Familia y muerte.

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Puto Caleb, putas lágrimas, puta yo. Así me sentía, usada, un objeto.

Los sollozos de mi parte no se hicieron esperar y pocos segundos después estaba envuelta en un mar de agua salada. Golpeé la puerta con mi cabeza en un gesto de obstinación y rendimiento, ya no quería más esto, no lo quería. Odiaba a mi corazón por querer proteger a mi hermano, quería ser egoísta, quería ser valiente.

"la valentía no existe" había dicho Caleb una vez.

Me paré y miré mi reflejo en el espejo, una chica pálida y de ojos rojos me devolvió la mirada, el pelo marrón enmarañado formaba parte de la imagen.

—Amira, sal—. El hijo de puta golpeó la puerta.

—no.

—no fue una pregunta—. Ordenó.

—necesito bañarme—. Repliqué.

—tienes quince minutos, ni más ni menos, apúrate. Tenemos que irnos.

¿Irnos? ¿De nuevo?

—está bien—. Contesté casi inaudible y entré en la ducha.

La ducha logró sacarme un poco la suciedad que sentía tener, pero obviamente, no pudo sacar la suciedad interna. Solo de pensar en cuando él...

—¡Amira sal ya!— Caleb golpeó bruscamente la puerta.

—¡ya va!—respondí el grito y abrí la puerta.

Salí y Caleb agarró mis manos y me estampó contra la pared.

—no soy una persona muy paciente—. Aspiró cerca de mi cuello—. Deberías ponerte otra ropa—. Salió del trance, me soltó y salió dando grandes zancada.

Sobre la cama había un short muy parecido al que llevaba puesto y una remera con tirantes finos, color gris y floja, tenía un estampado de HelloKitty, genial, la muñeca que odie durante toda mi infancia me atormentaba de grande también.

Me cambié la ropa y salí de asquerosa habitación, había un pasillo con varias obras decorativas y un enorme ventanal en el final. Me acerqué para mirar y ver donde mierda estábamos, pero alguien agarró mi mano y tironeó para el otro lado.

—¿tú eres la novia de Caleb?— una niña de la edad de Ian o tal vez más pequeña tiró de mi mano hacia el otro lado.

—algo así—. Contesté, no iba a decirle a una niña de tan poca edad que su hermano, tío o padre, o lo que sea era un secuestrador mafioso—. ¿Dónde estamos?

—en mi casa.

—sí, pero en qué ciudad—. Pregunté, la niña debía saberlo.

—en Ameba.

Mierda, eso estaba más lejos de lo que pensaba de mi casa.

—¿dónde estamos yendo?

—a la cocina, mamá preparó algo para que coman, Caleb y tú.

—gracias, pero no tengo hambre—. Solté su mano.

—pero mamá dice que debes de tenerla, hace dos días que no comes—. Replicó ella agarrando mi mano de nuevo.

Llegamos a la tan dichosa cocina y la mujer que había visto en el primer momento, Milena, creo se giró.

—mami, mami, ella es la novia de Caleb—. Se agarró a la mano de ella soltando la mía.

La mujer me miró como pidiendo disculpas, así que ella sabia la verdad.

—sí, nena, ¿por qué no vas a pedirle a Caleb algún juego?— la niña salió corriendo—. Lo siento, no puedo decirle a ella que... tú sabes.

—¿Qué Caleb es un idiota?, lo sé, créeme, mi hermano tiene su edad—. Arrugué la frente, el recuerdo de Ian, las amenazas—. Sería demasiado traumático decirle que su lo que sea es un violador—. Lo dije con un tono cortante, pero interiormente mi sistema estaba hundiéndose.

—es su sobrina, Caleb es mi hermano menor—. Dijo con tono maternal—. Mis padres murieron cuando teníamos veinte y diecisiete años, él empezó a meterse en temas ilegales: carreras, alcohol, venta de droga—. Hizo una pausa y me miró—. Hace tres años vino con la noticia de que había encontrado una chica en la playa, me reí ante eso porque Cal había dicho que jamás se enamoraría—. Suspiró—. Nunca pensé que su grado de locura llegara tan lejos.

—pero lo hizo.

—sí, y aquí estas, como una prisionera.

—no estoy aquí por voluntad, es cierto—. Concedí—. Pero prefiero eso a ver como mata a mi hermano.

—¿el te amenazó con hacerle algo al niño?— la incredulidad llenó su voz.

—si—. Apreté mis dientes—. Él lo secuestró y amenazó con matarlo, solo lo he visto una vez en lo que va del mes—. Suspiré—. Ni siquiera sé en qué día vivo.

Un golpe se sintió y Caleb apareció.

—¿qué hace ella aquí? Te dije que debíamos irnos—. Me señaló—. Ahora—. Agarró mi mano y tironeó hasta una puerta.

—¿podrías soltarme? Soy capaz de caminar.

—me di cuenta de que el modo romántico no funciona contigo, así que no. Nada de cordialidades—. Se paró y abrió la puerta—. Sal, ahora.

—sí, su majestad—. Me burlé y salí—. ¿Dónde estamos?— la confusión tiñó mi voz al ver una ciudad completamente desconocida.

—eso no importa, ven—. Agarró mi brazo de manera brusca y llegamos a un auto—. Entra.

—no haces más que dar órdenes—. Me quejé.

—es la única manera en la que entiendes.

—No, tú no entiendes—. Me solté de su agarre y cerré la puerta del maldito auto sin haber entrado—. No entiendes que las cosas no son así, no entiendes que no puedes obligar a una persona a amarte, no puedes obligarme—. Rematé—. No puedes.

—sí que puedo—. Sacó su teléfono—. Hola, ¿Marco? Genial, estás en la casa, ¿cierto?—. Asintió—. El niño—. Cortó.

—¿Qué hiciste?— él no contestó—. Caleb, ¿qué mierda hiciste?

—terminar con nuestros problemas de una vez por todas—. Fingió una voz apenada—. Adiós Ian.

No, no ¡no! Hijo de puta.

—no lo hiciste.

—claro que sí, dije que iba a matarlo si tú seguías causando problemas y eso es lo que hice—. Miró un reloj imaginario en su muñeca—. Ahora, sube al maldito coche si no quieres ir en el baúl.

No escuché sus palabras, mi garganta se había cerrado impidiendo el paso de aire. Le había prometido a Ian que lo cuidaría, no iba a dejar que le pasara nada ¿y lo había llevado a la muerte? ¿Tan mala hermana era?

Caleb vio y notó que el aire no llegaba a mis pulmones y se agachó a mi lado

—tranquilízate—. Apoyó mi cabeza en sus piernas y tiró de mí para juntarme a su cuerpo—. ¿Eres asmática?

Negué con la cabeza.

—¿entonces...? Espera, ¿estás en un maldito estado de shock?

Me daban ganas de replicarle con algo sarcástico pero el aire no me dejaba hablar.

—¡mataste a mi hermano!— grité con el poco aire que entraba a mis pulmones.

—solo acabé con estorbos—. Replicó.

—no—. Tragué saliva—. Lo único que lograste es que te odie más.

Él no respondió ni se movió, su mano seguía sobre mi hombro manteniendo mi cabeza en el suelo.

—no, Amira, tú no puedes odiarme.

Lo siguiente que supe es que estaba sobre los brazos de Caleb siendo depositada en los asientos traseros del coche, él, sentado sobre el asiento conductor arrancaba hacia un destino desconocido.

Cerré mis ojos y me dejé llevar por la puta sensación de haber perdido a mi hermano.

Obsesión TERMINADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora