Capítulo 23 (Matt)

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No estaba del todo consciente, pues una negrura me invadía. No podía oír nada a mi alrededor, pero un intenso dolor se expandía por todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies, hasta la cabeza. Intenté mover mi mano derecha, pero solo me respondió el dedo índice, el único valiente. Gemí ante la punzada que se extendió por mi brazo y se instaló en mi cerebro. Éste había sido colonizado por un grupo de indios que tocaban sus tambores con energía, dejándome a mí sin ella. Abrí un ojo y una luz blanca me quemó la retina, gruñí en respuesta ante el ataque y no me rendí, sino que volví a abrirlos y me enfrenté con valentía a aquella luz cegadora. Parpadeé varias veces hasta que las imágenes comenzaron a formarse en torno a mí. Fue entonces cuando la sangre abandonó mi rostro.

Me encontraba encerrado en una jaula. Sin embargo, no era una de barrotes de hierro como ocurría en las películas de piratas o exploradores, donde las utilizaban para atrapar animales. Ésta era de cristal. Un cristal que parecía tan grueso como una pared de hormigón, haciéndolo completamente indestructible. Ni siquiera en mis mejores facultades, sería capaz de hacerle un mísero rasguño. El techo tenía unos focos externos, que no dejaban ni una sola esquina en las sombras. Además, una serie de pequeños agujeros, del tamaño de mi puño, lo perforaban para permitir la entrada de salida de aire. Me sentía como un escarabajo que ha sido atrapado por un niño y metido en un tarro, al que se le ha agujereado la tapa, para que pudiera respirar. Dentro de mi cárcel particular, había una cama estrecha, perfectamente hecha con sábanas inmaculadamente blancas. En la otra esquina se encontraba un retrete, tan limpio que dudaba que hubiera sido usado alguna vez. Si la persona que me trajo aquí pensó que haría mis cosas bajo la atenta mirada de la hilera de cámaras de última generación que rodeaba la jaula de cristal, la llevaba clara.

Una vez analizada la situación, decidí que era el momento de incorporarme, pues el suelo frío en el que me encontraba no era muy cómodo. Apoyé las manos sobre el cristal y obligué a mis músculos a levantarme. Mi espalda crujió y yo resoplé, soltando el aire que había aguantado debido al esfuerzo. Mi cabeza seguía debatiéndose si asesinar a los indios, o unirse a ellos en aquel baile alrededor de la hoguera y bajo el ritmo de los tambores. Acabé sentado, apoyado en el duro cristal, respirando entrecortadamente y sudando a mares. Miré mis ropas y vi que el traje de noche había sido sustituido por unos pantalones de chándal grises y una camiseta tan blanca como las sábanas de la cama de mi izquierda. También estaba descalzo, pero al menos me habían puesto unos calcetines, del mismo color pálido. A esas alturas ya estaba empezando a odiar ese color.

Un gruñido me hizo girar la cabeza a mi derecha. al otro lado del cristal había otra jaula, con el mismo decorado que la mía. Tirado en el suelo, se encontraba mi mejor amigo Derek, el cual estaba arrastrándose y luchaba contra la consciencia. Lo vi abrir y cerrar los ojos, mientras sacudía la cabeza intentando aclarar su mente, gruñendo de dolor. Estaba vestido de la misma manera que yo, mirando a su alrededor, con el ceño frunció y cada vez más enfadado. Creo que nunca lo había visto así. Cuando su mirada se cruzó con la mía pude percibir cierto alivio, el mismo que yo había sentido cuando vi que estaba vivo.

Mi amigo movió los labios y solo pude llegar a oír un pequeño susurro que se filtraba a través de los agujeros del aire. Al ver que no podía oírlo, me llevé un dedo a la sien y él enseguida comprendió, asintiendo con la cabeza. Inmediatamente sentí a Derek intentando entrar en mi mente. Debido al dolor que sufría mi cerebro, me costó concentrarme en bajar mi muro para permitirle entrar.

- ¿Estás bien? –me preguntó. A pesar de que me hablaba mentalmente, su voz soñó cansada, forzada y seria.

- Quitando el hecho de que estamos encerrados en Dios sabe dónde y un terrible dolor de cabeza, sí, estoy bien –

Atrapada en el Bosque #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora