VI

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En la literatura hay una gran tradición de viajes, no me refiero a los espaciales ni a los


de piratas, sino a esos viajes que los protagonistas realizan para volver al mismo


lugar pero transformados.


Si algún día se escribiera la novela de mi vida, suponiendo que tuviera interés para


alguien, habría que dedicarle gran espacio a ese viaje que ni siquiera me acuerdo en


qué fecha realicé.


Ese día fue la primera vez que mentí a mis padres. Mariano, que sabía adonde iba, se


ofreció a cubrirme. Se suponía que yo iba a estar en su casa un rato antes de nuestro


entrenamiento de rugby, lo que me daba un poco más de tres horas para ir y volver.


Para ser fiel a la verdad debo decir que en ningún momento se me pasó por la cabeza


la posibilidad de que Ezequiel no estuviera en su casa. Yo iba a pedirle explicaciones


acerca de lo que estaba haciendo infeliz a mi familia, su obligación era la de estar. Y


estaba.


Cuando abrió la puerta del departamento saltó sobre mí un enorme perro siberiano


(no era tan enorme, me di cuenta después, es que yo nunca me llevé bien con los


perros, ni ellos conmigo).


-No...no sabía que te...tenías un perro- tartamudeé, mientras me lamía la cara.


-Están iguales - contestó-, él no sabía que yo tenía un hermano. ¿Pasás? ¿O te


pensás quedar en la puerta?


Pasé. Entramos directamente al comedor y me senté en una silla. Se hizo un silencio


incómodo, largo. Él lo rompió.


-¿Los viejos saben que estás acá?


Negué con la cabeza.


-Muy bien, muy bien. Las nuevas generaciones aprenden rápido. Yéndote de casa sin


permiso a los 10, me imagino qué cosas harás a mi edad- dijo y se rió.


Eso me molestó. Yo estaba ahí para pedirle explicaciones. No para que él me las


pidiera a mí. Yo estaba ahí para saber qué era lo que había hecho ahora ese


desalmado que hacía que mi madre llorara todo el día. Me armé de valor y le dije:


-¿Hace mucho que lo tenés...este...digo...al perro?


Ezequiel se puso serio por primera vez. Antes estaba divertido por mi presencia, sabía


que había ido a buscar algo, y que no me atrevía a preguntar. Pero igual me contó la


historia.


-Hace poco más de un año y medio, fui con Nicolás a la casa de una amiga suya. ¿Te


acordás de Nicolás? Bueno, no importa. Lo importante es que la amiga criaba perros


siberianos. Éste se llama Sacha. Era el más chiquito de la cría, el último que nació.


Por eso lo iban a matar.


-¿En serio lo iban a matar? Si es hermoso.


-Sí que es hermoso, ¿no es cierto?- dijo acariciándolo-. Pero a los últimos de cada


cría los criadores los matan, son los más débiles, los menos puros de la raza. Los


criadores viven de la pureza, ese es su negocio, no les conviene que haya perros


impuros dando vueltas por ahí. Si vos conocés a otros perros de esta raza, te podés dar cuenta que éste tiene las orejas un poco más grandes y...


-Tiene los ojos marrones- interrumpí.


-Eso no tiene nada que ver. Además a mí me gustan así marrones. Hay un cierto aire


de verdad en los ojos de los perros siberianos, como si supieran nuestros secretos.


Bah, esto es un delirio mío, no me hagas caso.


-Pero lo que no puedo creer es que los maten.


-La gente no entiende nunca al que es diferente. En una época los metían en


manicomios, en otras en campos de concentración- suspiró-. La gente le tiene


miedo a lo que no entiende. Si la sociedad margina a los que son diferentes, qué


destino puede tener un perro que tiene las orejas un poco más grandes.


Otra vez se hizo silencio. Yo lo rompí.


-¿Por qué los viejos están tan enojados con vos?-Pregunté rápidamente y casi sin


respirar.


-Porque tengo SIDA- contestó.

Los Ojos Del Perro SiberianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora