Luc tenía la cabeza apoyada en uno de los cojines, sus piernas colgaban del brazo del sofá. Dominic estaba en el otro lado del sofá, abrazándose las rodillas mientras veía el cachorro de león andar a la deriva.
—Qué injusticia —susurró en voz alta apretando las manos hasta convertirlas en puños—. Tenía a su papá y se lo quitaron.
Luc no dio muestras de escucharlo, movía los pies al ritmo de la música mientras cantaba Hakuna Matata a todo pulmón, tenía bastantes problemas para pronunciar la «r», aunque no parecía importarle o darse cuenta.
Unas llantas deteniéndose y un ligero toque en la puerta callaron a Luc.
Dominic corrió un asiento de la cocina hasta la sala, se subió y movió la cortina para ver quien estaba tras la ventana.
—¡El abuelo! —gritó Luc feliz inclinado en el respaldar del asiento—. ¡Mamá! ¡Papá! ¡Tío Jared! —exclamó el infante subiendo las escaleras, un pie a la vez, y agarrado al barandal con firmeza. Dominic fue tras él, para asegurarse de que no se resbalaba por error. Al llegar al piso de arriba el más pequeño golpeó las puertas sin cuidado—. ¡Vino el abuelo! ¡Vino el abuelo!
Charles salió de la habitación con pinta de no haber pegado un ojo en toda la noche, le fue muy difícil porque tuvo que pasársela esquivando las pataditas involuntarias de su hijo mientras dormía. Agarró a Luc como un costal de papas, el infante tenía los ojos delirantes de felicidad, pataleaba para soltarse y seguía pegando gritos mientras bajaban las escaleras.
Jared soltó un montón de insultos por lo bajo contra todo aquel que se le pasaba por la cabeza.
—Espero que no uses ese vocabulario delante de Dominic —protestó Evangeline envolviéndose en un bata, buscó los zapatos apresuradamente, el piso estaba helado.
Jared no dio muestras de escucharla, abrió la puerta y llamó a su hermana que estaba bajando las escaleras.
—Tú… —gruñó fulminándola con la mirada. Suzanne respondió la mirada enojada con una sonrisa burlona.
—Quiere conocerlos —declaró. Jared se revolvió el cabello frustrado. Su padre envolvió a Suzanne en un abrazo de oso en cuanto bajó.
Dio media vuelta, Evangeline estaba apoyada en el marco de la puerta, con el seño fruncido y los labios apretados. Dominic tenía a su conejo de peluche agarrado por la oreja. El niño parecía tener un problema existencial al ver aquel extraño abrazar a Luc y hablarle con enorme cariño.
—Dom —musitó su madre. Dominic le cogió la mano que le tendía con fuerza.
Luc no hacía más que repetir «abuelo». Según su maestra los abuelos eran los padres de sus padres. George se supone era su abuelo, pero así como su madre jamás lo llamaba papá, él nunca lo llamó abuelo. Para él aquella palabra era extraña y sin sentido. No era como tía o tío, esas palabras las veía reflejadas en Raúl y Paloma.
—Jared, ¿no piensas saludar a tu padre? —inquirió el anciano. Tenía el cabello cano, con algunas hebras más blancas que otras, ligeras arrugas alrededor de los ojos grises que ocultaban su sabiduría, los pliegues cerca de su boca escondían millones de sonrisas. Con todo aquello obtenía la apariencia de un rey del invierno.
—Sí, dame un momento —replicó mirando de reojo a Dominic que prefirió agarrarse fuerte a la bata de su madre con una expresión cautelosa. El hombre asintió, desde el piso de abajo no podía ver más que una chica con una muralla para proteger el corazón.
—Dom —murmuró agachándose—. Él es mi papá, ¿no quieres que te lo presente?
—No —respondió el niño ocultándose tras su madre.
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El problema eres tú
RomansaJared O’Conell tiene una obsesión malsana con aquel acuerdo, según su mejor amigo. Por supuesto él no lo ve así (claro que estuvo a punto de tener un ataque cuando George, su «casi» socio, dijo que no estaba de acuerdo y que quería agregar una nueva...