Prólogo

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Domingo.

—En las últimas semanas, te has sentido mal debido a unas anomalías en el comportamiento de tu corazón —el doctor observa mi reacción, yo bajo levemente la mirada fijando mi vista en mis brazos—, pero como de costumbre, no es nada grave. Para comprobar que todo esta en orden, vamos a hacer algunos exámenes y te tendrías que quedar unos días para monitore... —

—¿Recuerda de lo que hablamos hace unos días? —lo interrumpo mirándolo directamente a los ojos, él asiente haciendo una mueca y cuadrando sus hombros.

—Sí, lo recuerdo —se ajusta los lentes y mete sus manos dentro de los bolsillos de su bata sin quitarme la vista de encima—. Eso... ya sería si no tuvieras más alternativas, pero si las tienes. Tu enfermedad se puede sobrellevar, siempre y cuando no la descuides. Ya estas en lista de espera para el transplante de corazón, solo tenemos que esperar a que aparezca un donador.

Lágrimas se acumulan en mis ojos.—Lo sé doctor, pero ya no puedo más. Hemos esperado a un donador desde hace más de un año. Y cada vez que mi corazón falla, el dolor crece y mis ganas de seguir adelante disminuyen —niego secando las lágrimas que se me escapan. Sorbo mi nariz—. Esto no es vivir. Paso todo el tiempo encerrada y lo peor es que no es por el corazón, me aislé de las personas a mi alrededor. No tengo amigos y, tampoco alguien con quién hablar. Me siento sola a pesar de tener a mi madre y a mi hermana. Estoy cansada de ver a mi cuerpo cada día dañarse de forma irreparable.

»Lo entiende —él asiente, yo prosigo:—. Solo piénselo, ¿sí? Soy una mujer adulta, que sabe lo que es mejor para ella —recuerdo mirándolo con fijeza, sabiendo que lo que acabo de soltar no es del todo cierto. Ni siquiera los adultos saben con total seguridad qué es lo mejor para si mismos.

Observo como comienza un conflicto consigo mismo. Veo sus hombros decaer, relame sus labios y mira a todos lados, excepto en mi dirección.

Después de unos minutos, en los cuales el doctor Borges se mantuvo en completo silencio, decide hablar. Suelta un pesado suspiro.

—Sé que eres una adulta y la decisión es tuya, pero déjame pensarlo, ¿esta bien? —pronuncia cansado, frotando sus ojos con ambas manos. Asiento en su dirección, se da media vuelta y desaparece por la puerta.

Me quedo unos segundos sentada en la camilla pensando en que si lo que estoy haciendo es lo mejor. Sin mucho esfuerzo, me levanto de la camilla y camino hacia la pared más cercana, en busca de un pequeño espejo en esta.

Me detengo a observar todo mi rostro con detenimiento. Mis labios se encuentran resecos, unas pronunciadas ojeras hacen presencia debajo de mis cuencas oculares y por último, mis ojos se muestran cansados.

Estoy hecha un completo desastre, tanto por dentro como por fuera.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora