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Frieda no recordaba unas vacaciones en Alemania tan divertidas desde que tenía como nueve años. Era cierto que Adler siempre le había caído mal, pero entre los niños las cuestiones solían ser más sencillas, se pasaba del amor al odio en muy pocos minutos, y por más que la mayor parte del tiempo el chico solía disgustarle, cuando jugaban o compartían momentos de diversión se olvidaba un poco de aquello y disfrutaba, al menos hasta la próxima rencilla.

Los días de la tregua fueron bastante cómodos e incluso divertidos. Frieda dejó de sentirse amenazada y de estar todo el tiempo a la defensiva para relajarse un poco, Adler dejó de molestarla y evitó ponerle motes que a la chica no le agradaban.

Salieron en familia a recorrer sitios, a comer, a ver películas, e incluso se vieron compartiendo salidas entre los tres —Frieda, Adler y Samuel— a lugares más juveniles donde el chico los llevó y les presentó como sus primos a todos sus amigos.

—¿Vamos a bailar el viernes? —le preguntó Adler esa tarde de miércoles. La semana de tregua había terminado hacía unos días pero ambos parecían querer seguirla de forma intrínseca.

—¿A bailar? ¿A dónde? No sé, no es que me divierta demasiado con esas cosas —respondió Frieda mientras se pintaba las uñas de negro.

—Es el cumpleaños de una amiga, nada serio. Será una fiesta divertida.

—Hmmm, no sé si me darán permiso. No me dejan salir mucho a esa clase de eventos —suspiró con resignación.

—Yo hablaré con los tíos, no podrán ante mis encantos —bromeó.

—Nadie puede con el príncipe perfecto, el joven Adler, ¿no es así? —bromeó Frieda y él asintió con diversión.

—Algo así —susurró.

—Mmmm... pues no sé... Quizás, aunque no traje ropa de fiesta tampoco —dijo encogiéndose de hombros, salir no le apetecía demasiado.

—No hace falta que llamemos al hada madrina y te convierta las calabazas en carrosas, es un encuentro casual, entre amigos. —Frieda lo miró, puso los ojos en blanco y bufó, Adler levantó las manos en señal de rendición y rio.

—Bien... iré —susurró—. Si les hablas a mis papás y me dejan, claro.

—Fíjate como los convenzo —añadió Adler saliendo del cuarto y llamándolos—. ¡Tía Caro, Tío Rafa!

Frieda lo siguió divertida y expectante, y escuchó como Adler le pedía permiso a sus padres para que la dejaran ir con él, prometiéndoles que la cuidaría. Se rio ante la idea tan estúpida de que ella necesitara que alguien la cuidara, y menos que ese alguien fuera Adler. Sin embargo, sabía que a su padre le encantaría escuchar algo así y que sería la única manera en que la dejaran. Vio como Adler abrazaba a su madre y le plantaba besos en la mejilla para intentar aflojarla, ella reía.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora