Capítulo X

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Hasta aquel entonces ya no ha visto más a Harry.

En una forma inexplicable su mente pasa por un hueco complicado, lo que hay allí no es más que solo ausencia. La soledad en su habitación se ha vuelto una dulce compañera que llena de hiel sus tardes. Tardes que inútilmente él intenta compensar añadiéndole más azúcar a su té.

Aunque por más azúcar que le agregue, éstas no pasarán de simples sensaciones insípidas.

¿Su prometido?

Todo el tiempo ha estado a su lado. Lo ha besado, acariciado, ha llenado de amor sus mañanas y tardes. Sin embargo todo aquello se reduce miserablemente... a algo que ya dejó de ser. Algo que irremediablemente lo siente perdido.

Porque su vida está viajando a través de los mares en un destino sin brújula, sin norte.

Sólo el vacío.

Aquel vacio que revive y se ilumina de verde cada vez que lo recuerda.

Aún lo recuerda. Es como proyectar imágenes con nitidez perfecta. Para su mente es andar en bicicleta sobre una hebra fina que considera cordura, pero Louis la considera un obstáculo.

Teme por pisar sobre un suelo que lo llevará al abismo de los repudiados. Se debate, lucha con dos mitades en su ser que tiemblan al grito de ser descubiertas.

Existe un paraje en la vida de un hombre, paraje en el cual la piel no es suficiente para ocultar su carne, su sangre, sus orígenes, su verdadero yo.

Ocultar lo que su ser clama liberar, escapa de sus posibilidades. No quiere tapar el sol con un dedo, no porque no lo desea. Si no porque el calor de ese sol quema todo su ser.

Las últimas tres semanas fueron un hastío de lid interna; no puede decir que extrañó su presencia. Porque todavía siente aquel aliento cálido chocar con su nariz, le sigue dando cosquillas. Sus hombros escocen desesperados, ansiando sentir de vuelta el toque de esas manos pétreas, varoniles, exquisitas sobre ellos.

Cada día desde entonces aguarda el ocaso con la esperanza de ver arribar la entrega de sus ramos diarios. Porque sí, ni un sólo día ha dejado de recibirlos. Su habitación de infancia está convertida en un jardín de colores, formas, texturas y olores que lo sumen al recuerdo de su emitente. Es su pequeño santuario

No sabe por qué lo hace, las razones están ajenas a lo que su pobre y débil mente puede comprender.

Se ha memorizado los horarios en los que arriba el repartidor de sus regalos personales. Ya que aquella también es la hora en la que su prometido llega de su rutinaria jornada de negocios.

Durante cada puesta de sol, para Louis es un momento en el que encuentra paz y tal vez se encuentra a sí mismo cuando observa su precariamente elaborado jardín personal.

Antes de tener que salir de allí, empezar a sonreír de la manera en la que le enseñaron. Ponerse aquella mascara que lo hace mimoso y complaciente, aquella que lo lleva a actuar en piloto automático.

Aquella que oculta esa sensación marchita que arraiga todas sus melancólicas raíces durante todos esos días para poder continuar el juego de la pareja perfecta. Y a la vez haciendo que su piel se pudra, descomponiéndose con mentirillas que le queman la garganta, besos que inflaman su piel falsa con impropias caricias. Más él ha de soportarlo todo.

—Aquí están —advierte la castaña.

Sale rápidamente de su trance, se levanta de la cama y llega hasta ella con la intención de ayudarle con las vestimentas.

Estamentos de Honor (Larry Stylinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora