Una dirección

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La élfa oscura le paso un cuenco humeante. Ahren lo tomó algo distraído, su mente se hallaba algo dispersa.

-Se que no es lo que acostumbra a comer príncipe, pero es lo mejor que puedo ofrecerle en tan corto tiempo y en estas circunstancias-le dijo ella, y Ahren se obligó a prestarle atención, no queriendo ser descortés al notarla tan solicita a complacerle-.

-Oh no, esta muy bien, los últimos días no me he alimentado bien, así que agradezco mucho su gentileza-le respondio él, y por un segundo se detuvo a observarla. Tenia el cabello oscuro, entrecano y muy lacio, y los ojos de un grisáceo algo melancólico lo miraban con algo parecido al afecto, eso le llamo la atención, pues acababa de conocerla.

-Mi nombre es Tayla- se presentó-Fui una guerrera en mis tiempos, tambien princesa de los míos, pero como usted sabe, nosotros, los elfos oscuros, no hacemos distinciones con la realeza, y ahora, bueno, estoy algo oxidada para la batalla, o quizás tanta sangre y dolor por años agotaron mis reservas de coraje, por eso solo me dedico a contribuir en lo que puedo...y me alegra mucho cuando mi contribución es bien recibida-.

-Por supuesto Tayla, seguramente las simaritas valoran mucho su asistencia-le dijo él con una pequeña sonrisa. La elfa le correspondió con otra sonrisa, similar a la anterior, cargada de un misterioso sentimiento.

Tayla se fue después de hacerle una breve reverencia, y él se quedo probando aquella sopa que le había dado, y cavilando un poco sobre todo.

Caleb, no podía arrancárselo de los pensamientos. Aún mirarlo a los ojos le era un gran esfuerzo, había puesto muchas ilusiones en aquello que creyó nacía entre ellos, y verlas deshechas le entristecía. En lo profundo de su corazón, él anhelaba vivir un romance similar al de sus padres, uno que rompió reglas y que traspasó limites, uno decidido a salir victorioso, uno con el perdurable sello de lo eterno, en donde los, solo tú, y los para siempre, realmente lo son.

Suspiró, y se llevó otra cuchara de caldo a la boca.

También estaba Haro. El solo recordarlo le hacia sonreír. Él era...él. No conocía a nadie que se le pareciese. Osado, atrevido, seductor, hasta romántico a veces. Lo hacia reír, lo hacia sentirse especial. Desde aquella primera vez que el lobo rojo lo miro Ahren sintió una atracción instantánea, un chispazo interior. Sus maneras tan atrevidas lo seducían ¿para que negarlo?pero esa atracción ¿podría evolucionar en algo mÁs?...no lo sabia, por eso aún dudaba de su decisión, pues minutos antes, bajo el embrujo de sus ojos negros y con las las gotas de lluvia resbalándose por sus cuerpos, él se permitió arriesgarse, se permitió un beso vibrante, un beso encendido e impetuoso, uno de los que estaba seguro solo el lobo rojo podía dar, y le dijo si, a su pregunta ¿me permites cortejarte Dayleri?¿Me permitirás enseñarte lo que es vivir?.

¿Como decirle no a ese hombre y a esa promesa? cuanto más aún cuando llevaba tan a flor de piel aquella desilusión romántica.

Se enderezó un poco, si quería vivir su propia historia de amor debería aventurarse, atreverse. Cercano estaba el día en que lo comprometerían en favor de su reino con alguien que no amaría, y seguramente ni siquiera le gustara, alguna noble elfa, con suficiente linaje para ser su compañera de vida. Solo tenia fugaces instantes para sentir, para amar¿porque perderlos en alguien que no sintiera su mismo afán? no, seria Haro, volcaría todas esas esperanzas en él.

-Ahren- sintió que lo llamaban, y él levantó su cabeza hacia esa voz profunda que aún lo agitaba por dentro.

Se veía tan alto e imponente, allí, parado mirándolo a él sentado sobre una manta, con sus ojos celestes, que ahora que volvía a mirarlo de cerca, habian perdido aquella cortina de confusión que los empañaba ¿acaso él, ya lo sabia?

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