En la corte de Ishtar.

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¡Hola! Nueva historia. Género Fantasía, y Romance Lgbt. Espero les guste. Besos



Un suspiro, un repiqueteo, y otro suspiro más.

Ahren podía jurar que no existía nada en los siete reinos más aburrido que el día de las peticiones, en la corte, y junto a su bien amado padre.

Nowgyn, su maestro y consejero real, le enviaba miradas serias y algo desaprobatorias de vez en vez, intentando con ellas que el heredero al trono se concentrara y aprendiera de su progenitor, pero bien sabía él mismo que esto no era tarea sencilla.

Allí, en la Ciudad Luminosa de Avarum, los elfos blancos vivían en absoluta paz y sosiego. Poseedores de la antigua magia de sus antepasados, la llamada Sataylay, de la cual habían hecho uso desde siempre, procurando el bienestar de sus ciudadanos, y la armonía dentro y fuera de los límites de su pueblo.

Ahren era el único hijo de Isthar, el gran rey elfo, que gobernaba las siete ciudades élficas que se distribuían en la segunda región. En la primera, habitaban los Attar, humanos sencillos sin poder ni origen sobrenatural; pero los más prolíficos de todas las regiones. En la tercera, los elfos negros, emparentados con ellos, pero completamente contrarios en sus pensamientos y acciones. La cuarta región albergaba al pueblo enano, de carácter hosco y rencilloso. Y por último, estaban los Brom, criaturas de diversas razas ya extintas eran los que residían en la quinta región, seres enigmáticos y feroces, de carácter y moral ambigua.

El gran soberano dio por terminada la sesión de ese día, y a sus últimas palabras les siguió un suspiro aliviado de su hijo, que le mereció una dura mirada suya.

El joven príncipe salió del salón del trono a un paso algo ligero, intentando esquivar un regaño que sabía debía enfrentar, pero el cual prefería lo alcanzara un poco más tarde.

Los pasillos del castillo estaban recubiertos en cristal, por lo tanto su imagen lo acompañaba a cada paso. Se miró de soslayo viendo su reflejo, ese que contrastaba con el del resto de su raza. Los elfos blancos tenían una larga cabellera rubia y ojos celestes, todos ellos, sin excepción alguna, salvo él. Su cabello era de un negro azabache muy intenso y le llegaba hasta la mitad de los muslos, sus ojos eran de un gris que parecía tornarse en plateado cuando alguna fuerte emoción brillaba en ellos. Su madre era la responsable de su aspecto; una Attar, eso era ella. Una que al casarse con el rey elfo provocó un tumulto en ambas cortes, pues ninguna casta se mezclaba abiertamente, solo en amoríos ocultos que se escondían con recelo a la vista de todos. Pero su padre se enamoró de la joven princesa y pidió su mano, la que se le negó en un principio, pero luego le fue dada por el rey Rudolph, al saber que su hija había entregado su honra a su enamorado y ahora gestaba en su vientre un hijo de este. Un escándalo, eso fue, y él nació con esas peculiaridades que a veces amaba, y a veces llegaba a odiar.

Al terminar el recorrido Ahren entró en su habitación. Era espaciosa y por demás lujosa, pues su pueblo era el más rico entre los cinco existentes. Las paredes estaban forradas del más costoso terciopelo en tonos rojizos y negros, las cortinas eran de seda Amair, la más fina tela hilvanada por las hadas nocturnas. Estas caían con gracia sobre los amplios ventanales. Todo tipo de muebles decoraban su cuarto, tallados en cerezo y roble, con las terminaciones en hierro forjado.

Sin mucha elegancia el príncipe se dejó caer en el cobertor de hilo azul oscuro que cubría su amplia cama. Un pensamiento que debía convertirse prontamente en respuesta, le daba vueltas sin cesar en la cabeza. Tenía tres candidatas, de tres ciudades distintas en su reino, entre las que debía escoger a una para desposarse. Tres hijas de príncipes, Elenmarie, Visina y Gerenise.

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