1. Escapar

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Era una noche de farra como cualquiera, música, alcohol y mujeres, el escenario perfecto para Marcela, sólo que hoy ella no estaba igual que siempre.

Dos días antes, había asistido a la boda simbólica de Tatiana una de sus mejores amigas y eso, a pesar de lo que ella misma creía, le había afectado sobremanera. No era la primera unión a la que asistía, pero era la primera vez en la que todas sus amigas cercanas estaban emparejadas. Nicole y Daniela, Sandra y Ana Julia y ahora Tatiana y María Luisa.

Mientras estaba en la reunión, las vio reír y mirarse con ese brillo que sólo veía en los enamorados y por primera vez en su vida, se preguntó cómo sería sentirse así. Cómo sería enamorarse, sentirse "completa", como decían sus amigas. Nunca, hasta ese momento, había pensado en ello, de hecho, creía que no estaba hecha para el amor, ni esas cursilerías, pero ahora, que estaba rodeada de ese llamado amor, había sido inevitable pensar en ello. Muy a su pesar, anhelaba tener un poco de eso que sus amigas habían encontrado.

Cualquiera que estuviese en su mente en ese momento, se reiría con ganas. ¿Marcela Ibañes pensando en el amor? Se caería el mundo de seguro.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando colocaron un vaso con un trago nuevo frente a ella. Estaba sentada sola en la barra, inmersa en sí misma, sin percartarse de las miradas insistentes y coquetas de algunas presentes, sólo el nuevo trago frente a ella logró sacarla de su ensimismamiento.

- Cortesía de aquella chica _ Le dijo Esther señalando a una rubia de hermosas curvas sentada en la esquina de la barra.

Marcela la vio, la rubia le sonrió coqueta levantando su trago ligeramente esperando a que Marcela le aceptara el suyo y así poderse acercar, pero eso no ocurrió. Marcela no estaba de ánimos para coquetear o estar con alguien esa noche. No era buena compañía.

- No lo aceptaré _ Le dijo a Esther - Hoy no soy buena compañía para nadie _ Agregó volviendo su mirada hacia su vaso a medio llenar.

Esther recogió el trago y se dirigió a la rubia para decirle lo que Marcela había expresado. Como era de esperarse, la rubia se ofendió, así que dirigió su mirada al resto del local en busca de alguien más.

Esther que conocía bien a Marcela, se preocupó de inmediato por esa actitud, así que no dudó en esperar unos pocos minutos mientras despachaba algunos pedidos, antes de decirle a Juan, el otro barman que se hiciera cargo.

- Marcela _ Cuando Marcela subió la mirada hasta ella, le habló - ¿Podrías acompañarme?

Marcela se extrañó, pero asintió de inmediato. En silencio, la siguió hasta la parte de atrás del local, subieron unas pequeñas escaleras hasta llegar a una puerta que estaba cerrada con llave y cuando Esther la abrió, entraron a una oficina que ni se imaginaba estaba allí. Era del ancho de la barra del local, tenía un escritorio que daba justo al frente de una pared de espejo, al lado, una puerta que parecía ser un closet y un par de poltronas giratorias frente al escritorio.

- ¿Cómo está tu trago? _ Preguntó Esther
- Bien _ Respondió casi ausente, pues se preguntaba mentalmente qué hacían allí.
- Bien vacío querrás decir _ Sonrió quitándole el vaso de la mano. La invitó a sentarse en una de las poltronas con un gesto al tiempo que se volvió hacia el closet y cuando lo abrió, resultó que ocultaba una nevera ejecutiva y arriba, unos peldaños donde habían diversas cosas, incluyendo, algunas botellas.

Esther le recargó el trago de Vodka y sirvió uno para ella. Se lo entregó y se sentó en la poltrona al lado de Marcela. Se quedaron en silencio por unos instantes hasta que Marcela no aguantó la curiosidad.

- ¿Estoy en problemas? _ Preguntó con cautela.
- ¿Lo estás? _ Preguntó Esther también.
- No que yo sepa.
- Pues yo tampoco.

Esther sabía que Marcela estaba intrigada por esa visita a su oficina, pero la dejó sufrir unos minutos más mientras se mantenía el silencio y donde pudo ver como Marcela se iba tensando por los nervios de no saber qué pasaba. Al final, Esther se apiadó de ella y luego de reírse, le explicó.

- No pasa nada malo, no te estreses. Te traje aquí porque te vi algo cabizbaja y pensé que estar allí con toda esa gente alrededor, tal vez no era lo que necesitabas.
- ¡Dios! Qué susto me has dado _ Dijo soltando el aire de sus pulmones - Estaba tratando de pensar qué había hecho de malo para que me trajeras aquí.
- Jajajajaja Se vio en tu cara.
- Me dije "La embarraste y te echarán de aquí"

Esther se carcajeó ante la expresión de circunstancias de Marcela y ésta, la secundó a la final.

- Te agradezco la buena intención.
- No hay por qué. Te conozco desde hace algún tiempo y aunque no seamos amigas, parte de mi trabajo es observar y estar pendiente de los clientes, tanto para lo malo, como para lo bueno, así que no fue muy difícil saber que algo te sucedía.
- Supongo que rechazar el trago de la rubia fue una clara señal ¿no? _ Dijo bajando la mirada hacia su trago.
- Ese detalle fue sólo la confirmación, en cambio el que te sentaras allí sin levantar la vista sino sólo para pedir un trago nuevo, la ausencia de emoción en tu expresión corporal y en tu rostro y el que sonara varias de las canciones que suelen gustarte y no inmutarte ni siquiera a tararearlas, fue más que suficiente.


Al escuchar cada cosa que decía, Marcela se sorprendió y entendió que Esther ciertamente, estaba pendiente hasta del último detalle de quienes frecuentaban el local. Siempre fue una broma decir que Esther parecía un halcón atento a todo lo que sucedía y ahora, se daba cuenta que tenían razón. Pero como bien lo había dicho, no sólo esperando contener posibles percances o peleas, sino también, para ayudar en momentos como éste. Era algo admirable.

- Me sorprendes... no es un secreto que siempre estás alerta, observando, escudriñando; pero esto definitivamente sube un nivel.
- ¿Por qué? _ Ladeó la cabeza un poco.
- Porque demuestra que te interesas en la persona más allá de ser un cliente y eso no es algo que se encuentre con frecuencia.
- Confieso que no es algo que haga con frecuencia o con todo el mundo.
- ¿Y por qué conmigo sí?
¿Honestamente? _ Marcela asintió con curiosidad - No lo sé _ Se quedó en silencio unos segundos pensando - Supongo que porque te vi esa mirada en los ojos.
- ¿Qué mirada? _ Preguntó confundida.
- La de no saber en qué punto de tu vida estás.

Marcela entrecerró los ojos tratando de entender las palabras de Esther.

- Desde que estás viniendo, siempre te has mostrado segura de ti misma, conforme con lo que eres y con lo que haces. Conforme con tus conquistas y con la dirección que tiene tu vida, pero hoy... _ Negó ligeramente la cabeza - Tienes una expresión diferente. Cuando viste a la rubia, tu mirada fue de vacío, como si aquella invitación fuese algo sin sentido... _ Hizo una pausa - Tal vez son sólo ideas mías, pero eso fue lo que vi y lo sé porque esa misma mirada la tuve yo por mucho tiempo.
- ¿Y qué hiciste? _ Preguntó luego de unos segundos.

Esther respiró hondo y tomó un sorbo de su bebida antes de responder.

- Me escondí detrás de mi vida "perfecta" y la ignoré hasta que se hizo parte de mí.

Marcela abrió los ojos de sorpresa con aquellas palabras. No esperaba una respuesta como esa, así que tuvo que pasar el nudo que se le formó en la garganta con un sorbo de su bebida.

- Tal vez no sea perfecta, pero al menos eres libre de complicaciones y dramas del corazón _ Trató de bromear Marcela.
- No te hagas eso Marcela _ Respondió con voz profunda y un toque de lamento en su tono - No tapes tus carencias con excusas huecas y sin sentido. No confundas mi vida sencilla y sin complicaciones con felicidad.
- Pero estás bien y tranquila ¿no? _ Insistió.
- Pero no soy feliz _ Respondió sin vacilar- Y estoy segura que no quieres terminar como yo.

Se quedaron viéndose a los ojos por unos instantes, Marcela tratando de encontrar algún indicio de duda después de aquella afirmación y Esther, tratando de transmitir la cruda realidad a través de sus ojos.

No era algo que aceptara con facilidad, pero durante ese último mes, se había sentido deprimida y sin un propósito de vida, así que era algo que no podía seguir negándose a sí misma.

- No soy feliz Marcela. Vivir en una soledad constante no te hace feliz. Enfermarte y no tener a alguien que te atienda o que por lo menos te cuide, llegar a casa y no tener con quien hablar, compartir, hacer planes... Escaparte unos días y tener que hacerlo sola porque cualquier posible compañía sabes que es pasajera... Es algo que con el tiempo pega Marcela y mucho, así que te repito, no querrás terminar como yo.

Marcela bajó la mirada hasta su bebida unos segundos antes de hablar.

- Siempre pensé que era mejor estar sola... Desde muy joven me he tenido que valer por mí misma y prescindir del amor para poder avanzar... pero ver a mis amigas tan felices y enamoradas me ha hecho sentir tan vacía... tan en blanco... Esa es la verdad.
- Entonces es momento de cambiar ¿no crees?

- No sé si pueda. No sé si estoy hecha para el amor.
- ¿Lo has vivido?
- No y es por eso que no sé si sea capaz de enamorarme, si sea capaz de... entregarme a alguien así como se suele hacer. Me gusta ser libre Esther y eso de las ataduras no me gusta _ Dijo con una mueca de desagrado en la cara.
- No tiene porqué ser así. No todas las relaciones son castrantes, se trata de conseguir el equilibrio exacto entre el compromiso y la individualidad.
- ¿Y cómo se logra eso? _ Preguntó luego de una sonrisa incrédula.
- Yo sólo sé la solución, no me pidas el proceso _ Levantó las manos en defensa y ambas rieron.
- Te juro que en este momento lo que quisiera es desaparecer por unos días y olvidarme de todo. No saber nada de ésto _ Señaló el bar - Ni de chicas, ni de parejas enamoradas... Nada.
- ¿Y por qué no lo haces? _ Ladeó la cabeza. Marcela se quedó en silencio - ¿Qué te lo impide? _ Insistió.
- Que irme solo ratificaría lo sola que estoy _ Respondió casi en susurro.

Esther conocía bien esa sensación, así que la entendió de inmediato.

En ese momento sonó el timbre del teléfono y Esther lo atendió de inmediato. Había un problema en la puerta con una cliente pasada de tragos, así que debía salir enseguida, pero antes presionó un botón y el vidrio que estaba frente a ellas se volvió transparente y se podía ver todo el bar desde allí.

Marcela quedó sorprendida y con la boca medio abierta.

- No se te escapa nada _ Fue lo único que atinó a decir.
- No puedo darme ese lujo _ Le sonrió - Escucha, debo salir pero puedes quedarte aquí todo lo que quieras. Ya sabes donde puedes recargar el trago y cómo salir si lo deseas. Sólo avísame al irte para cerrar aquí ¿si?

No le dio tiempo a contestar, simplemente se dio vuelta y salió.

En un primer momento Marcela sintió que no debía quedarse allí, pero al ver la dinámica de afuera, supo que no quería regresar ahí dentro otra vez, al menos no esa noche, así que le tomó la palabra a Esther y se quedó, allí sentada observando todo y perdida en sus pensamientos como un par de horas.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué le afectaba tanto el estar sola? Siempre lo había estado. Desde la muerte de su abuelo, se había tenido que enfrentar a todo ella sola, así que no entendía esa debilidad ahora. Ni siquiera podía echarle la culpa a sus hormonas, pues ya habían pasado los días sensibles, así que todo aquello la tenía desconcertada.

Seguramente era algo pasajero y en unas horas o días, como mucho, todo aquello pasaría. Se terminó su trago de un sorbo y se levantó de la silla para irse. Se acercó a la barra para agradecerle a Esther y avisarle que iba de salida, pero esta la retuvo unos instantes.

- ¿Aún quieres irte unos días? _ Le preguntó al oído dado que la música estaba en pleno estruendo.
- Sí, supongo que sí _ Respondió extrañada.
- ¿Confiarías en mí?

Marcela frunció el ceño pero por no entender qué se proponía, sin embargo, después de lo conversado en la oficina, pensó que nada perdía con aceptar lo que fuera que le propusiera. Le había tendido la mano sin pedírsela y ahora, al parecer lo estaba haciendo de nuevo, así que asintió.

- Dame un par de días y nos vemos aquí a la 1pm ¿te parece? Arregla tus cosas para no estar por unos días.
- ¿Cuántos?
- Los que necesites.

Esther le guiñó un ojo y siguió con su faena de trabajo. Por su parte, Marcela se fue con una sonrisa en sus labios, no tenía ni idea de a dónde irían, pero no le importaba. Necesitaba salir de su rutina y esta era la ocasión perfecta. Jamás se imaginó hacer algo así con Esther, pero le agradaba el cambio. Era algo nuevo, fuera de su círculo común y tal vez, justo lo que necesitaba para olvidarse de lo que la afectaba en ese momento.

Par de días después se encontraron frente al bar. Ambas muy puntuales, así que salieron sin retraso. Aunque Marcela quiso saber el destino, no fue sino hasta que reconoció el camino que supo hacia dónde irían.

Luego del camino de montaña de hora y media, de curvas y subidas, finalmente llegaron al pueblo de la Colonia Tovar, un pueblo alemán que mantenía las estructuras y costumbres alemanas como atracción turística de la zona.

Marcela no es que fuese muy adicta a subir hasta allí, de hecho, tenía demasiado tiempo sin ir, pero al entrar, se dio cuenta que el tiempo se había detenido en esa pequeña población y que todo estaba tal y como lo recordaba. Hermoso y pintoresco como siempre.

