El voto del silencio

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Cuando Wybie volvió en sí, solo un atisbo de luz fue lo único que lo recibió en aquel sitio repleto de tinieblas. Una luz que se movía instantáneamente entre los muebles, el piso y la habitación, como si estuviera buscando algo desesperadamente.

Se escuchó un ruido: algo golpeando el suelo con fuerza. Después el temible vacío, acompañado por fuertes pisadas que se llevaron lo único que iluminaba la habitación; se levantó, temblando y con un pedazo de tela cubriéndole casi todo el cuerpo. Estornudo. El polvo voló a su alrededor en forma de volutas.

Fue cuando se dio cuenta de su tamaño real a comparación del sitio donde se encontraba.

Era como pisar la tierra de los gigantes. O quizá, pensó, cuando Alicia se volvió pequeña en el País de las Maravillas. Un escalofrío escaló su cuerpo. Entonces las pisadas no eran de una entidad común, sino de un ser que le doblaba ─o mucho más─ la estatura.

Guardó silencio.

La habitación se encontraba en calma, apenas y podía vislumbrar sus pisadas gracias a una luz menguante que atravesaba las cortinas, proveniente de las ventanas. ¿Hacia dónde tenía que ir?, se preguntó, asustado y con las palmas de las manos temblando. Estaba preparado para lidiar con el mundo de extrañas fantasías y sucesos paranormales de Bemus, pero en compañía, no completamente solo.

Repentinamente entendió el terror que había inundado el corazón de Coraline al estar completamente sola al otro lado de la puerta, con la Otra Madre. Y su desesperación al saber que alguien ─quien pudo haberle ayudado en ese instante no le creía sus extrañas pesadillas.

Pesadillas.

Comenzó a caminar en silencio por la estancia. A lo lejos podía escuchar las pisadas, pero sonaban tan distantes que Wybie no sabía si preocuparse o mantenerse tranquilo por el momento. Era difícil discernir la tranquilidad de tu corazón a sabiendas que un monstruo estaba rondando las esquinas, dispuesto a quitarte la vida para tragársela de un bocado.

Decidió, con ironía, que debía tranquilizarse. Pues salirse de sus casillas no haría más que provocar hacer algún ruido que alertara de su presencia.

Miró a su alrededor, tratando de descubrir en qué parte de la casa se encontraba: paredes altas, piso sucio a causa de la mugre ¿y sangre?, repisas a lo alto y una mesa de madera podrida, esperando el momento para blandirse contra el suelo.

─La cocina ─murmuró, sin dejar de caminar.

"Al menos no tengo el tamaño de un ratón", pensó Wybie, mirando hacia arriba, buscando alguna fuente de luz instantánea que le permitiera guiarse por los oscuros pasillos que parecían abrirse más allá de esa habitación.

Podría haber escalado por unas viejas cajas de cartón abandonadas en una esquina, pero repentinamente las pisadas se acercaron, acompañadas de un sonido extraño parecido al de un metal arrastrándose por el suelo; el corazón de Wybie saltó en su pecho, asustado y corrió tan rápido a una esquina contraria de la habitación, resbalando con la suciedad y la basura esparcida por el suelo.

Una figura entró a la cocina, con algo parecido a un cuchillo de carnicero arrastrando detrás ─bien sujeto a su mano desfigurada─, y salió por la puerta, azotándola detrás de sí como una ventisca. Alguien gritó al fondo de la casa y una miríada de luces explotó detrás de la ventana, al igual que chillidos de niños a lo lejos.

Wybie más adelante juraría haber visto el rostro de una niña restregarse contra la ventana.

Pero no se quedó para contemplar y pensar en el extraño mundo que existía más allá de la puerta de entrada, y emprendió nuevamente su exploración; tomó consigo lo primero que vio que era de utilidad entre tanta porquería: un pedazo de cordón, un alfiler y una piedra que parecía ser algo parecido a un diamante.

No pensó muy bien en los objetos que hurtaba, pues temía que entre más tomara, más difícil sería para él la huida. El siguiente pasó del plan sería encontrar a Norman y Coraline en alguna de las habitaciones, claro, no tenía la certeza si a ellos de igual forma los habían lanzado a esa casa de fantasías extravagantes o se encontrarían en ese momento lidiando con otras pesadillas.

Pero se forzó a sí mismo a mantener la esperanza.

Caminó lento pero decidido, con el oído alerta y los ojos tratando de descifrar los rasgos de las tinieblas, desenredándolas como hilos.

Paso, paso. Oído alerta. Mirando alrededor. Buscando sombras.

Paso, paso, paso. Un ruido. Mirada alerta. Escondiéndose en las sombras.

Paso, paso, paso, paso. Un grito al otro lado de la casa. Oído alerta. Mirada enfrente. Corazón latente.

Los minutos parecían tan largos como una estadía en el infierno y los ruidos eran como gritos, advirtiéndole de su presencia. La oscuridad, Wybie la odiaba. No sabías si al volver la mirada encontrarías el rostro de un extraño, mirándote fijamente y sonriendo. No sabías si ese monstruo estaba tan cerca que ni siquiera podías distinguirlo a causa de las tinieblas.

En su niñez los monstruos se escondían debajo de la cama y te advertían del peligro, susurrándote a voz baja: "No vayas debajo de la cama, no vayas debajo de la cama o te comeré".

¿Sería aquel mundo, fabricado por Bemus, el sitio real donde esos monstruos te advertían a no entrar? Porque se escuchaban gritos. Gritos de niños asustados. ¿Esos niños fueron aquellos que se atrevieron a asomar la cabeza debajo y a encontrar un hoyo de conejo? O quizá una puerta. Atreviéndose a cruzarla, por poco a salir de ella y escapar de las garras de la bruja.

Paso, paso. Un susurro. Luz. Pisadas lejanas. Mirada enfrente. Corazón latente.

Porque Bemus era la forma de la oscuridad transformada en monstruo. Era esa presencia que te hace despertar a las tres de la mañana y a volver la mirada alrededor de tu habitación, buscando un fantasma. Bemus, para Wybie, era la entrada a las pesadillas, a los monstruos y a un sitio extraño plagado de extrañas fantasías.

Paso, paso, paso. Una voz. ¿Coraline? Luz alejándose. Susurros. Mirada enfrente.

Quizá por eso ellos estaban ahí.

Paso, paso, paso. Siguiente habitación. ¿Coraline? Susurros. Paso, paso.

Ellos habían tentado a la oscuridad, enfrentado a sus criaturas. Y ganado en el intento.

Dobló a la izquierda, a la siguiente habitación y parecía ser una sala de estar. No había cortinas, la luz menguante se introducía por las ventanas, dejando al descubierto muebles viejos, cajas esparcidas y un suelo de madera corroída. Y una luz blanquecina, cerca del sofá.

Volvió a escuchar los susurros. Wybie se acercó en silencio, al par de figuras ─de su tamaño─, y observó, atento.

Paso, paso, paso. Susurros. Una luz. Un grito. Se había roto el voto de silencio. 

Mystery Kids: Argus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora