Dos

42 3 0
                                    

|💧|

Olor a recuerdos.

Martes.

Escucho como abren la puerta con lentitud, lo que la hace soltar sonidos chirriantes debido a su vejez. Cierro los ojos y me acomodo de lado. Fingiendo estar dormida. Entreabro un poco los labios y respiro pausadamente.

Todo sea por la actuación. Lo más seguro es que sea el doctor Borges y no tengo ganas de exámenes a esta hora de la mañana.

Los pasos son suaves y lentos, casi que dudosos, luego de unos segundos siento como se hunde un poco la camilla a mi costado.

Algo suave roza mi mano y después la toma entre las suyas. Esa fue una alarma, mi corazón comienza a bombear con fuerza, el doctor no haría esto.

Una fuerte colonia masculina con un toque de menta inunda mis fosas nasales, haciéndome inspirar con fuerza.

Ese olor lo conozco.

Mi corazón enloquece de tan solo pensar que... No, no puede ser. Es imposible que haya regresado, y menos para estar aquí.

En este país, en esta ciudad, en este hospital. Solo es un perfume, entre todas las personas en el mundo él no era el único que lo utilizaba.

Pero, ¿y si es él? ¿Por qué estaría aquí? ¿Por qué ahora? ¿Mamá será la responsable de que esté aquí? Soy tan gallina, que no quiero abrir los ojos para confirmar. Tengo miedo de decepcionarme.

¿Y si más nunca vuelvo a oler esto que me hace transportar a buenos tiempos?

Con pánico, abro los ojos encontrándome con unos brillantes ojos verde aceituna mirándome desde arriba con cautela y, tal vez, un poco de arrepentimiento.

Todas mi defensas caen rendidas antes aquellos orbes que tanto anhelaba ver, mis ojos se humedecen y niego con la cabeza, sin poder creer que es verdad.

Mis labios se abre temblorosos y se secan al instante, siendo incapaz de pronunciar una sílaba. Mi mundo se vuelve más lento y en lo único que pienso es en abalanzarme sobre él, abrazándolo.

Dejando que mi rostro se esconda en su pecho y dejándome oler ese perfume que tanto me encantaba. Mis manos se aferran a la prenda de vestir en su espalda.

Sus brazos me rodean e inspiro con fuerza, mi corazón sigue igual de acelerado que al verlo enfrente de mi.

Me parece un sueño.

No sé cuántos minutos pasamos abrazados, solo sé que después de un tiempo me separo y detallo su familiar rostro.

Su cabello se encuentra más largo y su mandíbula más prominente, cubierta con una incipiente barba. Posee un aspecto maduro, totalmente diferente al muchacho que recordaba de la preparatoria.

Mi corazón da un vuelco al ver como me sonríe. Se ve tan angelical que me siento en el mismísimo cielo, tal y como lo recordaba.

Suelto un resoplido al percatarme que no he dejado de sentir lo mismo por él, eso por lo que tiempo atrás estaba tan confundida.

Las palabras no me salen. Estoy en shock por la sorpresa de verlo frente a mi.

Caí en cuenta que el pequeño lunar que está en su nariz, no ha dejado de ser mi favorito por lo adorable que le queda.

Éramos inseparables —o eso creía yo—, nos apoyabamos en todo y nuestra amistad desbordaba de confianza. De esas en donde no te preocupas por lo gases que se te escapan enfrente del otro o sobre hacer o contar cualquier cosa que te avergüence.

Hasta que llegó ese último martes de julio.

Estabamos cursando el penúltimo año de preparatoria, todo iba de maravilla, hasta que comenzaron a hablar sobre las universidades.

Yo quería estudiar literatura y él algún tipo de ingeniería. Las matemáticas siempre fueron algo sencillo para él, pero para mí no, los números siempre me han causado un dolor de cabeza. Prefería más las letras y alguna que otra cosa relacionada con las ciencias.

No sé porqué pero Dan, quería asistir a una universidad fuera del país. Insistió mucho en eso en las últimas semanas que quedaban de clases.

Hasta que supe porqué; tenía planeado irse ese mismo año a ese país para cursar su último año de preparatoria y comenzar con la universidad.

Cuando lo contó, mi mundo se vino abajo.

Siempre me dije que no me volviera dependiente a algo o alguien, porque sabía que me dolía el perderlo. Teniendo en cuanta que lo aprendí a las malas. Pero de algún modo, ese chico de brillantes ojos verdes y sonrisa amable se volvió parte indispensable en mi vida.

No quería ser egoísta y pedirle que se quedara, pero tampoco quería que se fuera. Por lo que ese día, mientras conversabamos como de costumbre durante el almuerzo, sutilmente lo intenté convencer de quedarse.

Pero no fui sutil al dar mi opinión y eso le causó molestia, por lo que terminamos teniendo una acalorada discusión.

No era la primera vez que sacaba el tema para hacerlo cambiar de parecer, a pesar de que esa decisión no le correspondía a él. Me dijo que siempre fue su sueño conocer otra pequeña porción del mundo y pensó que lo apoyaría, que al parecer no nos apoyabamos en todo, como él siempre creyó.

Y se fue.

Nunca supe que fue el verdadero detonante para que se fuera tan enojado. No lo volví a ver, ese ya era uno de los últimos días de clases. Tampoco asistió a la fiesta de fin de año, a la que asistimos juntos todos los años.

Estaba devastada pero aún así, no lo busqué para intentar disculparme, porque en realidad, no lo sentía. Fui sincera y me expresé como quería.

Él tampoco intento buscarme, ni comunicarse conmigo como dijo que iba a hacer antes de la discusión.

Supe que no le importaba tanto como él me importaba.

También sabía que ambos teníamos problemas en nuestras vidas con los que lidiar.

Meses después, me comencé a sentir mal. Siempre intenté controlar mi peso, pero esa vez no fui capaz de hacerlo. Mi peso disminuyó notablemente y culpé al estado de depresión en que me encontraba. No comía ni salia de mi habitación, esto paso alrededor de unas semanas.

Pasé de ser una chica rellenita a estar rozando los pesos límites para mi estatura y edad.

Mamá al principio decía que no era tan grave, hasta que comenzaron los dolores en el pecho, específicamente en mi corazón.

El dolor era tan fuerte que mi madre no dudo en acudir a un hospital.

Desde entonces me encuentro en tratamientos.

—Te extrañé, Leila —su voz gruesa y apacible me traen devuelta a la realidad. Me sonríe de lado y mi labio tiembla al escucharlo. Una lágrima humedece mi mejilla y no hago el intento por limpiarla.

No tienes ni idea de cuánto te extrañé.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora