garganta, se relajó un poco: estaba en casa. Aquello sabía a casa. El dolor por su pérdida amenazaba con sofocarle de nuevo, pero lo enterró por el momento. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que había comenzado a comer, pero tenía un apetito voraz. Len trajo su propio plato y comieron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

—Tenemos una cita en la funeraria esta tarde a las dos.

—Vale. —Louis continuó comiendo y gracias a Dios, eso fue todo lo que Len dijo mientras desayunaban, dejándolos a ambos solos con sus pensamientos. Una vez que terminaron las tortitas, se sintió mejor, un poco más fuerte y un poco más en control de sus emociones, aunque el dolor estaba todavía a flor de piel.

AMAR SIGNIFICA... NO AVERGONZARSE.|Larry Stylinson|Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora