Siete

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Parque.

[2/2]

Sábado.

Mi delgado cuerpo es levantado con facilidad y siento como me llevan hacia el auto, me deja en el asiento del copiloto y veo entrar con rapidez en el asiento a mi lado. Mis ojos dejan de estar entrecerrados y volteo en su dirección, lo veo temblar, con la mandíbula apretada y sus manos siendo incapaces de introducir la llave en la ranura.

Lo oigo gruñir con molestia al haber fallado un par de veces, está nervioso e impotente. Fuera de sí.

Remuevo mi manos que aún se encuentran en mi pecho y certifico que el dolor en mi corazón cesó. Seco algunas lágrimas que escaparon debido al aguado dolor y estiro mi mano para tomar una de las de Dante, la que tiene la llave.

Se sobresalta al sentir mi mano y voltea de inmediato en mi dirección, sus ojos me inspeccionan con rapidez y la arruga en frente desaparece al comprobar que me encuentro bien. Suelta el aire contenido.

—Me... me asustaste mucho, Leila. —admite con voz átona cubriendo sus ojos con ambas manos y recostando su cabeza del asiento del auto. Parece que recuerda algo, quitando sus manos de su rostro se dispone a buscar la llave para encender el auto—. Vamos al hospital.

—No.

Respondo de inmediato. El doctor Borges no puede ver lo que sucedió, no me dejaría salir más y me mantendría lo que resta de las semanas en esa cárcel blanca con olor a químicos.

—¿No? —la voz de Dante hace que mis ojos se dirijan hacia él. Niego con la cabeza, segura de mi respuesta. Rasca su oreja sin despegar si vista de mi—¿Acaso ya te encuentras mejor?

—Sí —respondo acomodándome en el asiento, sus cautelosos ojos siguen todos mis movimientos—. Es algo que siempre me pasa, no es nada —miento haciendo un ademán para restarle importancia.

—No parecía algo rutinario... —susurra estando no del todo convencido ante mis palabras.

—Estoy bien, de verdad —afirmo asintiendo en su dirección. Sin saber qué hacer, busco ajustar mi gorra y me doy cuenta que ya no la traigo puesta, por lo que relamo mis resecos labios antes de seguir hablando— Y... perdón por arruinar la cita.

Escucho como se mueve en su asiento y levanto mi vista para encontrarlo a una distancia reducida que la de hace segundos.

—No te sientas así, no has arruinado nada —musita en voz baja, casi susurrante, con un tono que me resulta hipnótico. Su aliento golpea con mi rostro debido a la cercanía. Su mano toca mi barbilla y la eleva para depositar un cálido beso en la comisura de mis labios. Se separa y me mantengo en mi lugar rígida como un tronco—. Además, la cita no ha terminado. ¿Te gustaría ir al parque?

Trago saliva y asiento, intentando salir de mi estado estupefacto y volver a respirar con normalidad.

...


El auto se detiene justo al costado de la acera, casi en frente de la entrada. Bajamos y Dante coloca el seguro antes de comenzar a andar. Entre los frondosos y altos árboles, se distingue a lo lejos una gran roca sobre el oscuro césped y sin pensarlo mucho, decidimos ir hacia allá.

Caminamos entre la oscuridad de los árboles y la poca iluminación de poste, hasta llegar a la roca y nos sentamos uno junto al otro, tan cerca que nuestros brazos rozan. Transmitiendo su calor corporal a mi cuerpo, ayudando a calmar un poco el frío que siento, a pesar de portar un gran suéter.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora