Capítulo 25 (Phil)

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Una semana después...

Lavo mis manos con energía pero con sumo cuidado. A pesar de todo lo que muchos podrían pensar, siempre he sido muy cuidadoso con mi higiene, sobre todo cuando estoy trabajando con mis sujetos. El agua llega hasta mis codos, mientras froto con ímpetu, formando espuma con el jabón. Cuando termino, me las seco con papel, con suavidad y lentitud, quitando toda gota húmeda de mis brazos. A continuación, John y Bob, mis fieles guardaespaldas, me ayudan a ponerme la bata sin necesidad de que yo tenga que tocarla. Es simple protocolo. Cuando me giro hacia mi conejillo de indias, sonrío de medio lado. He de reconocer que me divierte enormemente ver la cara de sufrimiento de Matthew. También disfrutaba con la de los demás, pero la suya me provoca tanto placer como el mismo coito.

- Oh, vamos Matthew, no me mires así –le dije dirigiendo la mirada hacia mis utensilios, rozándolos con la yema de los dedos, pensando cuál usaría hoy en su cuerpo-. Sabes perfectamente lo que va a pasar ahora y por mucho que me fulmines con la mirada, no voy a dejar de hacerlo –

El lobo gruñó en respuesta, lo que me provocó una ligera carcajada. ¿Por qué estará tan enfadado? Todo esto es por el bien de la ciencia. Los humanos necesitan saber a qué se enfrentan. Necesitan saber qué es lo que se esconde en los bosques. Y yo estoy dispuesto a averiguarlo, costase lo que costase. Mathew y Derek, incluso ese ciervo llamado Aiden, que había conseguido hacia un año, deberían sentirse honrados por servir a tan noble causa. ¿Por qué gritaban de dolor entonces? Solo eran rasguños, pequeños cortes para ver cuánto eran capaces de soportar.

Me coloqué los guantes de látex. No está de más ser precavido. Además, mi aversión hacia la sangre tocando la yema de mis dedos me pone el pelo de punta y me dan ganas de vomitar. Recordé durante un instante, cuando había decidido arrancarle una oreja a aquel débil conejo, su líquido rojizo manchó mi rostro. Fue tan placentero como tener a una mujer, sentada a horcajadas sobre mí, saltando a ritmo desenfrenado en busca del clímax. Recuerdo el sabor de la sangre en mis labios y mi lengua cuando la pasé por ellos. ¿Era normal aquel comportamiento? Bueno, la respuesta me daba exactamente igual, por lo que nunca dejé de cortar, con cuchillos largos, cortos, gruesos, finos, poco afilados, muy afilados, serrados y lisos. Sus gritos de dolor, mientras intentaban deshacerse de sus ataduras, eran música para mis oídos, haciéndome respirar tranquilo y aliviado.

En esta ocasión, cogí una pequeña hoz. John la había conseguido para mí. ¡Qué considerado por su parte! Hoy la usaría en Matthew, a pesar de que no era su turno. Por un momento pensé en traer al oso pardo, pero algo en mi interior me enfurecía. Un retortijón en mi estómago, me decía que pronto algo pasaría y, estaba seguro de que Alexandra tenía que ver en ello. Así, alcé la hoz y la pasé con suavidad por el cuerpo del lobo. Él era el único al que aún no le había visto su forma animal, aunque la sentía en su interior, luchando por salir cuando el dolor era casi insoportable, pero nunca lo hacía y eso me frustraba muchísimo. Comencé en los pies, realizando pequeños cortes superficiales, provocando respingos en su cuerpo y gruñidos por su parte. Había tenido que amordazarlo pues el chucho podía morder si tenía algo a mano. Seguí subiendo, pasando por sus muslos y también su parte más íntima. Me pregunté si ya la habría utilizado con Alexandra y, el simple hecho de imaginármelo, me enfurecía aún más, provocando que ahora fuese yo quien gruñese y que los cortes pasaran a ser más profundos. Un gemido de dolor salió de sus labios, siendo ahogado por la tela que los mantenía presos. Dios, qué placer.

- Vamos Matthew, demuéstrame de qué eres capaz –susurré en su oído, mientras rasgaba su camiseta blanca y cortaba su abdomen, justo encima de la cicatriz de una herida anterior.

Una ligera punzada en la cabeza se instaló en mí cuando el lobo gritó de dolor, gruñendo entre furioso y dolorido. "Algo va a pasar, mi sexto sentido me lo dice", pensé realizando otro corte en el pecho. Aquella sensación no me gustaba nada de nada. Fruncí el ceño repentinamente enfadado y realicé cortes en sus brazos y en su rostro, tal vez así, Alexandra no lo encontraría atractivo y volvería a mí.

Atrapada en el Bosque #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora