Prólogo

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Corría como podía. Las ramas de los árboles y los arbustos, que impedían ver el sendero, golpeaban mi piel y rasgaban mi largo y pesado vestido blanco. La noche había caído hacía ya varias horas y la enorme luna llena invadía el cielo nocturno, iluminando el camino que recorría con mis pies descalzos. Mi mente intentaba buscar una explicación al motivo de mi jadeante carrera. Quería detenerme, quería sentarme y descansar. Las piedras y restos de la madera de los vegetales, se hundían en las plantas de mis pies. Dolía, pero en instinto de peligro me invadía y no me detenía ni siquiera a coger resuello. La adrenalina corría en grandes cantidades por mis vasos sanguíneos, agudizando mis sentidos de la vista y el oído, acelerando mi corazón e irregularizando mi respiración.

Mi rostro arañado y magullado miraba hacia atrás por el rabillo del ojo, en busca de mi perseguidor. Fuese lo que fuese lo que me estaba dando caza, se camuflaba perfectamente en la oscuridad. Sin embargo, sabía que estaba ahí. Su respiración, también agitada por la persecución, era mucho más fuerte que la mía y la notaba cada vez más cerca, erizándome los pelos de la nuca. Sus fuertes pisadas hacían temblar el suelo, crujiendo ramas y aplastando pequeños insectos que se encontraban en su camino en el momento y lugar equivocados. “Por favor, déjame en paz” pensaba, apartando una y otra vez las ramas que me iba cruzando.

Una piedra, tapada por hojas caídas y secas, apareció en mi camino, haciendo que cayese de bruces sobre el suelo. Mi vestido se convirtió en una masa de tela marrón y desgarrada. “De aquí va directo a la basura” no pude evitar pensar. ¿Cómo era posible que después de lo que estaba pasando aún podía hacer ese tipo de comentarios? Casi me había echado a reír y todo, pero eso sería cometer un grave error. Me di la vuelta, arrastrándome totalmente herida. Me dolían los pies, los cuales habían comenzado a sangrar y estaban llenos de ampollas infectadas por la tierra y el barro. Escudriñé en la oscuridad, mientras una nube se situaba encima del bosque y comenzaba a llover a cántaros sobre mí. “Lo que me faltaba. ¿Cuándo perdí los zapatos?” pensé en aquellos preciosos zapatos Gucci, blancos con un tacón tan alto que casi me mareaba de la altura. Sin embargo, mi mente estaba bloqueada, paralizando mi cuerpo, dejando mi corazón a punto de salir por mi boca y con el rostro tan pálido como la luz, ahora escondida, de la luna. Entre dos árboles, una sombra apareció, con unos ojos marrones muy penetrantes que me observaban atentamente. Un enorme oso se paró ante mí, cansado y con la larga lengua fuera, soltando un leve gruñido que me hizo estremecer. Casi parecía aliviado de que me hubiera detenido.

El miedo seguía paralizando mi cuerpo, no podía moverme mientras el animal, jadeando, caminaba hacia mí. Entonces recordé una de mis clases de Zoología en la Universidad: “Los osos se sienten amenazados cuando se les mira a los ojos, si alguna vez os encontráis con alguno, encogeos lo máximo que podáis, no lo miréis a los ojos y rezad para que os encuentre insignificante y os deje en paz” así que eso fue lo que hice. Bajé la mirada y observé las largas uñas que salían de sus dedos, lo cual daba aún más miedo al imaginármelo desgarrando mi piel con aquellas enormes garras. Se detuvo un momento mientras me observaba atentamente. Nunca había sentido una mirada tan penetrante sobre mí, nunca nadie me había mirado así. Como si quisiera entender quién era, qué hacía allí y por qué estaba vestida de novia. Eran preguntas demasiado complicadas e inteligentes para un oso, por lo que levanté la mirada con curiosidad, corriendo un enorme riesgo. Me encontré con sus enormes ojos marrones, pero no esperaba que estuviera tan cerca, podía sentir su aliento en mi rostro, pues había inclinado su cabeza sobre mí.

