III

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Toda vecindad debe tener una gran dama. La gran dama de Sanditon era lady Denham; y durante el viaje de Willingden a la costa, el señor Parker facilitó a Charlotte una información más detallada de ella de lo que se le había pedido antes: había tenido que referirse a esta señora muchas veces en Willingden porque, al dedicarse a la especulación como él, no podría haber hablado de Sanditon mucho tiempo sin tener que presentar a lady Denham, y Charlotte sabía ya que se trataba de una anciana riquísima que había enterrado a dos ma— ridos, que conocía el valor del dinero, que era muy respetada y que tenía una parienta pobre que vivía con ella. Pero algunos datos más de su historia y su carácter sirvieron para aliviar el aburrimiento de una cuesta larga o de un tramo pesado del camino, y dar a la joven señorita que iba a visitarlos oportuna información de la persona a la que podía esperar ver a diario.

Lady Denham había sido una rica señorita Brereton, nacida para la opulencia aunque no para la educación. Su primer marido fue un tal señor Hollis, hombre de considerables propiedades en la comarca, gran parte de ellas en el municipio de Sanditon, con señorío y casa solariega. Era un hombre ya mayor cuando se casó con ella, que tenía entonces treinta años. Tal vez a la distancia de cuarenta años no se comprendieran bien sus motivos para aceptar tal unión, pero había contentado y cuidado tan bien al señor Hollis que éste se lo dejó todo: las tierras y cuanto poseía pasaron a su nombre y disposición. Tras una viudez de varios años, la persuadieron para que se casase nuevamente. El difunto sir Harry Denham, de Denham Park, en la vecindad de Sanditon, consiguió incorporarla, juntamente con sus grandes rentas, a sus propios dominios; pero no consiguió el propósito que le atribuían de enriquecer de manera permanente a su propia familia. La dama fue demasiado precavida para permitir que quedase nada fuera de su potestad; y cuando regresó a su propia casa de Sanditon a la muerte de sir Harry, dicen que se jactó ante una amiga de que «si bien no había obtenido más que el título de la familia, no había dado nada a cambio».

Decían que se había casado por el título, y el señor Parker reconocía que ahora tenía cierto evidente fundamento, ya que eso explicaba la conducta de ella.

—A veces muestra un poco de altivez —dijo—, pero sin que resulte ofensiva; y hay momentos, hay ocasiones, en que lleva demasiado lejos su amor al dinero. Aunque es una mujer bondadosa, una mujer bondadosísima; una vecina muy amable y simpática. Es una persona alegre, independiente y apreciable; y sus defectos pueden atribuirse enteramente a su falta de educación. Tiene una sensatez natural, aunque totalmente sin cultivar. Y posee un espíritu activo y despierto, así como un físico sano para una mujer de setenta años, y participa en la mejora de Sanditon con un espíritu realmente admirable, aunque de vez en cuando le aflora cierta mezquindad. No es capaz de mirar al futuro como yo quisiera... y se alarma ante cualquier pequeño gasto sin tener en cuenta los beneficios que le dará dentro de un año o dos. O sea, señorita Heywood, que pensamos de manera diferente; que de vez en cuando vemos las cosas de forma distinta. Pero hay que acoger con reserva las historias que le cuentan a uno. Ya juzgará por sí misma cuando nos vea juntos.

Lady Denham era efectivamente una gran dama, más allá de las comunes exigencias de la sociedad, porque tenía muchos miles al año que legar, y tres clases de personas que la cortejaban: sus propios parientes, que lógicamente aspiraban a repartirse sus treinta mil libras originales, los legítimos herederos del señor Hollis, que esperaban agradecerle a ella más sentido de la justicia que a él, y aquellos miembros de la familia Denham en cuyo favor el segundo marido había esperado hacer un buen trato. Todos éstos, o sus ramas, la habían asediado durante mucho tiempo, y aún lo seguían haciendo; y de estas tres divisiones, el señor Parker no vacilaba en decir que los parientes del señor Hollis eran los que menos favor gozaban, y los de sir Harry Denham los que más. Los primeros, creía, se habían causado a sí mismos un perjuicio irreparable haciendo manifestaciones de muy imprudente e injustificable resentimiento a la muerte del señor Hollis; los segundos, a la ventaja de ser los que quedaban de un parentesco que ella apreciaba evidentemente, sumaban el haberla conocido desde niños, y el estar siempre cerca para preservar sus intereses con lógico cuidado. Sir Edward, el actual baronet, sobrino de sir Harry, residía permanentemente en Denham Park; y el señor Parker estaba convencido de que él y su hermana, la señorita Denham, que vivía con él, serían los más recordados en su testamento. Sinceramente lo esperaba. La señorita Denham contaba con un pequeñísimo peculio, y su hermano era pobre para su posición en la sociedad.

—Es un amigo entusiasta de Sanditon —dijo el señor Parker—, y si de él dependiera, su mano sería tan liberal como su corazón. ¡Sería un noble coadjutor! De todos modos, hace lo que puede... y está construyendo un precioso chalet en un trozo de terreno baldío que lady Denham le ha cedido, al que estoy seguro de que le saldrán muchos candidatos antes incluso de que acabe esta temporada.

Hasta hacía un año, el señor Parker había considerado que sir Edward carecía de rival, y que era quien tenía las mayores posibilidades de suceder a gran parte de lo que lady Denham tendría que legar. Pero ahora había que tener en cuenta los derechos de otra persona: una joven parienta que lady Denham se había dejado persuadir de acoger en su casa. Después de haber puesto siempre reparos a ningún aditamento, y de disfrutar larga y frecuentemente con las repetidas derrotas que había infligido a todos los intentos de sus parientes por presentársela, o porque la admitiera como compañía en Sanditon House, había traído consigo de Londres, la pasada fiesta de San Miguel, a esta señorita Brereton que, por sus méritos, tenía todos los visos de competir por su favor con sir Edward, y de ganar para sí y para su familia esa parte de propiedad que tenía desde luego el mayor derecho a heredar.

El señor Parker habló con calor de Clara Brereton, y el interés de la historia que iba contando aumentó con la introducción de este personaje. Charlotte no escuchaba ahora sólo por distracción: era avidez y placer lo que sentía, oyendo decir que era encantadora, amable, bondadosa, modesta, y cómo se conducía con gran juicio y se ganaba con sus méritos innatos el afecto de su protectora. La belleza, la dulzura, la pobreza y la dependencia no necesitan de la imaginación de un hombre para despertar interés. Con las debidas excepciones, una mujer siente simpatía por otra mujer de manera espontánea y natural. El señor Parker contó las circunstancias que habían hecho posible que Clara fuera admitida en Sanditon como un ejemplo nada desdeñable de ese carácter complejo, de esa mezcla de mezquindad, benevolencia, buen sentido e incluso liberalidad, que veía en lady Denham.

Tras abstenerse de pisar Londres durante años, sobre todo a causa de esos mismos primos que no paraban de escribirle invitándola y atormentándola, y a los que estaba dispuesta a mantener a raya, se había visto obligada a ir la pasada fiesta de San Miguel con la certeza de que la iban a retener lo menos un par de semanas. Se había alojado en un hotel, aunque hacía la vida por su cuenta lo más austeramente posible para compensar la fama de caro de dicho establecimiento; y al pedir la factura a los tres días para comprobar su estado encontró tan elevado su importe que decidió no seguir allí una hora más; y se estaba preparando para abandonar el hotel a todo trance, con la irritación y el malhumor que le producía el convencimiento de haber sido víctima de una burda estafa, y el no saber adonde ir que la tratasen mejor, cuando aparecieron los primos, los políticos y afortunados primos, que no parecía sino que le habían puesto un espía; y al enterarse de su situación, la convencieron de que aceptara para el resto de su estancia el alojamiento más modesto que su casa, situada en un barrio muy inferior de Londres, le podía ofrecer.

Fue. Le complació la acogida, hospitalidad y atenciones que recibió de todos: descubrió que sus buenos primos los Brereton eran personas mucho más dignas de aprecio de lo que ella había esperado; finalmente, al enterarse personalmente de sus escasos ingresos y de sus dificultades económicas, se sintió impulsada a invitar a una de las jóvenes de la familia a pasar el invierno con ella. La invitación era para una, durante seis meses, con opción a que la sustituyese otra después; pero al hacer la elección, lady Denham había revelado la parte buena de su carácter, porque saltándose a las hijas de la casa, fue a escoger a Clara, una sobrina, más desamparada y evidentemente más digna de compasión que las otras, una criatura menesterosa, una carga adicional para el ya agobiado círculo familiar, y que venía de un escalón tan bajo desde el punto de vista social, que si bien estaba dotada de cualidades y disposiciones naturales, se había estado preparando para un puesto poco mejor que el de niñera. 

Lady Denham había regresado con Clara, cuyos méritos y buen sentido le habían asegurado, según toda apariencia, un puesto muy sólido en su afecto. Hacía mucho que se habían cumplido los seis meses sin que se dijera una palabra de efectuar ningún cambio, o intercambio. Era la predilecta de la casa: todo el mundo era sensible a la influencia de su conducta formal y su carácter dulce y apacible. Los prejuicios que había encontrado al principio en algunos habían desaparecido. Se la juzgaba digna de confianza, y compañera capaz de guiar y apaciguar a lady Denham, de ensanchar su espíritu y abrir su mano. Era tan absolutamente amable como bonita; y dado que contaba con las brisas de Sanditon, su belleza era completa.

Jane Austen - SanditonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora