10. Mi Obsesión

4.5K 259 30
                                    

Diversas voces se escuchaban, risas, agua salpicar, pájaros volando, un sol picante resplandecía y para Marcela, lo único en lo que su atención permanecía era en Esther. Luego del "buenos días" recibido al despertar, había quedado como en automático. Caminaba y hablaba, pero si le preguntaban que había pasado después de perderse en aquel orgasmo, sólo podía recordar la hermosa sonrisa de Esther cuando subió y la cubrió con su cuerpo una vez más, durante un tiempo que no pudo precisar. Sólo sabía que tenerla allí, mirándola como si fuese la cosa más bella que hubiese visto, había causado un efecto irreversible en su interior. Se había derretido sin posibilidad alguna de evitarlo. Y cuando la volvió a besar con aquella suavidad y ternura, supo que estaba total y completamente perdida. De alguna manera, esa mujer se había adueñado de una parte de ella sin pedir permiso siquiera.

Ahora, estando allí sentada en la tumbona a la orilla de la piscina y observando a sus amigas con sus parejas, entendía lo que era ese hilo invisible que las unía, ese hilo invisible que las hacía complementarse y desear, rezar y pedir, porque cada día se hiciera más fuerte.

Por otro lado, pensó en su comportamiento las últimas horas. No se reconocía en lo absoluto. Parecía una chiquilla en su primera cita sin experiencia, sin picardía, insegura en su totalidad. No podía creerlo. Tenía los lentes de sol y nadie podía ver sus ojos, pero aún así, los cerró y negó ligeramente con la cabeza al recordar su actuar. Si alguna de sus hermanas, le hubiese dicho que alguien lograría ponerla así, hubiese asegurado que se equivocaba. Pero aquí estaba, echando por tierra cualquier suposición.

- ¿Todo bien? _ Escuchó la voz de Daniela por encima de su cabeza.

- Sí, sólo pensaba _ Le sonrió cuando se sentó en la silla de al lado y le entregó una bebida fría.

Daniela la miró unos segundos antes de sonreír también y luego volver la mirada a la piscina, donde Esther, Nicole, Sandra, Ana Julia, Tatiana y María Luisa jugaban voleibol, o al menos, lo intentaban, porque Tatiana y Ana Julia eran un desastre total y eran más las risas, que lo que la pelota duraba en el aire.

- ¿Por qué me miraste así? _ Preguntó Marcela, aunque sabía muy bien el por qué de esa sonrisa pícara.

- Mi abuela siempre decía, que quien se ríe sola, de su picardía se acuerda, así que me imagino que tienes mucho que recordar ¿no? _ Afirmó levantando las cejas y mirándola de reojo.

Marcela se carcajeó con aquello. Sabía que sus amigas estaban ansiosas por saber lo que estaba sucediendo entre ella y Esther, así que esperaba ese momento desde la tarde anterior.

- Para qué negarlo si es más que obvio que sí _ Admitió.

- Ujuuuu maaaasssss que obvio _ Dijo en tono exagerado.

Marcela no agregó nada más, pero su sonrisa permanecía en sus labios.

- ¿Pero sabes qué? Más allá del hecho de que sabemos que la pasaron muuuuuyyyy bien juntas... _ Exageró para dar a entender que ciertos sonidos se habían colado por la casa. - Lo que más nos alegra es ese brillo diferente que tienes y que definitivamente, te hace ver feliz.

Marcela la miró con un ligero sonrojo en sus mejillas. No es que le diera pena admitir que se sentía diferente, sino que aún le costaba asimilar que todo aquello era a causa de una mujer. Había sido testigo de ese fenómeno con todas ellas, pero era muy diferente vivirlo, a verlo. Se sentía hasta cursi y sabía que Tatiana y Sandra en cualquier momento le bromearían con eso hasta cansarse, pero ahora, sabía que era una reacción inevitable.

- Lo estoy _ Dijo finalmente - Me siento feliz _ Le dijo mientras la miraba a los ojos - Sólo que todo ha sido tan rápido.

- ¿Te parece? _ Dijo con un poco de sorpresa.

Nunca Te Esperé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora