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« Ｓｏｌｅｄａｄ » Capítulo 2

« Robb Stark »

El camino se le hacía muy pesado, el dolor no cesaba y podía notar como su herida no terminaba de cerrar, siempre había indicios de sangre húmeda allá donde las flechas habían estado clavadas.

No había recorrido mucho camino, el joven estaba débil gracias a la falta de sangre y la inanición, sus fuerzas se veían menguadas cada vez más a pesar de que luchaba por que su cuerpo siguiese adelante, ya que su mente estaba totalmente intacta.

El aire no llegaba casi apenas a sus pulmones, seguramente una costilla estuviera obstaculizando el paso del aire, pero aquello no era lo suficientemente duro como para frenar su voluntad, dispuesto a mentir sobre su identidad por tal de conseguir una cama cómoda y un lugar donde poder sanarse.

Las horas pasaban, y para Robb, las fuerzas apenas le volvían a pesar de las paradas para descansar y retomar el aliento, las cuales habían sido cada vez más frecuentes, pero no era suficiente para seguir adelante.

La suerte del joven cambió cuando en el fondo del horizonte vio una hilera de humo que subía hacia el cielo. Rezó a todos los dioses que conocía para que aquella hilera fuera un campesino cocinando o enchufando la chimenea. Estuviera lo que estuviera haciendo, deseaba que fuera un inocente hombre que estuviera dispuesto a ayudarle.

Se quedó unos segundos observando el humo, agarró una buena y sonora bocanada de aire para seguir adelante, arrastrando los pies. El calculaba que en unos minutos llegaría hasta allí, pero su cuerpo no estaba dispuesto a razonar con él empezando a dificultarle la travesía.

Las caídas eran muy frecuentes en ese pequeño tramo. Cada una de ellas hacía que Robb se quedase quieto, tosiendo y intentando retomar el aire, debido a que con el golpe de su cuerpo contra el suelo el dolor incrementaba hasta tales puntos que algunas veces le cortaban la respiración unos instantes, consiguiendo que el joven pensara que aquella caída era la última.

Varias caídas fuertes le costó llegar hasta donde estaba la cabaña. Era humilde, medio derruida y con un par de gallinas, cerdos y ovejas correteando por ahí. Además, mantenía dos caballos. A pesar de parecer un campesino pobre, tenía sus recursos.

Hizo el último esfuerzo por llegar hasta la cabaña, quedándose al lado de la verja, aguantándose, mientras respiraba y cogía aire. Se retiró el broche Stark por si aquel hombre estaba en contra de su casa, y se lo guardó entre los ropajes, dejando la capa enganchada por un fino hilo que evitaba que cayese al suelo.

Un ladrido de un perro le sorprendió, él quiso hablar, pero la voz se le entrecortó debido a la falta de aire, apenas pasaba el suficiente aire por sus cuerdas vocales para poder hablar.

Se notaba muy débil cuando un viejo hombre, de unos 50 años, salió del portal con una ballesta cargada gritando "¿¡Quién osa?!". Robb fue a contestarle cuando de su boca salió un gemido de dolor, cayendo al suelo desmayado.

El hombre observó como el joven se caía al suelo, estaba herido y se vio conmovido a ayudarlo. Dejó a un lado la ballesta, poniéndole el seguro por si alguna de aquellas, se caía y la flecha salía disparada creando una muerte inocente.

Lo arrastró con dificultad hasta la cama, donde lo tumbó y aplicó sus pocos conocimientos sobre medicina en él, curando las heridas superficiales y vendando su costado para intentar que las costillas fracturadas no se movieran mucho y se curasen con el tiempo.