Enfermera

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  Oh Dios mío, ¿es lo que creo que es?

— ¿Qué significa esto? —susurro, mirando los cortes en sus brazos. Si, si es lo que creo que es.

— Me raspé —se encoje de hombros, no soy la única mitómana.

— ¡Estos no son raspones! —replique— son cortadas —corregí.

— Silencio —masculló— ¿Si sabes para qué preguntas? —su voz cansada.

— Larry —suspire— ¿Por qué lo haces? —junto las cejas.

— Creo que no es tu problema —responde en monótono.

  Cuanto descaro en un solo cuerpo. Se perfectamente que no es mi problema, en lo absoluto, ni si quiera sé porque pregunte.

— Tienes razón —acepte— no es mi problema. Pero, creo que si el de la directora— me gire hacia la dirección. Soy rencorosa.

  Cogió mi mano, deteniéndome.

— No le digas... por favor —pidió.

  Mis piernas dejaron de reaccionar al instante, debería simplemente ignorarlo e ir con la directora; es lo que merece, su actitud y tendencias suicidas no me agradan para nada... entonces ¿Por qué no lo hago?, ¿por qué lo que me decía "huye", ahora me grita "ayúdalo"? Me odio. Mucho.

  Trate de forzarme a mi misma a expulsar toda la compasión de mi cuerpo, pero fue casi imposible, ¿desde cuándo soy tan buena?, ¿desde cuándo disfruto involucrarme en la vida de los demás? Nada bueno le pasa a los entrometidos, ¿Por qué acepte ayudarlo en primer lugar?, ¿es muy tarde para echarme atrás? ¿Dónde está la que juro que no lo volvería a ayudar? Tome todo el aire que pude y lo solté lentamente, está bien, ve el lado positivo; si llevas a Larry a casa no veras ingles.

— Andando...

  Lo cogí del brazo y salimos de la institución ¿podrá llegar a su casa?, es decir, parece un papel y si no me equivoco las personas con anemia tienden a desmayarse ¿no? Si eso pasa no se qué hare; no creo poder cargar con él.

  Gotas de sangre se escurrían por su mano, maldije internamente, ¿esto era lo que tenía en mi mano? Saque mi pañito del bolso.

— Un momento...—me detuve.

— ¿Qué? —su voz lejana.

  Con el pañito seque la sangre de su brazo, el gimió de dolor, al quitar la sangre se percibían mejor las cinco cortadas horizontales en su brazo. Lo mire y negué.

  Él aclaró su garganta incomodo y adopto una postura más firme. Me detuve en mi casa y le lance una mirada de "¿A dónde vamos?". Con la cabeza apuntó hacia la calle de la derecha, al cruzar la esquina señala el final de la calle, ¿tan lejos? Suspire cansada. Una enorme sensación de alivio creció en mi estomago al llegar al final de la calle; no me había dado cuenta de la longitud de ellas.

— ¿Cuál es? —le pregunto, viendo las tres casas frente a mí.

— Blanca... —tras decir eso exhaló ruidosamente.

  Me voltee, la de la derecha es azul y la de la izquierda es marrón entonces solo queda la del fondo. Mi boca se abrió.

— ¿Esta es tu casa? —mi boca aun abierta.

— Si —hace una mueca.

— Es enorme —por alguna razón soné fascinada.

— Cállate —chasquea su lengua.

Polos iguales (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora