Capítulo 3: Juventud Quebrada

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Un año más tarde, regresando al momento en que Meredith había sido golpeada. Los problemas se hicieron más intensos después de la muerte de la oficial, muy mal promedio, y más problemas con Andrómeda. No sabía pelear porque su profesor se negaba a enseñarle, así que entrenaba sola, pero ese día la pelea entre ellas fue más intensa de lo usual y terminó con sangre en todo el rostro y su camisa blanca:


- ¡¿Quieres pelear?! -jaló con fuerza l larga trenza negra de Meredith lo que hizo que cayera de rodillas.


Intentó golpearle las piernas, empujarla, incluso intentó zafarse para poder huir, pero era inútil. Andrómeda pateó vilmente el rostro de Meredith hasta dejarla sangrar. Los profesores veían y unos hacían caso omiso a las súplicas de Meredith, mientras otros reían y disfrutaban del espectáculo, como si les complaciera verla golpeada. Hasta que un profesor, irónicamente el de defensa, las separó. Dejó huir a Andrómeda mientras se desquitaba con Meredith. Sólo tenía diez años.

En su oportunidad corrió a la enfermería donde las enfermeras quedaron horrorizadas con lo crueles que habían sido con ella. Sólo ellas se apiadaban de la pobre. Después de un tiempo en la enfermería y de darse cuenta de que estaba sola, literalmente en ese lugar, decidió dejar de compadecerse de sí misma y comenzar a defenderse. Comenzando por cortarse el pelo. Estaba cansada de tener cicatrices en la cabeza de los jalones tan fuertes de cabello que durante cuatro años le habían ocasionado heridas que, aunque sanaban, sabía que las burlas y las miradas complacidas de los profesores se quedarían en sus recuerdos para siempre.

Tomó un cuchillo que pudo robar de la cocina, parada frente al espejo de su tocador se miró. Negó con la cabeza y con unas lágrimas que se asomaban. Moretones en los ojos, una nariz fracturada y morada de los golpes que recibió, el labio inferior con puntos de las suturas que le hicieron. "Esto no se va a quedar así", se dijo furiosa por primera vez. Con su mano derecha y el cuchillo en mano cortó su larga trenza. Con las tijeras que tenía guardadas prosiguió con el resto, para después ir a la barbería donde les cortaban el pelo a los hombres.

Pasaron dos años, era el momento en que los niños, si es que seguían en la academia (porque muchos terminando los problemas en la Tierra volvieron con sus familiares), después de seis años de materias básicas y avanzadas, tomaban una carrera

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Pasaron dos años, era el momento en que los niños, si es que seguían en la academia (porque muchos terminando los problemas en la Tierra volvieron con sus familiares), después de seis años de materias básicas y avanzadas, tomaban una carrera. Esto por una razón: enviarlos muy pronto a pelear contra los problemas que habitaban en el exterior y que cuando regresaran tuvieran estudios certificados en la Tierra.

Había dos carreras sencillas en la academia: Oficial o militar especializado en alguna cosa.


- ¿Cómo entraste a esta carrera -lee la lista-, Bennet? -Dice indignado un hombre tosco, alto y muy robusto, de unos cincuenta años.

-Como todos -dijo Meredith sin mucho afán, como si la respuesta fuera obvia. Algunos ríen.

-No necesitamos "carnada". Necesitamos verdaderos oficiales -mira de pies a cabeza a la chica que sentada en su banca de una manera vaga lo veía-, y tú no tienes pinta de oficial.

-Eso lo veremos -dijo retándolo la chica de cabello corto.


Las clases seguían su curso normal y algunos profesores todavía se negaban a enseñarle, aunque ya no era problema para ella porque estudiaba por su cuenta, pero le dedicaba más tiempo al gimnasio, donde volvería a encontrase con su enemiga.

Golpeaba con todas sus fuerzas el saco que tenía en frente de ella, pero parecía que lo golpeaba un niño de cinco años. No sabía qué hacía mal: golpeaba lentamente, tal vez ese era su problema, no pasó mucho para darse cuenta de que no estaba sola en el gimnasio.


-Largo -dijo ignorando a Andrómeda, quien no venía sola.

-Hace mucho que no tenemos una plática -dijo caminando hacia ella.

-Di lo que quieras y lárgate -dijo mientras apretaba los dientes, intentando concentrarse en golpear el saco.

-Tonta, tonta -negaba con la cabeza-. Tonta Meredith. Escuché que entraste a la academia de policías. Yo estoy ahí -observando como golpea el saco-, y te aseguro que no vas a graduarte -dijo casi riendo-. Esto no es para ti. Eres inútil en cualquier cosa que hagas. Yo lo sé, y tus padres lo saben porque te dejaron aquí abandonada.

- ¡Cállate! -gritó, sin verla.

- Te regalaron -negó con la cabeza-, dime, ¿qué se siente ver cada año que todos recibimos cartas de nuestros padres diciéndonos que nos aman mientras tú sigues esperando a que vuelvan por ti?


Cerró los puños con fuerza, sintió furia y un nudo en la garganta. Creyó que era el momento defenderse, de demostrar que no podía lastimarla más, así que soltó un puño que iba directo a su rostro, Andrómeda lo percibió y en sólo dos pasos lanzó a Meredith haciéndola estrellar contra la pared. La tomó del fleco que tenía, estaba lista para golpearla como siempre y salirse con la suya, pero fue diferente. Preparó su puño para golpearla en el rostro.


-Veo que no quedaste complacida con la operación de nariz que te hice -los otros ríen-. Veamos si ahora sí logro deformarte ese lindo rostro que tienes...-Meredith cierra los ojos, sabía que no podía defenderse. Siente un jalón que la lleva hacía adelante un poco, pero nada más. Escucha un grito y el sonido de algo chocando con la pared también. Abre los ojos y se asombró.

-Ve a molestar a alguien más, Andrómeda -dijo un chico de pelo cobrizo y ojos azul intenso. Alto, delgado y fuerte.

- ¡Abraham! -dice con lágrimas en los ojos Andrómeda, porque la había lastimado un poco.

-Vete -ella se levanta y sale llorando y corriendo junto con sus amigas-. Es muy dramática, perdónala...-Meredith sale corriendo también del lugar y éste la sigue- ¡Oye! -la alcanza y la toma del brazo- ¿Estás bien? -pregunta preocupado.

-Sí. Gracias -Abraham se fija bien en ella y logra recordarla.

-Tú eres a quien siempre golpea Andrómeda -dice desconsolado-. Lo siento.

-Está bien -evade su mirada-. Siempre va ser así.

- ¡Yo puedo ayudarte! -dice sonriendo, ella lo ve, y queda cautivada. Nadie le había sonreído y mucho menos salvado de una severa paliza- Sólo si quieres.

- ¿Por qué? -pregunta molesta, zafando su brazo de él.

-Porque la necesitas. Podría matarte -ella no contesta-. Vamos, sé que quieres -dice dulcemente-. No te haré daño -ella suspira, se relaja y asiente. Él sonríe.

 Él sonríe

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