Capítulo uno. Prólogo.

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                                                                  Capítulo uno. Prólogo.

Una de las razones por la que la gente causa dolor es porque han sido dañados en el pasado, y por mucho que me hiciesen daño a mí, yo no seguiría el mismo patrón. Con 18 años de vida puedo permitirme decir que tengo más intentos fallidos de suicidio que mi edad actual. Con 6 ex novios puedo meditar acerca de mi existencia. Con ningún familiar vivo, puedo darme el lujo de decir que me he quedado sin nada.

La primera vez que tomé una navaja, fue a los 11 años. No hay mucho qué decir, sólo que las cortadas eran superficiales para acallar unos momentos el dolor psicológico. Y como dicen por ahí, no haya dolor que no sane con uno más fuerte.

Duré otros dos años fingiendo mi bienestar, hasta que me encontraron a punto de morir en los baños del instituto. Desde ese entonces entré a un programa de rehabilitación para jóvenes donde el objetivo principal era hacerme darme cuenta de lo valioso que soy en este mundo y que tenía que amarme.

Decidieron darme de alta a los 3 meses. Al parecer mis pensamientos suicidas habían tomado segundo lugar, o eso es lo que creíamos.

Para ese entonces, mi cuarto novio había pedido un descanso de mí y yo lo acepté, como se aceptan flores en un momento incómodo, sin preguntar. Ese día llegué a mi casa y tomé la navaja que guardo debajo de mi cama, por cuarta vez alguien me decepcionaba.

Y así fue sucesivamente que le agarré un cariño al dolor punzante en mis muñecas, también a la obscuridad de mi cuarto, y empecé a preguntarme si esto era vivir.

Tres años después, a mis 16, hubo un accidente de auto donde mis padres fallecieron. El día en que me avisaron, me habían sacado del salón, la maestra me miró con lástima, el peor sentimiento que le puedes tener a una persona, y me dijo que mis padres habían fallecido. Entonces ahí supe que me había quedado sin nada.

Al regresar a casa, no sé por cuánto tiempo usé la navaja.

Así que, sin familiares en el extranjero o conocidos, me habían internado en una casa hogar. Es un lindo lugar si te gusta dormirte temprano y vivir bajo un estricto reglamento donde no puedes respirar sin antes pedir permiso.

En los dos años que estuve ahí, no hablé con nadie, no socialicé con nadie, no fui novio de nadie; en pocas palabras, me cerré en el mundo que supe crear desde pequeño.

Y, gracias a la navaja que tengo ahora entre mis cosas, ya nadie puede provocarme daño.

-¿Me puede repetir la pregunta?-tengo que pedir otra vez. La secretaria me ve de forma desaprobatoria y suspira antes de lanzarme una mirada cansada.

-¿Alguna vez ha atentado contra su salud?

¿Sí? ¿No? ¿Tal vez?

-No.-digo la verdad. Últimamente ya pienso que esto no es atentar contra mi vida, es hacerla más durable.

Después de eso, me acompaña a la clase. Cuando toca la puerta, mis manos empiezan a temblar, bajo un poco más las mangas de mi suéter para que nadie encuentre las marcas de mi destrozada vida y me adentro a lo que será "la nueva paz".

Cuando me corrieron de la casa hogar por ser mayor de edad, tuve que conseguirme un empleo, un lugar dónde vivir y una universidad. Nada sencillo, sin embargo, conseguí medio tiempo en una cafetería, un apartamento a las afueras de la ciudad y me admitieron en la universidad, porque, a pesar de que mi mejor amiga era la soledad, también los libros eran parte de ese lazo inquebrantable, así que pude conseguir una beca.

En fragmentos [MarkJin/JinMark]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora