IV

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—¿De quién es esa propiedad tan agradable? —dijo Charlotte cuando, en una depresión resguardada a menos de tres kilómetros del mar, pasaron ante una casa de razonable tamaño, bien vallada y plantada, con jardín, huerto y prados abundantes, que son el mejor adorno de una morada de este género —. Parece que tiene tantas comodidades como Willingden.

—¡Ah! —dijo el señor Parker—, ésa es mi antigua casa; la casa de mis antepasados; la casa donde nacimos y nos criamos mis hermanos y yo, nacieron mis tres hijos mayores, y donde la señora Parker y yo hemos vivido hasta hace dos años. Hasta que terminaron nuestra nueva casa. Me alegro de que le guste. Es un viejo y honrado lugar; Hillier lo mantiene muy cuidado. Se la he cedido al hombre que lleva la mayor parte de mis tierras. Así, él tiene una casa mejor, ¡y yo bastante mejor situación! Una cuesta más y estaremos en Sanditon; en el San— diton moderno: un pueblo precioso. Nuestros mayores construían siempre en terreno bajo. Estábamos encajonados aquí, en este pequeño rincón, sin aire ni perspectiva, a sólo dos kilómetros de la más espléndida extensión de océano, entre el promontorio sur y el final de la costa, sin beneficiarnos lo más mínimo de ella. Ya verá cómo no ha sido mal cambio cuando lleguemos a Trafalgar House... que, a propósito, casi me gustaría no haberle puesto Trafalgar: le habría ido mejor Waterloo. De todos modos, el nombre de Waterloo lo tengo en reserva; y si este año nos sentimos con ánimo suficiente (como confío) para arriesgarnos a construir un pequeño bloque de casas adosadas en forma de media luna, podremos llamarlo Waterloo-crescent; y el nombre, unido a la forma del bloque, que siempre es una combinación atrayente, hará que se nos llene de huéspedes. En una temporada buena tendremos más solicitudes de las que podamos atender.

—Siempre ha sido una casa confortable —dijo la señora Parker, mirándola por la ventanita de atrás como con afectuosa nostalgia—. Y tiene un huerto precioso... un huerto excelente.

—Sí, cariño; pero puede decirse que nos lo hemos llevado. Nos sigue proporcionando como antes la fruta y la verdura que necesitamos; y en realidad tenemos todos los productos de un huerto excelente sin la visión constante y molesta de sus labores, o el fastidioso deterioro anual de su vegetación. ¿Quién es capaz de soportar un cuadro de coles en octubre?

—¡Oh!, sí... querido... Estamos tan bien provistos de verduras como antes; porque si alguna vez se olvidan de traernos, siempre podemos comprar en Sanditon House lo que necesitemos. El hortelano de aquí nos abastece de mil amores: pero era un lugar precioso para que corrieran los niños. ¡Y muy umbroso en verano!

—Cariño, en la colina vamos a tener sombra suficiente, y más que suficiente, en espacio de unos años; el medro que llevan mis plantones es el asombro de todos. Entretanto, tenemos el toldo de lona que nos proporciona la más completa comodidad dentro de casa... y en cualquier momento puedes comprar una sombrilla en la tienda de Whitby para la pequeña Mary, o un sombrero ancho en la de Jebb. Y en cuanto a los chicos, debo decir que prefiero que correteen al sol. Seguro que estás de acuerdo conmigo, cariño, en querer que nuestros chicos se hagan lo más fuertes posible.

—Sí, claro, por supuesto. Y voy a comprarle una pequeña sombrilla a Mary que la hará sentirse la mar de orgullosa. Qué seria va a ir con ella: me la imagino hecha una mujercita. ¡Ah!, no tengo la menor duda de que estamos mucho mejor donde vivimos ahora. Si alguno de nosotros quiere bañarse, no tiene que andar ni medio kilómetro. Pero —todavía mirando hacia atrás— siempre da gusto ver a una antigua amiga, una casa donde una ha sido feliz. Parece que los Hillier no notaron las tormentas el invierno pasado. Recuerdo que vi a la señora Hillier después de una de esas noches espantosas en que se sacudieron literalmente las camas, y al parecer sólo había notado un viento algo más fuerte de lo normal.

—Sí, sí; es muy probable. Nosotros tenemos toda la grandiosidad de la tormenta, con menos peligro real; porque el viento, al no encontrar nada en nuestra casa que le ofrezca resistencia o lo encajone, simplemente ruge y sigue adelante; mientras que abajo en esa zanja no se enteran del estado de la atmósfera, debajo de los árboles, y puede cogerles totalmente desprevenidos una de esas turbonadas espantosas que causan más destrozo en un valle, cuando se levantan, que el que haría en campo abierto el ventarrón más desatado. Y en cuanto a las verduras, amor mío, dices que cualquier desabastecimiento accidental lo puede atender el hortelano de lady Denham; pero en mi opinión debemos acudir a otro si llega el caso, y tienen más derecho el viejo Stringer y su hijo. Le animé a cultivar, y me temo que no lo hace muy bien; es decir, aún no ha pasado el tiempo suficiente. Lo hará muy bien sin la menor duda; pero al principio es un trabajo arduo, y por tanto debemos prestarle la ayuda que podamos; y cuando haga falta algo de fruta o de verdura (y no estará mal que falten de vez en cuando, que se nos olvide alguna cosa casi todos los días), encargarle a ese pobre viejo Andrew un discreto suministro para que no pierda su trabajo diario, pero la mayor parte de nuestro consumo comprársela a los Stringer.

Jane Austen - SanditonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora