Capítulo 8: Palabras

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—¿Estás enfadada? —preguntó Dominic mordiéndose el labio mientras ella terminaba de secarlo. Le acababa de contar cómo se había escapado y la razón por la que lo hizo. Por supuesto su madre no estaba muy feliz.

—Sí —contestó envolviéndolo en la toalla y abrazándolo fuerte contra su pecho—. ¿Cómo se te ocurrió escaparte? ¡Pudo haberte pasado algo! —reprendió—. Te pudo aplastar un auto o pudieron secuestrarte o… ¡quién sabe qué rayos! —Dominic suspiró y la abrazó.

—Pero no me pasó nada —balbuceó a modo de defensa.

—Dom, si te perdiera me volvería loca —musitó acariciándole la mejilla.

—No me ha pasó nada —repitió el niño.

Evangeline suspiró resignada y le besó la mejilla. Se fue a la habitación y lo dejó encima de la cama. Dominic se quedó observándola mientras su madre le buscaba la ropa. Lo primero que había hecho al entrar al departamento fue meterlo al baño, durante el camino no le dijo nada, se limitó a abrazarlo.

—Yo puedo —protestó cuando su madre empezó a vestirlo. Evangeline permitió que lo hiciera solo, aunque cuando el niño quería ponerse la camisa comenzó a hacerle cosquillas, dificultándole la tarea—. No más —pidió riendo a carcajadas.

Evangeline ignoró las protestas y no dejó de hacerle cosquillas hasta que el pequeño tenía las mejillas rojas y lágrimas en los ojos. Le acarició la barriga y lo sentó para ponerle la camisa. Dominic se abrazó a ella muy fuerte, con ojos soñolientos, se apoyó en su hombro quedándose dormido.

Evangeline le acarició la espalda, el cabello rizado y húmedo y se quedó un rato tranquilla mientras lo observaba dormir, le seguía pareciendo tan pequeño para aquella mentalidad que tenía a veces.

Lo único que deseaba hacer era apartarlo de su padre, que era quien terminaba tratándole como un adulto, aunque eso no le sorprendía, su padre nunca había sido de consideraciones, en su mente fría y llena de números no existía espacio para las contemplaciones.

Escuchó la puerta del departamento abriéndose, pasos por el corredor. Raúl entró con una sonrisa descarada. Le frunció el ceño y acomodó a Dom en la cama tapándolo con las cobijas.

—Luego arreglo, cuentas contigo —gruñó de mala gana. Raúl le tendió las llaves de su auto con una sonrisa. Evangeline las tomó—. Gracias, nos vemos a las ocho —masculló cogiendo la mochilas con las cosas de la universidad y retirándose. Se despidió de Paloma que estaba en la sala regando las plantas.

Dominic al día siguiente se había ganado un castigo en el colegio, aunque por suerte  consistía en no salir a recreo, lo cual no le molestaba en absoluto porque prefería quedarse en el salón pintando. 

Ya tenía el dibujo de una familia con un perro. Su maestra decía que tenía mucho talento para el dibujo, aunque a veces creía que lo decía únicamente porque era de las pocas cosas que hacía como un niño «normal». Escuchó la puerta abrirse y ni siquiera se molesto en alzar la vista, debía ser su profesora buscando algo.

—¿Quieres jugar futbol? —preguntó uno de los niños de su clase, detrás de él estaban dos pequeños que tenían expresiones atemorizadas.

—No —negó sin mirarlo, ya había reconocido la voz. 

—¿Por qué? ¿No sabes jugar? Tal vez no, después de todo no tienes papá que te enseñe —comentó el infante con voz melosa—. ¡No tiene papá, no tiene papá! —canturreó con una vocecilla odiosa. Dominic siguió dibujando impasible. El niño le quitó el dibujo al ver que era el motivo por el que lo ignoraba—. ¿Éste es el papá que quieres y no tienes? —preguntó con una sonrisilla burlona. 

Dominic recogió las pinturas, se limpió las manos en un trapo y se sacó el delantal, las guardó en la estantería ignorándolo olímpicamente.

—Nunca vas a tener un papá, de nada te sirve soñar —dijo con maldad, tratando de molestarlo ya que nada parecía funcionar.

—Pues no tenerlo es mejor que tener uno que envía a la sirvienta a las reuniones escolares por considerarlo tan poco importante —replicó. 

El otro niño le envió un puñetazo con una mirada furiosa. Dominic lo retuvo y escuchó como los otros dos niños se retiraban con pasos apresurados dispuestos a llamar a la maestra. 

—¡Romperé tu tonto dibujo! —gritó amenazante, cogiendo por diferentes esquinas el papel.

—Pues hazlo —contestó cruzándose de brazos, apretó los labios cuando el papel empezó a desgarrarse. El niño lo rompió a la mitad, luego los juntó y lo volvió a romper. Cuando se aseguró de que no eran más que pequeños trozos en sus manos, los tiró al cielo como si fuera confeti, luego dio media vuelta y corrió a la salida antes de que llegara la profesora.

Recogió los pedazos y los botó a la basura en el mismo momento en que la profesora entró.

—¿Qué pasa aquí? —interrogó, pero se quedó callada al ver que ahí solo estaba Dominic—. ¿Dónde está Ben? —preguntó tratando de ver si estaba bajo alguna mesa—. Me dijeron que estaba peleando contigo —murmuró distraídamente mientras revisaba.

—Supongo que en el patio, jugando con los demás —respondió encogiéndose de hombros—. Y no hemos peleado.

La maestra se acercó a él y lo cogió por las mejillas, tratando de saber si mentía, se rindió al ver que Dominic tenía una mueca inexpresiva, con el cabello rizado enmarcándole la carita y los ojos azules que la miraban fijamente. 

—¿Sabes que puedes confiar en mí, verdad? —Dom asintió con la cabeza—. Bueno, quedan unos quince minutos de recreo —musitó fijándose en el reloj—. Sal al patio —ordenó revolviéndole el cabello. El infante salió con andar lento y pausado. Los dos niños lo observaron en cuanto salió por la puerta, se quedaron un rato mirándolo antes de seguir tirándose la pelota de futbol el uno al otro. Unas niñas empezaron a hablar entre cuchicheos, soltando risitas mientras lo miraban y cuando notaban que él las veía se volteaban y hacían un círculo, abrazándose entre ellas.

—Dom, ¿quieres jugar? —preguntaron las voces chillonas de las tres niñas. Las tres rieron cuando cogió la piedra y la tiró al uno. Era el juego del avión, donde debían saltar las casillas por orden, donde caía la piedra debían pasárselo. El fin era llegar al cielo y luego devolverse, siempre sin tocar la raya.

El problema eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora