El dolor que trae el saber.

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Otro capítulo corto. Saludos.


El ataque los había tomado por sorpresa. Es más, Caleb aun se sentía azorado e incrédulo.

Había recibido la venia de Guntrid para hacer uso de su flota de naves, la que se uniría a las de las otras regiones para plantarle cara a Dagor y a los suyos. Hasta le había permitido a su medio hermano Tarimn, quien era un diestro guerrero y general de sus ejércitos, acompañarlo. Pero aquel breve interludio de esperanza se había visto deshecho en un santiamén, cuando ya instalados en las naves y drakkares, vieron a una armada completa de navíos de gran envergadura acercándose velozmente hacia ellos. Estos, al igual que El Quimera, tenían alzada en alto la bandera que los identificaba; era una hoz negra rociada de sangre que tenía debajo una arcaica runa, la bandera de Marok, amo y señor de las tierras malditas.

Cuando sus fuerzas colisionaron Caleb no podía dar crédito a lo que sus ojos veían. Los que tripulaban los barcos eran la infame armada de Marok conocida como "La Mortandad", o mejor dicho sus cuerpos putrefactos y esqueléticos revividos por el poder de la magia. Aunque apenas eran ánimas revestidas de pellejo y armaduras ennegrecidas y mohosas, batallaban con la misma furia que contaban las leyendas. Los diezmaron en cuestión de horas.

Caleb aplastó cráneos con sus propias manos y rebanó gargantas con su filosa espada, pero el daño que él y sus hábiles piratas habian logrado infringirles, no era tal, pues solo les llevaba segundos volver a ensamblarse. Él vio con horror como las cabezas volvían a unirse a los cuellos, como los huesos rotos volvían a fundirse, como sus cuerpos destrozados volvían a ponerse en pie listos para seguir dando batalla.

Bering murió a escasos metros de él, de igual manera toda su tripulación pereció; hasta ese hermano al que no llego a conocer y a quien ahora nunca conocería. "La mortandad" no solos los venció, los masacró; de aquella defensiva solo quedo él, rodeado por sus enemigos, herido y hastiado.

—¿Qué esperan?—les gritó, azuzándolos para que le dieran muerte. Quería unirse a los suyos en las moradas eternas de sus diosas, adonde iban los que perecían con valor, dignamente, pero...ellos solo lo observaban a través de sus cuencas vacías, a través de sus ojos nublados.

—Les ordené dejarte con vida.

Caleb buscó con la mirada a Dagor. El eremita se abría paso entre aquel ejercito fantasma.

—Maldito...¿así que al fin lo hiciste? los despertaste. Nos has condenado a todos—murmuró con los dientes apretados.

Dagor exhaló y alzó sus manos abriendo sus palmas. Pareció decirle "Era lo que tenía que ser"

—Los designios del destino a veces nos parecen crueles, Caleb, pero eso es solo porque no podemos interpretarlos. Marok traerá una nueva era. Permítete ver mas allá de el sufrimiento presente, extiende tu visión, ensánchala...verás que, renacimiento, es lo que este mundo necesitaba.

Caleb sentía cada músculo de su cuerpo tenso y apretado. Deseaba echarse sobre el hechicero y abrirle la garganta, hundir su espada a la altura de su corazón y ver como la vida que no merecía vivir se le escapaba como el agua entre las manos, pero no era ingenuo, ya no, lo que veía era solo una ilusión, un batiamen.

—¿Para qué me quieres con vida?, ¿qué quieres de mi?

El eremita sonrió visiblemente complacido.

—Esa es la pregunta, Caleb. Y te la responderé con pocas palabras. Te quiero comándandolos—dijo señalando a "La Mortandad"—, guiando al ejercito invencible del rey Dios.

Caleb se rio de su propuesta. Iba a darle a conocer su obvia respuesta cuando Dagor lo interrumpió.

—No lo digas, lo sé...vas a negarte, pero, como hiciste aquel día en mi región, escucha lo que tengo para ofrecerte antes de contestarme...Tengo a tu príncipe en mi poder. Marok le perdonó la vida y lo tiene en El Obsidiana.

Aun a su pesar ese conocimiento hizo que se detuviera a escucharlo.

—Es su prisionero—prosiguió Dagor—, no puedo dártelo, pero si puedo permitir que lo visites de tanto en tanto. Está herido y solo, el lobo que lo protegía pereció con la mitad de Sina cuando Dagor despertó de su letargo.

Caleb cerró los ojos abstrayéndose en su dolor. Haro era su amigo, lo estimaba, saber de su muerte lo lleno de una tristeza profunda y amarga. Y Ahren... pensarlo solo, cautivo, encerrado...¿herido?

—Dijiste que Ahren está herido...

—Oh, si, es casi imposible salir ileso de un encuentro con mi amo—expuso el eremita—, y tu elfo no fue la excepción. Como decirlo con delicadeza...digamos que él fue, acallado.

Caleb sintió que se le aceleraba la respiración.

—¿De qué forma?

Dagor cruzó los brazos sobre su pecho y ladeó la cabeza. Pareció titubear por un momento.

—Le cortó la lengua—le informó dejando de lado toda sutileza.

El espanto lo sobrecogió. Negó con la cabeza sin encontrar palabras ni pensamientos que dieran voz a su horror.

Caleb se giró y se llevó sus dos manos a la cabeza. Sus ojos se cristalizaron antes de dejar caer las lágrimas que los desbordaban. Se sintió desfallecer tan solo con evocar el tormento de Ahren. Lo imaginó aterrorizado, obligado a estarse quieto, violentado y lacerado de aquella brutal manera. Se le escapó un sollozo ronco y percibió que las manos le temblaban de pura impotencia.

En ese momento el cielo que había permanecido nublado desde la llegada de los esbirros de Marok , comenzó a desatar una torrencial lluvia. Quizás era el llanto de las diosas, tal vez su dolor las conmovió en gran manera. Fuese cual fuese la razón, la tormenta que se desató lo empapó por completo, llevándose las huellas de su llanto con ella.

Él respiró profundo y volvió a su posición inicial. Dagor escudriñaba su reacción casi con deleite. La lluvia no lo mojaba, como antes dedujo, él no esta ahí realmente.

—Llévame con él.

Dagor asintió y empezó a dar órdenes a la tripulación.

Caleb elevó su mirada a los cielos y en una porción de ese gris tormentoso creyó ver esos ojos que adoraba.

—Resiste—le rogó a su amor en un murmullo apagado—.Voy por ti.

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