Estaba anocheciendo. Caleb se hallaba en uno de los cuartos más grandes del castillo esperando por Dagor. Este era un rectángulo casi desprovisto de mobiliario iluminado solo por la luz difusa de unas velas en alto.
Sentía, después de haber visto a Ahren, una incómoda presión en el pecho, un rumor de dolor que se extendía de a poco por todo su cuerpo.
—Aquí estoy. Lamento el retraso—escuchó detrás suyo, pero no quiso voltearse. La tristeza y el pesar lo tenían anclado en ese lugar frente a la ventana.
—En la visión—comenzó Caleb—, en aquella que me mostraste antes, él...él no estaba así. Se encontraba con bien; feliz y en paz. Cargaba en su vientre un hijo mío.
Escuchó al eremita aclarándose la garganta y luego sus pasos acercándose. Supo que se detuvo a escasos centímetros de donde él estaba.
—Esa era una probabilidad, ¿recuerdas que te lo dije? El futuro, Caleb, se va haciendo día a día y varía con cada decisión. Lo que te mostré pudo ser pero, ya no será.
Él asintió mientras seguía con su mirada clavada en la lejanía, ¡Cuánto le hubiera gustado que ese futuro fuera su presente! Aquel era dulce y prometedor, este era amargo y desolador, ¡Cómo anhelo a aquel hijo que quizás nunca existiría!
—Hazlo de nuevo—le pidió—Lo que hiciste esa vez...vuelve hacerlo. Qué pasaría si acepto tu propuesta...eso es lo que quiero saber.
Dagor suspiró. Su mirada sagaz fue directo a sus ojos cuando él se giró despacio.
—Cierra los ojos, capitán. Tal vez las diosas aun sienten simpatía por ti.
Caleb obedeció en el acto. Exhaló el aire de sus pulmones lentamente.
Un par de gotas salpicaron su rostro. El aire se sentía frío, pero no demasiado. Estaba en el exterior. Cuando abrió los ojos se encontró frente a un paisaje completamente diferente. El atardecer estaba vestido de sus rosas y lilas. Las flores del jardín real estaban húmedas, y se mecían con el viento. Se hallaba en Avarum, ciudad que le conoció como un criminal pero que ahora, de pie en el balcón, claramente lo recibía como otra cosa.
Un tenue sonido proveniente de sus manos le hizo notar que tenía en ellos una nota, y que esta se estaba humedeciendo, borroneándose al haberse mojado.
Caleb ingresó al interior. El ambiente de la habitación era cálido y acogedor. Los muebles que la ocupaban eran suntuosos, hechos a mano por habilidosos artífices. Estaba solo.
La curiosidad lo llevo a leer lo que parecía una carta breve escrita con trazos firmes y al parecer, poco tiempo.
« Debes conocer la expresión " Y todos salieron ganando" pues, yo creo que si son muchos en una contienda quizás sea de este modo, pero que si solo son dos, solo uno puede ganar, y yo soy el que pierde. No me quejo, lo intenté con todas mis fuerzas. No soy el favorito de las diosas y presumo que tú si.
Bien, no soy partidario de la palabrería y lo sabes, así que solo te diré: Ama y goza lo que has conquistado. Regocíjate porque el destino te sonrió, y también, con una mano en el corazón, te lo mereces, Caleb.
Terminando esta misiva solo te pido un favor. Calla, guarda este secreto entre los dos. Quizás no estés de acuerdo, pero créeme, es mejor así»
El nombre estaba disuelto por el agua pero Caleb reconoció al emisario, o eso creyó. Sonrió.
Un golpe en la puerta quitó su mirada del papel y la llevó a la entrada.
—Hable.
—Su majestad, ya es hora.
—Muy bien. Avisa que iré en un momento.
No tenia idea de a qué o porqué lo llamaban pero cierta calma en su interior le decía que la razón era benévola.
Caleb se dirigió al gran espejo labrado que se encontraba colgado en una de las paredes . Su imagen lo sorprendió un poco. Vestía una casaca de un azul intenso, con pliegues a los lados y mangas en forma triangular, pespunteado todo en hilos de oro, y finos pantalones negros. El cabello lo llevaba sujeto pulcramente en una cola en la base de su cuello. Tuvo que reconocer que se veía radiante, sus ojos despedían un brillo especial, como si en ellos hubiera escondido un misterio que pronto se iba a revelar.
Con una gran sonrisa en sus labios Caleb caminó hacia la puerta, la cual abrió después de aspirar una bocanada de aire para darse valor. Del otro lado solo halló una pared gris y fría; Dagor lo había traído de vuelta a la realidad; él se encontraba sentado a pocos metros en la única silla disponible en ese cuarto.
—No me digas lo que viste, prefiero no saber. Solo, responde a esta pregunta y deja que las manos del destino comiencen a escribir tu futuro...¿aceptas comandar a La Mortandad?, ¿te unirás a nuestra severa pero justa causa?
La vez anterior el destino se le había mostrado a Caleb nítido y cristalino, en esta ocasión solo contaba con sospechas y deseos, con presunciones cubiertas de velos infranqueables porque aunque tal vez serían, aun no llegaban a ser.
Él solo supo que tenia que hacer algo por Ahren, por el príncipe que gobernaba su corazón. Se sintió egoísta como nunca al superponer sus anhelos personales al bienestar de los reinos. Ya llegaría el momento de cargar en sus espaldas el peso de muchos, pero hoy solo pensaría en ellos dos.
—Los comandaré, pero reescribamos el contrato. No me conformaré con visitas esporádicas, a cambio quiero más.
Aquellas palabras no pudieron ser más ciertas. Caleb quería más, lo que le fue arrebatado, lo que perdió o dejo perder por titubear, por no creerse digno. Ya no dudaría, bien dijo Dagor que el destino estaba escribiendo su porvenir, la primera letra sería impulsada por él.
Dagor ya estaba saliendo cuando lo llamó. El eremita se detuvo en la entrada con el ceño fruncido.
—Hace una hora llegaron noticias de mi región, mi padre murió—le contó—. Ya no me digas capitán, desde ahora llámame rey.
Aunque en su corazón Caleb jamás dejaría de ser un pirata.
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Tú
FantasyAhren: El príncipe heredero del trono de los élfos blancos. Caleb: Un valiente pirata buscado en las cinco regiones. Haro: Un licántropo atrevido y falto de modales. Lo que los unirá sera una peligrosa aventura; pues un poderoso mal amenaza la...