Esther jamás se había considerado una mujer atractiva, de hecho, sabía que la atracción que provocaba en la mujeres, era más por su seriedad, por los muros que había construido a su alrededor desde muy joven y que la hacían ver inalcanzable, más que porque hiciera voltear por su físico. Había descubierto que ese aire de misterio atraía, y aunque era algo inevitable para ella, pues era parte de su personalidad, no podía decir que no había sacado provecho de ello. Cuando su cuerpo tenía necesidad de compartir con otro cuerpo, las dejaba entrar efímeramente, pero en cuanto todo acababa, ese acceso también, sin posibilidades de regresar. Así había aprendido a vivir su soledad, sin sobresaltos, ni dramas amorosos, el problema era, que desde aquellos días con Marcela en la Colonia Tovar, la idea de conseguir algo más que el vacío al que se había acostumbrado hasta el momento, rondaba insistentemente su cabeza y peor aún, con cada día que pasaba y compartían conversaciones interminables, otra idea aterradora la embargaba. Marcela, comenzaba a llenar ciertos vacíos en su vida.
Con muy pocas personas se daba la libertad de ser protectora, cariñosa, vulnerable y aunque era realmente corto el tiempo que tenían compartiendo, la naturalidad con la que se daban las cosas era inédita. Marcela bajaba las defensas con ella y por ende, Esther también lo hacía. No porque se lo pidiera, sino porque por alguna razón que no se explicaba, era como si Marcela supiera donde estaba el suiche que la desarmaba hasta quedar expuesto, es decir, hasta que quedaba al descubierto la Esther sensible, consentidora, entregada y cariñosa que se había olvidado que existía. Sí, por supuesto que había sido así cuando le interesaba y tenía una meta específica que conseguir, pero en este caso, no era así. Las cosas fluyeron sin forzarlas, sin provocarlas y sin controlarlas. Así había pasado unos minutos atrás, cuando vio la reacción de Marcela al verla llegar de la playa. Esa mirada hipnotizada que provocó en ella, hizo que su corazón se saltara unos latidos y que al llegar a su cuarto, su respiración lenta y pausada de siempre, se convirtiera en una errática y acelerada.
No podía creer que eso le estuviese pasando a ella, no ha esas alturas de su vida. Estaba próxima a los 50 y era algo estúpido sentirse como una adolescente por el simple hecho de que Marcela la hubiese visto. Sobre todo, porque aunque sabía que podía ofrecerle un mundo nuevo a aquella chiquilla, no estaba segura de que fuese lo que Marcela necesitara. Necesitaba una amiga, eso era seguro, no una vieja enamorada que quisiera colgar en sus hombros, sus esperanzas de conseguir finalmente, a esa persona que le llenara todos sus vacíos. Tenía derecho a dar ese paso con alguien que no tuviera tanto pasado y tantos miedos como ella. Con esta conclusión, Esther salió de su cuarto decidida a dejar pasar este pequeño momento de debilidad y anhelo.
Sandra y Ana Julia llegaron al poco tiempo para unirse al grupo al igual que Tatiana y María Luisa, y aunque al principio Tatiana estaba cohibida frente a Esther, al darse cuenta de que todo fluía con las otras chicas, se fue relajando hasta que sin darse cuenta, ya estaba riendo y bromeando con Esther, igual que las demás.
Como era costumbre, salieron a navegar en la lancha, sólo que ahora era un poco más grande. A raíz del aumento de integrantes en el grupo, había decidido vender la lancha sencilla y comprar una un poco más grande. A diferencia de la anterior, que tenía un solo ambiente con los asientos del piloto y copiloto y de los pasajeros, la nueva tenía tres pisos, la cabina donde se encontraba el timón, la planta media donde estaba el espacio para los pasajeros, la proa, la popa con la entrada principal y el acceso al camarote y baño en la parte inferior. No era el estilo de Marcela, pero prefería tener espacio para todas y seguir disfrutando de su pasión por la navegación.
Marcela invitó a Esther a sentarse con ella en la cabina para entre otras cosas, permitirle tomar el timón y que al igual que había hecho con ella al volar, pudiera experimentar la libertad que sentía al navegar ese mar infinito e impredecible. Aunque para Esther la experiencia fue agradable, supo de inmediato que la adrenalina de sentirse indefensa en el aire, era sin igual, sin embargo, no dejó de compartir la pasión de Marcela y más aún, el cosquilleo que sintió en todo su cuerpo cuando Marcela la rodeó desde la espalda, para orientarla cuando tomó el timón. Fueron pocos los minutos y Marcela fue muy cuidadosa de no extender el contacto más de lo necesario, pero eso no evitó que Esther lo sintiera tan agradable, que cuando se separó por completo y la dejó por su cuenta, extrañara esa calidez de inmediato. ¡Rayos! Estaba en problemas. En verdaderos problemas. La pregunta era ¿Qué haría con aquello que Marcela estaba originando en ella?
ESTÁS LEYENDO
Nunca Te Esperé
RomancePodemos huir del amor todo el tiempo que queramos, pero siempre nos alcanzará. De una u otra manera. A veces no se trata de que no estemos hechos para el amor, sino que no estamos preparados para él y la vida misma lo sabe, y no es sino hasta que nu...