Capítulo VI, parte 6: Lucifer

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Esa semana, fue por decir algo, tortuosa. La rutina de ir a la mansión principal, ser custodiado en la habitación por media docena de lobos mientras MinHo le daba su sangre a TaeMin, se tornó cada vez más difícil.

La primera ocasión, un orgasmo se apoderó del joven príncipe y el aroma a semen y sexo de él, volvieron loco a su lobo, no quedándole más remedio que arrancar antes de que el salvajismo del animal dañase al vampiro. MinHo en aquella ocasión, corrió, corrió y corrió hasta la frontera, en donde vivía en una vieja cabaña que había visto días mejores en el pasado. Al llegar allí, el lobo destruyó todo a su paso, rompiendo muebles, vajilla y hasta su ropa. Al día siguiente, despertó desnudo en el suelo, con restos de semen rodeando su sexo.

Se sentía patético.

La laguna en la que conoció a TaeMin como su compañero, era vasta y extensa, y la otra orilla, estaba a pocos metros de la cabaña. MinHo se bañaba cada madrugada ahí, en una piscina que se formaba por unos riscos de piedra con hermosas cascadas. Luego se vestía y esperaba al auto que enviaba su padre para emprender el viaje de nueve horas hacia los territorios de la manada en donde estaba la mansión principal. Durante el viaje, la imagen de él sometiendo a TaeMin en el sexo, lo inundaban; saber que debía dar de su sangre al vampiro, no ayudaba mucho pues, cada vez, el joven príncipe sufría de un orgasmo mientras susurraba su nombre.

'MinHo, 'MinHo, 'MinHo' le escuchó decirle todos los días. La primera vez tuvo que huir porque su lobo anhelaba aparearse con su compañero pero, el temor a lastimarlo que resurgía en su lado humano, le hacían tomar las fuerzas que no sabía de dónde sacaba y entonces se iba. Lo máximo que alcanzó a estar fue un poco más de una hora y, cuando la transfusión terminó, sus pantalones estaban manchados en semen.

Había desperdiciado valiosos días huyendo de TaeMin y sabía que era tiempo perdido pero, ¿Qué más podía hacer? Su lobo estaba lastimándole, podía sentirlo llorar y gemir en dolor porque le estaba impidiendo llevar a cabo su instinto básico de apareamiento.

El sonido de la grava del camino bajo las ruedas del jeep, le anunciaron que ya estaban en el camino que iba directo a la mansión. Las tres horas de viaje desde ahí, pasaban rápido, ya eran cerca de las siete de la mañana y llegaría a tiempo a las diez para reunirse con TaeMin.

Cuando el auto se detuvo frente a la mansión, un guardia abrió su puerta y le hizo salir, sorprendiéndose de ver a TaeMin esperarle afuera, con sus guardias rodeándole.

- Buenos días – le saludó tímidamente.

- Buenos días príncipe – respondió él – Si estás listo, podemos ir a hacer la transfusión...

- No hoy – sonrió TaeMin – Hoy, quiero caminar, ¿Me acompañas?

- ¿Ca-caminar?

- Sí, caminar...

- ¿Qué hay de darte mi sangre?

- Podemos hacerlo después, no es necesario ahora. Bien, vamos...

La comitiva de TaeMin se movió; tres guardias delante, uno a la izquierda del castaño, otro entre medio de ambos y uno al lado derecho de MinHo más cuatro guardias detrás de ellos. Si los problemas no hubieran resurgido entre ambos, estar con un séquito de lobos rodeándolos, no era la mejor forma de iniciar el cortejo en ninguna relación.

Mientras caminaba, MinHo observó de soslayo a TaeMin; su cabello brillaba largo y liso hasta sus hombros, su rostro era tranquilo, apacible. Sus labios abundantes eran como el color de una fresa al igual que sus mejillas. El moreno se preguntó si la ropa que usaba era la que acostumbraba cuando estaba en su aquelarre, seguramente no lo era; un sweater sobre una remera blanca, pantalones jeans y zapatillas deportivas, probablemente eran muy por lo bajo en sencillez a cómo MinHo recordaba haber visto a Jeremiah o Amelia con sus túnicas de seda bordadas en oro.

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