Norman abrió los ojos.
Un césped raído y quebradizo le acarició el rostro, a modo de bienvenida, y trató de recordar cuál había sido su último acto antes de caer inconsciente. Ni siquiera le sorprendió reiterarse que se encontraba en un sitio donde no había luz, es decir, no un cielo grisáceo, sino que estaba completamente oscuro, y sólo a la distancia podía vislumbrarse retazos de lámparas titilantes.
Wybie soltó un quejido, sentándose sobre el suelo, a lo cual Norman le imitó, todavía meditabundo y con la cabeza dando constantes vueltas. Habían saltado desde lo más alto de una torre, y habían sobrevivido.
¿Sorprenderse? No mucho, en realidad.
─Estúpida cosa ─farfulló Coraline, a su lado, poniéndose de cuclillas.
Lo único que podía vislumbrar el muchacho eran sus sombras.
─ ¿Estás bien? ─Preguntó Wybie hacia Coraline, claramente.
La muchacha no respondió, sino que en su lugar se levantó completamente del suelo, trastabillando hasta que pudo mantener el equilibrio, y se alejó unos pasos de los muchachos; los ojos de Norman se acoplaron a la oscuridad, y ahora no solo podía ver las siluetas, sino que ya podía ─por lo menos─ definir algunos rasgos de sus compañeros.
Coraline tenía aferrada la palma contra el rostro, conteniendo unos gruñidos, mientras su cabello ocultaba la mayor parte de este, impidiéndole ver.
─ ¿Coraline? ─Susurró Norman, dubitativo.
De golpe recordó el suceso con la Otra Madre: Coraline colgando de entre sus dedos, sin vida, mientras uno de sus cuencos había sido totalmente vaciado y cocido por un artificio de color negro brillante. El muchacho se levantó de golpe, y caminó hacia ella con rapidez. Wybie protestó, pero él ni siquiera se detuvo a escucharlo, en su lugar, colocó una palma por encima del hombro de la niña, pero ella se alejó de un movimiento, con respiración agitada y los brazos temblorosos.
─Estoy bien ─replicó Coraline, sin dejar de cubrirse el rostro.
Wybie se colocó al lado de Norman, y observó con detenimiento a la chica.
─Coraline ─susurró Wybie, asustado─: está sangrando.
─ ¿Qué está sangrando? ─Cuestionó Norman, alterado.
Escuchó como Coraline tomaba aire, tan profundamente, que cuando levantó la cabeza y separó la palma de su rostro, el aliento se escapó de su interior; su ojo, el cuenco que había visto claramente vacío, lo estaba, y sangraba, como si ella estuviera llorando.
─Coraline ─masculló Norman, genuinamente espantado.
─Soy suya, Norman ─gimoteó Coraline, quien se había prometido a sí misma no volver a llorar.
Y Norman no la juzgó. Ellos apenas eran unos niños, que habían sido arrancados de sus hogares para ser puestos en un sitio lúgubre, tentados a desaparecer. O a ser comidos por el monstruo que rondaba esos lares.
La estrechó tan fuerte entre sus brazos, que ni siquiera le importó que le llenara la camiseta de sangre. Coraline sollozaba, y hundía más y más el rostro contra de él, tratando de ocultar la marca permanente en su cara. Wybie bajó la mirada, en silencio.
Quiso decirle que todo estaría bien. Pero no lo estaba, en ese punto de la partida, sabía que todo estaba tentado a empeorar. Incluso a rozar la muerte.
Con un último sollozo, Coraline se separó de él, está vez no trató de sonreír, sino que asintió con la cabeza, propinándole un ligero apretón de manos al niño, en señal de agradecimiento y alzó la mirada hacia el horizonte. A sus pies, el gato negro maulló con fuerza, y Norman vio como la niña recobraba el valor, jugando nuevamente a ser valiente.
─Debemos ─comenzó a decir Coraline.
─...buscar a los demás ─completó Norman, también asintiendo con la cabeza.
─Escuchen ─farfulló Wybie, colocando un dedo sobre los labios.
Para Norman, fue como oír nuevamente al tumulto de monstruos de su pesadilla, pero mucho peor. No eran gruñidos ni miradas siniestras, ni siquiera el rozar de un hacha contra el césped. Lo que oían era un lamento lejano, sumido entre gemidos animales.
Seguido de un par de voces que clamaban al unísono, y reían.
Los cuerpos de los tres niños se erizaron, en señal de alerta, y el gato saltó por encima del hombro de Wybie, hundiéndose en lo profundo de su chaqueta. Las risas comenzaron a acercarse, soplando el viento y removiendo el césped pardo como una marea a la deriva, dirigiéndose hacia ellos.
Comenzaron a correr en sentido contrario, internándose en lo desconocido.
Neil tuvo que respirar hondo dos veces para tranquilizarse.
Habían tenido que huir del monstruo, tan rápido como este descubrió su escondite. Ahora yacían en el interior de un viejo edificio destartalado, ni una luz en su interior. Podían escuchar el suave rozar de sus piernas contra la marea del césped petrificado, y cada que sabían ─por intuición─ que estaba más cerca, contenían en aliento.
Temerosos de llamar a la criatura con el palpitar de sus corazones.
Mabel aferraba el cuerpo de su hermano contra de sí, desolada. Incluso Neil creyó que jamás despertaría. Pero lo hizo, sus párpados se abrieron de golpe. Al mismo tiempo que la criatura sin rostro atravesaba el umbral de la puerta, ladeando la cabeza.
ESTÁS LEYENDO
Mystery Kids: Argus
Fiksi PenggemarÉl no ha muerto. Sigue respirando. En el fondo del bosque. Ahí en el centro. Escondido entre las entrañas. Observando. Historia original. CANCELADA.