Una voz que se calla.

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Este es un capítulo corto y fuerte. Espero no abandonen la historia porque aun queda mucho camino por recorrer. Mil gracias por leer.

Dedicado a Ana María Cuadra.


La mañana a punto de levantarse desde el horizonte se había vuelto a dormir, opacada por una bruma rojiza que parecía contaminar el aire. Marok y sus hechiceros eran la causa, ellos y su infestada presencia habían sumido en penumbras a la resplandeciente Sina.

Ahren, después de haber mirado cara a cara al rey maldito, se había arrojado sobre el destrozado cuerpo de Haro para embutirle a través de su Satalay, la vida. No necesitó concentrarse para sentir a flor de piel el afecto que le tenía, aquel cariño que en pocos días había crecido a pasos agigantados. Susurró las palabras, que más que palabras eran ruegos y sintió el poder brotando de su interior, fluyendo hacia afuera, alcanzando a quien deseaba, cubriéndolo. Pero su magia fue interrumpida por un brazo fuerte que lo alzó fácilmente de la ropa.

Él observó la fiera expresión de Marok, quien lo sostenía en alto como si fuera un muñeco de trapo que pataleaba y trataba de liberarse en vano.

—Duerme—susurró.

Lo último que Ahren recordaría después de eso serían los gritos desgarrados de hombres y mujeres, y la sonrisa maliciosa de Dagor, quien se hallaba unos pasos detrás de su amo.


"Me duele la cabeza" El príncipe se despertó con ese pensamiento. Cuando abrió lentamente los ojos todo a su alrededor giró por unos largos segundos, se sintió inestable, dolorido y confuso.

—Déjame, mi señor. Yo sabré que hacer con él...dámelo en pago.

Ahren reconoció la voz de Elle y trató de enfocar la vista. Ella estaba en el mismo lugar que antes ocupara su hermano, pero ellos ya no estaban en la casa de Haro.

Se halló en lo que parecía una celda; mohosa, húmeda y fétida, con paredes de granito oscuro y un fango bermejo y voluble como suelo. Estaba sentado, apoyado en una pared, sobre su cabeza había una ventana pequeña y circular que dejaba entrar un resquicio de luz tan tenue que hacía dudar de su existencia.

—No—oyó la voz áspera de Dagor—No lo traje aquí para que sea tu juguete. Esta aquí porque es valioso y porque el poder que corre en sus venas es tanto ruina como salvación.

Él arrugó el ceño ante sus palabras aunque no pudo profundizar en su significado, su mente se encontraba aturdida e inconexa. Le costaba pensar con claridad.

—No te lo daré para que lo tortures—continuó diciendo el rey—pero, la tortura lo habrá de alcanzar.

Ahren elevó los ojos hacia Dagor, quien lo miraba con una meditativa seriedad. No se giró para mirar a Elle cuando dio la siguiente orden.

—Los Sayhu esperan afuera. Hazlos pasar.

Los Sayhu, eran sus sacerdotes tanto como lo eran Dagor y su hermana, pero ellos eran usados por el monarca para otros propósitos, más viles y tenebrosos, eran sus manos, eran sus garras.

—¿Qué...qué...?

Hizo el intento de preguntar pero su cuestionamiento se perdió en el aire. La garganta le ardía como si hubiera bebido un corrosivo veneno. No sabia si era ese lugar, o la magia que usaron para hacerlo perder el conocimiento y transportarlo, pero apenas podía hablar.

—¿Qué te harán?—dijo Marok interpretando su pregunta—Te...silenciaran. No volverá a oírse nuevamente un hechizo de esa seductora boca tuya. Así que, si quieres decir algo...el momento es ahora.

Tragó saliva con dificultad. Lo que quería decirle al rey maldito era más un deseo que una esperanza real.

—No vencerás. Las tinieblas nunca podrán someter a la luz, esta siempre hallará una grieta a través de la cual filtrarse. Y brillará, lo veras más temprano que tarde.

A su ferviente declaración le precedió una áspera tos. Mientras Ahren trataba de calmarse oyó la risa gutural de Dagor extendiéndose y colándose por todo aquel cuarto. Se burlaba de sus palabras, de su fe.

—Niño...cuanta ingenuidad—musitó.

Ahren aun trataba de volver a respirar con normalidad cuando los vio entrar. Eran tres. Vestían togas moradas ribeteadas en oro. Llevaban el rostro tatuado con runas antiguas y en las manos un utensilio cada uno; una abrazadera con una pieza de hierro, unas tijeras finas y alargadas, y una varilla que sin estar al fuego se distinguía al rojo vivo.

Supo que le harían y se horrorizó. Quiso pedir clemencia, suplicar a aquel monstruo que lo miraba desde arriba con un semblante inalterable, pero se contuvo. No tendrían piedad, lo sabia, todo ruego seria en balde. Debía ser fuerte y soportar el martirio, es más dentro de sí creía que se lo merecía por haber sido egoísta al anteponer por un día su felicidad al bienestar de su pueblo, por haber roto el corazón de aquel hombre que lo amaba cuando solo le quedaban minutos a su existencia, por haberle negado el amor a Caleb, por no haber sido lo que sus diosas esperaban.

La culpa en vez de debiliarlo le dio fuerzas.

—Diosas de los tiempos, del destino y de la vida—oró—, tengan misericordia de las cinco regiones, de sus niños, de su gente. Devuelvan el mal con mal, y la barbarie con caída.

Él no se resistió cuando uno de los Sayhu le sostuvo con fuerza la cabeza, ni cuando el otro puso la abrazadera dentro de su boca para mantenerle la mandíbula abierta, ni cuando el tercero se acercó con las tijeras. Refrenó sus lágrimas apretando sus ojos, y detuvo el temblequeo de sus manos evocando a quien amaba.

—Caleb—pensó en su nombre porque no podía pronunciarlo y luego sintió un dolor lacerante y atroz acompañado de un rápido tirón que ardió hasta lo más profundo de sus garganta.

Un río de sangre bañó las vestiduras de Ahren. El dolor le hizo abrir los ojos y agitarse, pero el agarre al que estaba sometido era férreo y él ni siquiera pudo llevarse las manos a la boca. Al borde del desmayo vio a otro sacerdote acercarse mientras sentía que de seguir así, terminaría ahogándose en su propia sangre. Este acercó a su boca abierta aquel hierro candente y cauterizó la herida. Un humo ácido y penetrante llenó la celda.

Ahren cayó sobre sus manos cuando lo soltaron luego de retirarle la pieza de la boca. Antes de caer en la inconsciencia, pensó en Haro. Sobreviviría por él. Le habían arrancado la voz, pero no la determinación; haría que paguen.

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