Uno

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Compañía.

Lunes.

Observo las rosas rojas puestas en el jarrón blanco sobre la mesa. Cada que me estoy quedando en el hospital, sin falta, mamá coloca esas rosas ahí antes de irse a trabajar. Dice que es para darle un toque de color a la habitación y que no se vea todo monocromático y sin vida.

¿Cómo cree que esas rosas cambiarán algo de este deprimente lugar? ¿O si quiera mejorar mis ánimos?

Busco mi celular para ver la hora pero al levantar la vista me encuentro que está sobre la mesa. Sin ganas, me levanto de la camilla y camino hacia él, pero antes de tomarlo me quedo posicionada a su costado.

Suelto un suave resoplido al ver mi reflejo. Es de las pocas veces que estoy sin mi gorra, por lo que se pueden apreciar mis ojos cubiertos de un marrón sin brillo y las pronunciadas ojeras, que dejan a relucir que no he pasado una buena noche. Agradezco que el espejo no sea de cuerpo completo, ya que el reflejo sería aún más deprimente.

Relamo mis labios resecos y decido seguir con la búsqueda de mi celular. Nunca me he visto más de cinco segundos en un espejo, por el simple hecho de que mi reflejo nunca ha sido de mi agrado.

Tomo mi celular y lo enciendo, suelto un suspiro al notar que son las siete en punto. Como de costumbre, me desperté a mitad de la noche y logré conciliar el sueño alrededor de la una o dos de la mañana, cuando ya habían pasado horas desde que mi madre se fue a cumplir sus horas extras de trabajo. Muy a su pesar se fue, con el rostro hinchado y sin querer dejarme sola.

Sin saber que, aunque ella se encuentre a mi lado, sigo sintiéndome sola.

No la había visto de esa manera desde la muerte de mi padre. Sus ojos ya habían recuperado ese brillo de diversión y vida que tanto la caracterizaban. Le tomó mucho tiempo, amoldarse a esta nueva realidad.

Después paso lo de mi enfermedad y a pesar de que ella me afirmara que estaba bien, yo sabia que en el fondo no lo estaba. Ella hacia lo posible por transmitirme esperanza y ganas de seguir intentado, mientras que ella, a escondidas, se tenía que decir lo mismo.

Detrás de esas grandes sonrisas y ruidosas risas, se pueden percibir miradas tristes y melancólicas. Hay una herida que aun no ha sido curada y que, al terminar estas dos semanas, va a crecer.

De algún modo, siempre termino llegando hasta el mismo punto, el punto que quiero evitar. Esa es una de las razones por las que no me dejo de sentir culpable.

Le sugerí que dejara de trabajar esas horas, pues en realidad el dinero para mis tratamientos ya no es necesario. Me respondió con un rápido "veremos", antes de irse para evitar seguir hablando sobre ese tema.

Mi mirada cae en el estante justo a la mesa, más específicamente en uno de sus cajones. En el que, después de irse mi madre, firmé y guardé el papel más importante para mí. Y lo guardé ahí, para que nadie lo encontrará por equivocación.

La puerta se abre un poco, haciéndome sobresaltar y de ella se asoma la alborotada cabellera castaña de mi madre. Me sonríe de lado, haciendo que se noten algunas arrugas. Tiene ojeras adornando debajo de sus ojos, parecidas a las mías.

Le devuelvo la sonrisa, siendo al igual que la suya, carente de verdadera felicidad. La puerta se abre por completo y de ella, aparece Naomi de pie junto a mi madre. Me observa desde su posición con sus ojos cristalizados y se rompe cuando le dedico una mueca similar a una sonrisa.

Hace meses que no la veía. Todos los años, se va de campamento de verano y cuando regresa tampoco la veo mucho por sus clases o cursos.

Se acerca a mi, dando grandes zancadas y se abalanza sobre mi. Me abraza fuerte, aferrando sus brazos a mi espalda como si no quisiera perderme.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora