Eres una puta.

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Caleb

Manejé a través de las calles desiertas para frenar en mi casa. En realidad, tenía varias propiedades pero aquí era donde solía quedarme y el lugar que había conseguido para estar cerca de Amira sin que ella se diera cuenta.

Me bajé del auto y entré. Quería darme un baño, cambiarme la ropa y ponerme al día con algunos balances de la empresa hasta que Amira saliera del trabajo.

No estaba de acuerdo con ella trabajando, pero prefería dejar que el agua se calmara antes de hacer que se mudara conmigo para que no pusiera un pie en la calle nunca más. Ella tenía que estar encerrada, debía estar encerrada para que otro hijo de puta— como yo— no pudiera verla e intentara hacer algo. Como robármela, por ejemplo.

Abrí el grifo de la ducha, me bañé rápidamente y me puse unos jogging de entrecasa para estar tirado en el sofá, con la computadora portátil sobre mí, haciendo balances mientras tomaba una cerveza. Eso era vida.

Durante más de tres horas, hice gráficos y revisé la productividad de Degener, la empresa que había heredado. Mis padres no estaban muertos, sin embargo, al gran Adolph Degener— mi padre— le habían diagnosticado no sé qué mierda y había abandonado la jefatura de la empresa.

No tenía la mejor de las relaciones con mis padres. De hecho, casi no hablábamos a menos de que fuera sobre temas económicos, lo que nos convertía en socios, no en familia. Sólo compartía el apellido, porque de lo demás, no teníamos nada en común.

Terminé mi cerveza casi al mismo tiempo que el balance de los últimos tres meses y cerré el portátil un poco brusco.

¿Qué estaría haciendo Amira ahora? Seguramente sirviendo esa mierda de comida a esos clientes que sólo querían mirarle el culo, como el hijo de puta de ayer. Lo había visto. Amira no lo supo, pero lo había visto. Ese hijo de puta quería coquetearle y por suerte, ella no le correspondió. Amira no podía mirar a nadie que no fuera yo.

Estábamos hechos el uno para el otro. No me importaba si debía limar alguna parte de mí para poder amoldar nuestros cuerpos, lo haría de ser necesario para que ella entendiera que tenía que estar conmigo, que me pertenecía.

Me molestaba— odiaba— su forma de ser, al mismo tiempo que la amaba. Me encantaba su libertad, su obstinación y eso mismo me daban ganas de matarla, porque aplicaba para todos por igual. Amira no era obstinada con otros hombres y ya; también lo era conmigo y eso me hacía querer matarla para que entendiera que conmigo no iba a poder. Que era yo quien dominaba en nuestra relación y no ella. Yo la controlaba, no al revés. Era yo quien ponía las reglas y ella quien tenía que seguirlas.

Me importaba una mierda que los demás pensaran que era machista de mi parte pensar así. Amira era mía y punto. Ella tenía que obedecerme y punto. Si no, abría graves consecuencias, lo que ella ya había comprobado.

Pasé el resto del día mirando las fotos que le había tomado a mi mujer durante estos días. Ella jamás se percató, porque lo hacía mientras dormía. Quería tener algo sólo para mí. Una parte de Amira que fuera mía, solo mía. Como un hijo.

Un hijo...

Esperaba que las veces que la había hecho mía hubieran sido suficientes para dejarla embarazada. No me malentiendan, no me molestaría ni un poco tener que volver a hundirme en ella para intentarlo, pero cuanto más rápido, mejor. Un hijo nos uniría por siempre y eso la obligaría a estar conmigo.

Tenía tantas ganas de hundirme en ella de nuevo, de hacerla mía, de mostrarle a quién pertenecía. Tal vez... tal vez cunado la fuera a buscar al trabajo lo hiciera.

Obsesión TERMINADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora