Pasó el verano, no nos fuimos de vacaciones, sólo unos días al campo de la abuela,
unos pocos días debería decir, no llegaron a ser diez. Y no vi a Ezequiel hasta marzo.
Hablábamos por teléfono casi a diario, ya no ocultaba mi interés por él. Mis padres lo
tomaron con resignación, pero tampoco estaban dispuestos a dejarme ir a verlo.
En marzo, con el comienzo de clases, volvía a gozar de una pequeña libertad. En el
colegio me anoté en varias actividades extra curriculares, que me permitían estar más
tiempo en la Capital. Mi idea era que cuanto más tiempo estuviera alejado de San
Isidro, más posibilidades tendría de ver a Ezequiel.
A mediados de marzo volví a su casa. Llegué sin avisar. Ezequiel estaba trabajando.
Desde que lo habían echado del estudio hacía pequeños trabajos como freelance, y
sospecho que la abuela lo ayudaba económicamente. Jamás se lo pregunté a ninguno
de los dos, ni ellos tampoco me lo comentaron.
Se alegró mucho de verme, lo sé. Estaba más delgado que la última vez. Su salud
estaba muy deteriorada, cualquier germen que estaba por el aire él se lo agarraba.
Tomaba vitaminas y, me contó, había días que no tenía fuerzas para hacer sus
caminatas.
-Sabía que cuando empezaran las clases ibas a volver. Lo sabía -me dijo-. Te
tengo un regalo.
Y me regaló una foto. La foto era en blanco y negro. Estaba toda oscura, en el centro
había una vela iluminando parte de un pentagrama. El pentagrama estaba en clave de
Fa (la clave con la que se toca el chelo).
Esa vez no necesité preguntarle nada.
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Los Ojos Del Perro Siberiano
RandomAutor: Antonio Santa Ana La novela Los Ojos del Perro Siberiano es narrada por un joven que está por irse a Estados Unidos y del cual nunca se menciona el nombre. Este narrador es el protagonista de la historia en la que relata su juventud y adolesc...