No se detuvieron en el casco central del pueblo, siguieron mucho más allá de lo que alguna vez imaginó que iría, así que estaba mucho más atenta al camino y sus alrededores a partir de ese momento. La vía mucho más solitaria, pero no menos hermosa, dejaba a la vista los sembradíos de los pobladores. Casas sencillas pero hermosas y un clima frío y húmedo que de seguro pelaba la piel al caer la noche. Éste último pensamiento la desconcertó al recordar que su bolso estaba lleno de franelillas muy frescas que en nada se ajustaban al clima de allí. Pasaría frío como una condenada, eso era seguro.

Minutos más tarde llegaron a una cabaña de madera, o al menos así se veía por fuera, de dos pisos. Se distinguía claramente la boquilla de una chimenea y la ventana de lo que imaginaba era un ático.

Tenía un pequeño jardín al frente de la casa con hermosas flores y el césped cuidadito. Marcela era antiflores, sin embargo, podía apreciar un buen jardín.

Las ventanas y faroles complementaban la fachada de la casa, haciéndola ver como la típica cabaña de montaña, linda y acogedora.

A un lado tenía espacio para dos carros, así que pudieron estacionar ambas sin dificultad.

- Podías haberme avisado que veníamos a la Colonia _ Le dijo Marcela a Esther con la cara un poco consternada.
- ¿Y dónde habría quedado la diversión? _ Respondió divertida.
- Me voy a pelar del frío _ Recalcó.
- Jajajajaja tranquila, tengo ropa de frío.
- ¿Para tooodos los días que estaremos aquí?
- ¿Y es que piensas quedarte de por vida? _ Levantó una ceja.
- Nooo yo ... sólo unos días ¿no? _ Comenzó a balbucear pues la pregunta la agarró fuera de base. Pero la carcajada de Esther le hizo saber que sólo le bromeaba - Muy graciosa _ Dijo entredientes tratando de aguantar la risa ella también.

Esther sacó su bolso del carro antes de decir algo más.

- Yo estaré dos semanas, pero tú puedes quedarte el tiempo que quieras.

Marcela se quedó sorprendida con aquello, no se esperaba el viaje y mucho menos, esa carta blanca para quedarse el tiempo que ella quisiera, así que quedó muda por varios minutos.

- ¿Estás bien con eso? _ Preguntó Esther al ver su cara de consternación.
- Sí, sí ... sólo me sorprende.
- ¿Por qué? _ Preguntó extrañada.
- Por lo hermética que sueles ser con tus cosas. Estoy segura que nadie sabe que tienes esta casa ... y ni hablar del hecho de que me ofrezcas quedarme incluso más tiempo que el que tú te quedarás _ Hizo una pausa tratando de ordenar lo que diría - Te confieso que es un poco abrumador.
- Entonces aprovecha estos días al máximo, porque no sabemos si se repetirá _ Le dijo antes de  sonreír divertida.

Esther abrió la puerta y se apartó para darle paso a una Marcela gratamente sorprendida por lo bella de la casa.

Al entrar, pudo observar una decoración de lo más sencilla con muebles de madera por doquier. Una gran sala en forma rectangular con un pequeño desnivel en el piso al fondo del espacio, donde se encontraba un gran mueble de tela en forma de L, justo frente a la chimenea. Al inicio del espacio en el primer nivel, había una repisa llena de vasos, copas y platos y la mesa de 4 puestos del comedor. A un lado, se encontraba la puerta en forma de arco que daba a la cocina y al otro lado, las escaleras que subían al otro piso de la casa. Algunos cuadros decorando las paredes y una alfombra que cubría todo el piso del nivel de la chimenea.

Marcela estaba fascinada con aquello y la expresión de su rostro la delataba. Esther al verla con aquella expresión, solo pudo sonreír, pues le recordaba a los niños cuando los llevan a lugares que no se esperaban.

- ¿Te gusta? _ La respuesta era más que obvia, pero igual preguntó.
- ¡Es ... magnifica! _ Respondió inhalando el rico aroma a vainilla que había - Y huele delicioso.
- Eso es gracias a la señora que le hace mantenimiento a la casa. Vino ayer para dejar todo limpio y listo para nuestra llegada.
- Pues hizo un excelente trabajo - Esther sonrió con aquello.
- Estás en tu casa. Eres libre de recorrerla y conocerla mientras yo arreglo el mercado.
- ¿No quieres que te ayude?
- No, ve a conocer la casa.
- Está bien.

Marcela se dedicó a recorrer la hermosa casa. Sin lujos, pero con todo lo necesario para dar un ambiente cálido y acogedor. La primera habitación era amplia, piso alfombrado, cama de madera con un pequeño copete. Mesa de noche con lámpara de leer, puertas plegables en el closet y un pequeño espejo al lado de la ventana que quedaba a un lado de los pies de la cama.
La puerta de enfrente daba hacia el baño, que pintado de blanco y terracota, jugaba con los colores tierra de la casa.

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