Entonces, se echó hacia atrás y movió atentamente sus diminutas orejas. Había oído algo que un oído humano no era capaz de percibir. Miré a mí alrededor, sin perder de vista al oso, el cual había escondido la lengua y miraba totalmente atento hacia el cielo. De pronto, un aullido de lobo sonó a lo lejos, provocando que al oso se le erizada el vello de la espalda y diera un paso atrás. Asustada, intenté mirar en la oscuridad, en busca del origen del aullido, el cual yo pude oír, lo que significaba que estaba más cerca. Un lobo no sería tan cauteloso conmigo. La adrenalina que aún recorría como loca mi sistema circulatorio me hizo reaccionar. “Mantente viva, Alex” me dije a mí misma mientras mi instinto de supervivencia despertaba, provocando que me levantara a toda prisa y saliera corriendo lo más rápido que el asqueroso vestido me permitía.

A mí espalda oí el gruñido sorprendido el oso. Lo oí llamarme, como si quisiera que me detuviera y volviera con él “Pues la lleva clara” dije en voz alta pero entrecortada. Miré hacia atrás y me resultó extraño ver cómo el animal se quedaba atrás, es más, no hacía ningún gesto por moverse y seguirme. Mis pies seguían sangrando y dolían, pero seguí corriendo, sin detenerme, como si la vida me fuera en ello. Cuanto más lejos estuviera de él, más a salvo estaría. Sin embargo, mi corazón seguía encogido y pensé que se detuvo durante un instante mientras sonaba otro aullido, a tan solo unos metros de mí. Corrí más rápido, no me atraparía sin que yo luchara. Giré la cabeza, esperando vez al lobo corriendo tras de mí, pero no veía nada en la oscuridad. En el bosque no había luces, y el pueblo más cercano estaba a bastantes kilómetros de aquí. También estaba el hecho de que yo estaba yendo en cualquier dirección, sin pensar a dónde ir. No era momento de pensar en ello, pero deseaba que no me estuviera introduciendo cada vez más en el frondoso bosque.

Tropecé de nuevo, la verdad es no llevaba la cuenta, pero mis heridas en las piernas y en las palmas de las manos iban en aumento. Me arrastré como pude, pues me había torcido un tobillo y el dolor que me producía era mucho mayor que el de las ampollas y los arañazos. Volví a mirar hacia la oscuridad y me quedé totalmente aterrada. Un lobo blanco se alzaba sobre mí. Su tamaño era descomunal, pues sentado era bastante más alto que yo, y sus ojos increíblemente azules como el cielo del mediodía, los cuales me observaban detenidamente, atento a mis movimientos, mi rostro pálido y mis propios ojos llorosos que comenzaban a carecer de esperanza por escapar. Quise gritar, pero no me salía la voz, quise correr pero mi tobillo se quejaba dejándome allí tirada, junto a las raíces de un enorme árbol.

Para mi sorpresa, no me atacó, sino que se echó sin apartar la mirada de mis ojos. No sabía qué hacer, si me moviese, me atacaría y tampoco podía quedarme allí hasta que se aburriese. Envolví mis piernas con mis brazos, rendida. Las lágrimas salieron de mis ojos como si hubiera abierto un grifo. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Era demasiado feliz que el Karma no lo podía permitir? ¿Iba a morir a los 21 años, después de todo, después de haber vivido tan poco? Pensé en mis padres, destrozados por la pérdida de su hija menor; en mis hermanos, peleándose por quién tenía la culpa; y, por último, en Phil, me guapo prometido. “Lo siento” dije en voz baja, como si pudiera mandarle mis palabras. El lobo incorporó la cabeza, la cual había estado apoyada sobre sus patas, como si estuviera sorprendido por mis palabras y por mi falta de lucha. A continuación, movió las orejas hacia los lados y el oso volvió a aparecer, situándose a su izquierda. El animal blanco lo miró con enfado y le gruñó. El oso le correspondió con un gruñido propio, mientras se ponía sobre dos paras.

Los miré entre asustada e intrigada. El lobo se había incorporado y ahora estaban a la misma altura. Él enseñaba sus dientes y el oso, ¿se encogía de hombros? Sentía como el ambiente se cargaba de una energía amenazadora. Sentía que se iba a disputar una pelea. Sabía que debía apartarme o yo misma acabaría metida en medio sin quererlo. Me arrastré hacia atrás hasta que me choqué con el tronco de un árbol, impidiéndome el paso. Ambos animales me miraron, como si se acabasen de dar cuenta de mi presencia. Entonces el oso comenzó a caminar hacia mí, ignorando el enfado del lobo, era como si me estuviera reclamando como suya. Yo era su cena. Justo cuando el lobo se agazapaba para saltar sobre el enorme animal oscuro, cerré los ojos y grité lo más fuerte que pude…

Atrapada en el Bosque #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora