Tragar saliva era un martirio, hasta la más ligera inspiración le dolía. Su boca estaba inflamada y le palpitaba tanto por fuera como por dentro. El dolor y el agobio que sentía parecían haber tomado como rehén toda lucidez y esperanza.
—Príncipe—escuchó Ahren. Estaba con los ojos cerrados. No tuvo fuerza ni motivación para siquiera intentar abrirlos.
—Príncipe Ahren, por favor míreme, he venido a ayudarlo.
No fue el pedido, sino el tono suave y preocupado con el cual fue emitido, el que lo alentó a obedecer el llamado.
Al principio su visión fue borrosa pero poco a poco se fue aclarando.
Frente a él, acuclillado, había un anciano de larga barba blanca y expresión bondadosa. Sostenía entre sus manos, casi escondido en las amplias mangas de su túnica morada, un pequeño frasco de vidrio que dentro de la tapa tenía un cuentagotas.
—Me llamo Famir—se presentó aquel hombre—, y estoy en iguales condiciones que usted, recluido y a la espera de los designios del rey Marok. Fue su servidor, el eremita llamado Dagor, quien me encomendó la tarea de cuidarle... es más, me ha dado esta pócima que sanará las quemaduras de sus labios y aliviará su dolor.
Ahren entendió aquella explicación aunque la hallo irrisoria, ¿para qué enviaría Dagor a alguien para tratar sus heridas?, ¿porqué? No encontraba razones que lo justificaran.
Quiso preguntar porqué. Por momentos se le olvidaba que las palabras ya no acudirían a él. El pequeño esfuerzo le produjo un ardor que ascendió y descendió por su garganta. El dolor nuevamente lo mareó.
—No se esfuerce en hablar. Los motivos no importan, lo relevante es que es usted se recupere. Soy maestro y también pocisionista. Reconozco los ingredientes de esta fórmula solo sintiendo su aroma. Esto no es veneno ni nada semejante, es medicina, permítame dársela.
Si pudiera se reiría de los temores del anciano. A Ahren no le preocupaba perecer por el efecto de algún ponzoñoso veneno; no le atemorizaba la muerte, pues a está solo le temen los vivos y él en su interior se sentía muerto. Solo tenía curiosidad...¿porqué su enemigo quería sanarlo?
Famir seguía observándolo con ansiedad. Parecía decidido a asistirlo. Ahren se dio por vencido. Asintió muy lentamente.
—Prometo ser cuidadoso. Solo quédese muy quieto.
El anciano destapó aquella medicina transparente y presionando la punta de caucho llenó el gotero. Llevó este hasta sus labios hinchados y vertió en ellos un par de gotas. Asimismo le indicó que abriera un poco la boca para echar de esa medicina dentro. Ahren obedeció lento y aún algo receloso.
El efecto de aquella pócima fue instantáneo. Esto no era simplemente medicina, en este brebaje había encerrado un hechizo mágico.
Ahren sintió que sus labios volvían a su tamaño natural, toda la costra rojiza que los cubría se cayó revelando debajo la piel rosada y tersa. El interior de su boca se desinflamó; pudo percibir como las laceraciones que la varilla ardiente había provocado se cerraban, y como su garganta se deshinchaba permitiéndole al aire pasar y a sus pulmones llenarse en una bocanada casi desesperada.
Hubiera deseado darle las gracias a Famir, pero no halló otra forma, salvo una leve inclinación de su cabeza.
El hombre se sentó en el suelo y exhaló, parecía mas aliviado que él mismo. A saber con que lo habrían amenazado en caso de fallar.
—Se ve mucho mejor—sentenció—Ahora...creo que hay algo más en lo que podría ser útil. Si usted esta de acuerdo le pediré al eremita que me conceda hacerlo...y creo que lo hará, parece que de cierta manera le preocupa su bienestar.
Ahren frunció el ceño. Sabia que al hechicero no le importaba en los más minino. Alguna conveniencia debería haber detrás de aquella inesperada cortesía.
—Bien, lo que yo quisiera es instruirlo en el lenguaje de señas—continuó—Como le dije yo soy maestro, y dentro de mis conocimientos esta la enseñanza de este dialecto. He podido ayudar a un sinfín de desafortunados con él, que de lo contrario no hubieran podido llevar una vida normal, ni haber logrado expresarse.
Aunque el dolor y la incomodidad se habían ido casi totalmente, Ahren seguia sintiéndose vacío y abrumado, oprimido por la culpa; solo una pequeña lucecita ardía en su ser, y tristemente esta era la de la revancha. Tal vez debiera asirse a ella, pues todo lo demás parecia escapársele de las manos.
Le hizo a Famir un gesto afirmativo, quería aprender.
—Excelente. Entonces, me retiro por hoy, lo veré mañana. Le daré otra dosis de medicina, y si el eremita me lo permite, empezaré con las clases.
Ahren le sonrió quedamente, ahora podía, aunque todavía sentía la piel de sus labios tirante.
A su lado había una mesita que contenía una sopa aguada. Él alargó la mano y tomó el cuenco. La bebió de a poco y en tramos, la sal le escoció, pero solo un poco, y tragar le costó porque a cada momento se atragantaba. Le esperaba una larga y difícil recuperación. Después de eso pudo al fin dormir un poco.
Ya era de noche. La luz de la luna bañaba su celda. Eso le extrañó pues allí las noches eran tan grises, lúgubres y apagadas como las mañanas. Ahren se puso lentamente en pie y se acercó a la ventana. Sus piernas se quejaron por el entumecimiento y la debilidad, pero aun así llego adonde deseaba. Se concentró en el exterior sabiendo que Caleb estaba en el, o quizás anhelándolo, pues no sabia si continuaba con vida. Se embebió tanto de él que creyó sentirlo a la distancia, murmurando su nombre, llamándolo.
—Resiste—sintió que le decía la brisa fría que se filtraba en el cuarto. Notó que aquellas palabras lo fortalecían.
—Voy por ti—juraría que le susurró la noche.
—Ven—quiso rogarle Ahren, pero le fue imposible expresar esas palabras. Ya no tenia voz. Quizás era una ironía del destino... había callado tantas verdades. Pero igual lo pensó y lo deseó, lo mendigó y lo suplicó, en su mente y en su corazón.
«Ven a mi, Caleb»
Él era el único que podía liberarle, y no solo del cautiverio, sino también de la desesperanza.
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Tú
FantasyAhren: El príncipe heredero del trono de los élfos blancos. Caleb: Un valiente pirata buscado en las cinco regiones. Haro: Un licántropo atrevido y falto de modales. Lo que los unirá sera una peligrosa aventura; pues un poderoso mal amenaza la...