Siete

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De vuelta a la realidad.

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Sábado.

Salimos del ascensor y sin mediar palabra, nos dirigimos hacia la taquilla para comprar los boletos.

Sin mediar palabra ya que tanto él como yo, estamos sumidos en nuestros pensamientos. Yo solo puedo pensar en lo asfixiada que me sentía en esa oficina y él... no sé, en qué estará pensando.

Y eso es algo que de verdad quisiera averiguar.

¿Qué es lo pensará sobre mí?

¿Se sentirá cómodo actuando de forma distinta conmigo?

Tengo tantas preguntas pero poco coraje para pronunciarlas.

En el transcurso no me resisto y termino volteando hacia el rostro de Dante, el cual se encuentra fijo al frente con la mandíbula apretada. Lo miro y volteo rápidamente cuando veo que hace un ademán por girar la cabeza. Repito varias veces la acción hasta que Dante se termina dando cuenta de que lo estuve mirando.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunta volviendo a tener esa aura graciosa característica de él y aflojando su mandíbula. Volteo hacia otro lado sintiendo como la vergüenza inunda mi rostro.

Pero aún mi pensamiento sigue firme.

Porque si no lo hago hoy ni ahora, entonces ¿cuándo? No tengo tanto tiempo.

Al diablo.

—Estaba pensando que si estamos teniendo una cita verdadera, ¿no deberíamos actuar como tal? —propongo tragándome las ganas de quedarme callada. Detiene su caminar y fija toda su atención en mí, entrecerrando sus ojos.

Ahora estoy soltando lo primero que se pase por mi mente.

—No me gusta la palabra "actuar", pero —pronuncia alargando la letra "e"—. ¿Qué propones?

Sintiéndome incapaz de hablar, me encojo de hombros solo para no seguir con la conversación. Tan rápido como llega la valentía, también se va y en su lugar deja una incómoda sensación de vergüenza.

Siento algo caliente rozar mi mano y al bajar la mirada, certifico que la mano de Dante entrelaza mi fría mano.

Suelto un suspiro inaudible al confirmar que sí, su tacto —aun cuando sea mi mano,— es, sin duda alguna, lo más reconfortante. Por el simple hecho de que me inunda con su calidez.

Después de comprar los boletos en la taquilla y caminar con unas bolsas de palomitas en las manos, nos dirigimos hacia la entrada de la sala. Vamos a ver una película de terror.

Aunque no sea muy fan de estas, acepte verla por el simple hecho de ver lo feliz que hace a Dante verlas.

Lo sé, estoy sonando tan patética.

Entramos y rápidamente buscamos los asientos de arriba. Esos de verdad que son los mejores, se ve perfecta la pantalla y no te aturden las bocinas.

Nos sentamos y esperamos a que comience la película.

...


Salimos del cine, sintiendo una ráfaga de aire frío envolvernos al poner un pie fuera del establecimiento y levanto mi vista para confirmar que el cielo se encuentra completamente oscuro.

Ambos, sin ganas de terminar el día, nos quedamos de pie uno junto al otro en el estacionamiento. Siento mis dientes castañear debido al frío y froto un poco mis manos en busca de calor.

Escucho sus pasos cerca y antes de levantar la mirada en su búsqueda, sus zapatos de vestir entran en mi campo de visión. Captura mis manos que se encontraban refugiadas del frío en mi pecho y las acerca a su boca.

Mi corazón comienza a bombear con fuerza al sentir el choque de su aliento cálido en mis entumecidas palmas. Mis ojos se dirigen a su rostro y retengo la respiración al comprobar que sus ojos se mantienen fijos en mí.

Pasan seguros, tal vez minutos en los que ninguno apartó la vista del otro. El ambiente era tenso pero no en el sentido de incomodidad, sino como en espera de algo más.

—Fue la mejor cita que he tenido —admito con mi visita anclada a esos orbes verde. Por extraño que parezca; la velocidad en mi corazón sigue igual y siento mis oídos retumbar—. Bueno, es la única que he tenido pero me gusto.

Finalizo encogiendo mis hombros. Escucho su ronca risa.

—A mi también —responde sin soltarme, pero si apartándose. —Yo solo quería...—

Mis ojos se cierran con fuerza al percibir el punzante dolor proveniente de mi zona torácica, mis manos se despegan de un tirón de la calidez de Dante y vuelven a mi pecho. Mis piernas tiemblan y terminan cediendo ante no poseer la fuerza suficiente para seguir de pie.

—¡Leila! —escucho la jadeante exclamación de Dante.

Solo soy capaz de soltar un jadeo y siento mis ojos llenarse de lágrimas, hace semanas que no sucedía esto.

Hace semanas que no recordaba como era mi realidad, no recordaba que así es mi vida.

Mis rodillas golpean con la gélida acera y suelto otro alarido, las punzadas no se han detenido ni por un segundo y en mi mente no dejo de repetir lo cansada que estoy de tener que soportar los dolores, medicinas y falsas esperanzas.

Mi corazón duele, mis rodillas duelen y, sobre todo, me duele seguir intentando.

15 lágrimas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora