Ocho

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Juntas.

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Domingo.

Me aviento a la cama apenas sentir el frío —que ahora me resulta reconfortante— de las baldosas de mi habitación bajo mis pies. Estoy cansada y con un fuerte dolor que martilla en mi cabeza desde el segundo en que abrí mis ojos.

Despertamos alrededor de las doce del día. Nos lavamos la cara con un poco de agua de una botella que encontramos en la parte trasera del auto de Dante, con la intención de espabilarnos aunque sea un poco. Subimos al auto y él arrancó de inmediato, se detuvo en la farmacia más cercana y compró unas pastillas para el dolor de cabeza. Porque sí, ambos teníamos un insufrible dolor de cabeza.

Me dejó en mi casa y sin quedarse mucho tiempo, siguió a la suya. Esa es toda la historia.

A pesar de que no recuerdo por completo lo que ocurrió anoche, sé que —en el fondo, muy a mi pesar— no hubo contacto importante entre nosotros.

Suelto un gran bostezo y me quito la gorra para aventarla a algún lugar de la habitación para recostar por completo mi cabeza de la almohada.

...


—¡Leila! —se escucha un ruido muy cerca de mi oído, me asusto y aparto con rapidez—. Ya es tarde, mamá me dijo que te levantara para al menos cenar.

Me levanto y me doy cuenta que la responsable del grito fue Naomi, arrugo mi ceño. Me restriego los ojos con desgano y con total lentitud me termino de sentar en la cama.

—¿Qué? —murmuro con la voz rasposa sin haber prestado atención a nada de lo que me dijo recién, mientras rasco un poco mi nuca.

—Vamos a comer —repitió rodando los ojos. Entrecierra los ojos e inspecciona con detenimiento mi rostro, quedándose largos minutos en mis pronunciadas ojeras—. ¿Acaso te cansó la salidita de anoche? —habla arqueando sus cejas con picardía.

—Vamos a comer —concuerdo luego de carraspear con incomodidad, intentando escapar de esa conversación.

Me levanto de la cama y estiro mi mano para que la tome, ella suspira molesta pero aun así la toma.

—No te salvas —amenaza. Ignoro sus palabras y la sigo empujando.

Bajamos las escaleras y llegamos a la cocina. En la encimera se encuentran tres platos y mi madre está de espaldas a nosotras, frente al lavaplatos. Suelta un suspiro antes de voltear en nuestra dirección secando sus manos con una toalla y nos dedica una sonrisa de labios temblorosos sin lograr que esta achine sus ojos, que logran desviar la atención de sus pronunciadas ojeras —similares a las mias—, para luego sentarse en el taburete mas cercano.

Trago saliva al ver como trata de sobrellevar todo lo que sucede a su alrededor y me hace sentir tan mal, por ser la causante de esto. Se supone que esto no solo lo estoy haciendo por mi, sino para ayudarla a ella y que pueda salir adelante, pero mientras más tiempo pasa, cada día esa buena acción no es tan buena como parecía al principio.

Siento el leve empujón de parte de Naomi, que me propina al pasar a mi lado para sentarse. Me obligo a caminar en dirección a mamá y la saludo con beso en la mejilla. Y con el corazón doliendo, camino hacia el taburete vacío al costado de Naomi y quedando cara a cara con mi madre.

Es difícil sostenerle la mirada sin sentirme culpable.

Agradecemos y nos disponemos a comer. Luego de unos segundos de comer en silencio, mi mamá habla:

—Estuve pensando... —comienza con voz apagada, dejando de comer para fijar su mirada en mi hermana y yo—. En hacer algo... no sé, juntas. —su mirada se queda en mis ojos por unos segundos, en los que desvíe mi vista hacia la mesa. Incapaz de sostenerle la mirada—. Hace tiempo que no hacemos nada juntas.

Sus palabras hacen eco en mi cabeza.

Juntas.

Desde que papá murió, hemos tenido que estar unidas, queramos o no. Pero es difícil intentar ayudar a alguien a lidiar con algo que ni siquiera tú, has logrado superar. Cada una intentó sobrellevarlo a su manera, mamá buscaba excusas para pasar más tiempo en su trabajo que en su propia casa; Naomi, en busca de una distracción, lleno horario de actividades extracurriculares para no pensar en lo sola que se sentía. Y yo...

Yo lloraba cuando sabía que nadie podía escucharme ni oírme, me mostraba indiferente ante las personas chismosas y los niños que buscan hacerte sentir mal.

Con los años, cada una encontró su camino o eso es lo que veo. Naomi dejó un poco los deportes y comenzó a pasar más tiempo en casa, al igual que mamá que dejó algunos trabajos para estar aquí y darle el amor que una niña necesita.

Me termine apoyando en Dante y lo bien que me la pasaba con él, tanto que comencé a sentirme atraída por él.

Aún mi madre no tiene ese hermoso brillo en su mirada ni la sincera sonrisa que la caracterizaba, aún Naomi no puede retener las lágrimas al recordar a mi padre y yo no dejo de sentirme culpable al recordarlo.

Volteo hacia a Naomi al escucharla soltar un chillido apaciguado por la comida que aún no termina de ingerir.

—Mañana abren una feria, aquí en la ciudad. Podríamos ir y subirnos en las atracciones —propone Naomi para luego meter un trozo de zanahoria a su boca.

—Me parece perfecto —responde inmediatamente mamá con una pequeña sonrisa adorna su cansado rostro. Voltea a verme, fijando sus ojos opacos en mí y esta vez evito desviar la mirada—. ¿Qué dices Leila? ¿Vamos?

Trago de golpe la comida y con una mueca en mis labios, siendo una mala imitación de una sonrisa, respondo:— Vamos.

Aún duele, no tanto como en años anteriores pero sigue ahí. Ahora sé que es manejable, tal como en una balanza, será más sencillo de soportar el peso siempre y cuando estemos... juntas.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora