Cuando sólo quedaban los mayores y Mariano, puse el compact. Yo no sabía quiénes
eran los Dire Straits, nunca los había escuchado, Mariano sí. Mientras charlábamos de
otros temas que tenían y esas cosas, se acercó mi padre.
-Música moderna, je, je -dijo, para luego agregar-: ¿Qué buen regalo, no?
Mi padre no escuchaba jamás música cuyo compositor no hubiera muerto hacía por lo
menos cien años.
En casa no había rastros de otro tipo de música, ni jazz, ni tango, nada.
-A mí, creo que me gusta -le respondí.
-A mí también -agregó Mariano apoyándome.
-Ya se les va a pasar -afirmó mi padre dando por terminada la conversación.
No sé, no recuerdo qué otras cosas me regalaron aquel año, sólo recuerdo el compact.
No creo que eso sea importante. La memoria suele tender muchas trampas. Lo que sí
es seguro es que mi padre no quería que yo me acercara a Ezequiel.
Su nombre había sido tantas veces susurrado, tantas otras callado, que se había
convertido en un enigma, en un misterio. Eso siempre es atrayente.
El misterio. Desde los orígenes de nuestra cultura nos alimentamos del misterio, las
religiones de Occidente se basan en él. Están llenas de misterio, de cosas que son
inaccesibles a la razón y deben ser objetos de fe.
En un libro que leí a los diecisiete, pero que me hubiese gustado leer a los doce, dice
algo así como que el hombre necesita del misterio como del pan y el aire, necesita de
las casas embrujadas, de las personas innombrables, de las calles sin retorno que hay
que esquivar.
El misterio.
Ezequiel se acercó.
-¿Seguís siendo hincha de Racing?
-Sí.
-Te invito a la cancha el próximo domingo.* * *
Pasé todo el resto del domingo escuchando Dire Straits, pensando si ir o no a la
cancha. Me moría de ganas, pero ir significaba asumir de una vez por todas que
éramos hermanos para bien o para mal. Significaba que tal vez la confusión volvería.
Mi abuela, antes de irse, me había dicho que tenía que ir, que la pasaría bien, que mi
padre no pondría reparos. Yo no estaba tan seguro.
El lunes en el colegio Mariano estuvo toda la mañana repasando la fiesta como si
hubiese sido la suya, tal vez él la sentía así. Estábamos tanto tiempo juntos desde
tantos años atrás que algunos nos decían los mellizos. Y ante los demás mi
cumpleaños era tan importante como el suyo.Mariano trató por todos los medios de convencerme para ir conmigo a la cancha, pero
afortunadamente no lo logró.
A la tarde, en casa, mi padre me llamó para jugar al ajedrez. Esta vez logré hacerle
un poco más de fuerza y la partida fue más larga.
Al terminar llegó lo que yo estaba esperando.
-Me enteré de que tu hermano te invitó a ver un partido de fútbol -me dijo.
-Si, papá -contesté con mi habitual facilidad de palabra.
-Y vos querés ir -prosiguió.
-Me gustaría mucho.
-Vos sos un chico inteligente, no se te escapará que a esos lugares va cualquier clase
de gente -e hizo una especial entonación en las palabras "cualquier clase"-. Que
además suele haber peleas y mucha violencia.
-Pero, el domingo Racing juega con Platense, no va a pasar nada.
-Noto que ahora sos un especialista en fútbol, yo creí que tanto no te interesaba.
Bajé la vista. No sabía qué responder, nuestras discusiones siempre terminaban así,
yo hacía silencio y bajaba la vista, mi padre no volvía a hablar, luego de unos
instantes se levantaba y daba por acabada la cuestión, siempre a favor suyo.
Pasó un rato más y en el momento que se paró me armé de valor y le dije:
-Pero me va a llevar Ezequiel, él me va a cuidar, no va a dejar que me pase nada.
-Ezequiel...
Y fue él esta vez que hizo silencio y bajó la vista.
-Vos sabes muy bien -dijo luego de un instante-que nosotros no estamos muy de
acuerdo con algunos aspectos de la vida de tu hermano, que estamos... cómo decirlo,
un poco distanciados. Así y todo querés que te deje ir a ver un partido de fútbol con
él.
-Si papá, por favor -Y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Me miró un buen rato y dijo:
-Está bien, te dejo ir. Pero no pienses que esto termina acá, después del domingo
vamos a tener una larga charla nosotros dos.
Se levantó, empezó a caminar para irse, se dio vuelta y me dijo:
-No te olvides de esto; los hombres son como los vinos, en algunos la juventud es
una virtud, pero en otros es un pecado.
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Los Ojos Del Perro Siberiano
RastgeleAutor: Antonio Santa Ana La novela Los Ojos del Perro Siberiano es narrada por un joven que está por irse a Estados Unidos y del cual nunca se menciona el nombre. Este narrador es el protagonista de la historia en la que relata su juventud y adolesc...